CAPITULO 68 |maratón final|

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CAPITULO 68:

Una lagrima rodo por mi mejilla, una lagrima que no puede contener; tan pesada de tanto dolor, tan profunda como mi agonía. El taxi se detuvo frente a mi casa, o al menos, la fachada azul ya desgastada que reconocí como tal. Le pague y baje para adentrarme a casa. Subí y me tumbe en mi cama, a plena luz del día a llorar. Estaba enloqueciendo, me estaba volviendo una patética desquiciada. Llorar resultaba perfecto estando sola, sin preguntas, sin miradas; incluso la voz en mi cabeza guardaba silencio mientras las lágrimas seguían bajando por mis mejillas y mis sollozos se ahogaban contra la almohada. Y pensar que había perdido a la única familia que me quedaba, Madison, por una estupidez mía, por un maldito error. En ese momento desee fervientemente inventar una máquina que volviera el tiempo atrás, así, no iría jamás a Venecia, no hubiera conocido nunca a Cameron, no estuviera amándolo con todas las ridículas fuerzas de mi corazón y no estuviera sola en todo el mundo.

Pero esa suficiente, ya había llorado mucho y a causa suya. Ya no podía ser tan vulnerable a él, no debía. No cabía duda que todo en este mundo se paga, y a lo mejor era el pago a mi maldad. Lo que yo había hecho a Madison, ahora lo estaba sufriendo. Pero no más, no iba a dejar que aquello me tumbara, tenía que vivir con ello de ser posible, pero iba a seguir adelante. Adelante, sin nada más que mi frente en alto. Era una promesa.

***

Habían pasado tres días, y aunque me negara a aceptarlo y llevara puesta una armadura de fortaleza, mi corazón preguntaba por Cameron. Tres días y ¿Nada? Chad me había contado que, por supuesto, él le había preguntado a donde había ido y cuando los hombros de Chad se encogieron ante la interrogativa, Cameron salió disparado por la puerta, sin señal alguna de Alejandra.

Pero ya no a pensar en ello, o al menos intentaría no hacerlo y no darle más concesión al asunto. Mire a través de la ventana del apartamento y visualice las grandes formas arquitectónicas de los edificios de Nueva York. Tenía pensado jamás volver, quedarme en algún lugar seguro hasta que el corazón sintiera de nuevo. Me preguntaba, ¿hasta cuándo seria libre?, ¿hasta qué punto resistiría él? Mi corazón palpitaba deseoso por sentir, por vivir, por amar; tenía miedo de no encontrar todo eso en alguien más. Andaría lejos, esperando volver atrás, no mirar profundamente su fotografía, negándome a todo aquello que una sentía por él.

Si el apareciera, seguro mi corazón cantaría; pero mientras no lo haga y el tiempo pase; no me haría más fuerte y evitaría derrumbarme en sentimientos vanos. Lo dejaría libre, para poder ser libre yo.

Los golpes en la puerta interrumpieron mi divagación.

-¿Estas lista? –la voz de Chad era un poco reconfortarle a todo mi dolor.

Desvié la vista de la vitrina para mirarle y sonreírle, asentí.

-Vamos.

Tomo mi abrigo y baje junto con Chad hasta la recepción del hotel, para dirigirnos a la Avenida Madison, en donde volvía a darle vida a "Manuale del proibito". Había sido un éxito en Broderick, y ahora, Blade lo había trasladado a Nueva York, en donde pidieron que la presentara. Estaba feliz, por supuesto, era el mundo reconociendo mi trabajo.

Cuando llegamos, Blade ya estaba allí y nos regaló una extensa sonrisa al vernos.

-Suban, suban, es en el cuarto piso –nos dijo, dándonos la mano.

Sin duda era un edificio algo grande, tenía cinco o seis pisos, no estaba muy segura; pero en Nueva York todos los edificios eran así.

-Vamos, faltan menos de treinta minutos –me insto Chad, empujándome por la espalda.

Al entrar al edificio el aire acondicionado me golpeo el rostro. Afuera ya era frio, ¿Por qué no mantener cálido adentro? Últimamente así eran mis pensamientos, triviales y sin importancia. Chad y yo subimos por el ascensor hasta el cuarto piso.

-Ey, ¿Cómo estás? –me pregunto, poco antes de que las puertas se abrieran.

-Perfectamente –conteste.

No es que fuera mentira, pero tampoco era completa realidad por supuesto, físicamente estaba de maravilla, emocionalmente... bueno, era preferible no hablar de ello. Me sentía estúpida, tonta, como si fuese la niña nerd de a que todos en el colegio se burlan.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, lo primero que vi, mas allá de la gente, fue la vista a través de las grandes ventanas; los edificios y rascacielos se expandían gloriosos hacia el cielo por todo Nueva York.

-Vaya –exclame y escuche la tenue risita de Chad.

Luego otra cosa capto mi atención, era un espacio un poco más pequeño que en la primera exposición, por lo tanto, las fotografías estaban más juntas, observándome. Quise borrar con una sacudida de cabeza el recuerdo que me vino a la mente al verlas, a fin de cuentas, volver a ver a Cameron no había resultado tan bueno.

Los minutos trascurrieron rápidos y mientras veía gente ir y venir observando mis fotografías se hizo tedioso. No es que no me gustara la expresión de fascinación de la gente al verlas, pero quería exponer otra cosa, otras fotografías, algunas más recientes, algunas que no me dolieran y no hablaran en mi imaginación. Comencé a contar los segundos, no encontrando otra cosa que hacer. Y cuando le sonreía a la gente, empezaba otra vez de cero. Así se me fue el rato.

De pronto, entre el murmullo de la gente, escuche algo ¿música? Mi mente pregunto y gire completamente desorientada, ¿de dónde provenía? ¿Por qué se me hacía conocida? No era única que la oía, todos giraban sus cabezas y comenzaron a amontonarse en las ventanas.

El corazón se me paro al escuchar la voz.

Chad, que estaba también en el tumulto de gente me miro de prisa.

-Ven a ver –lo oí apenas decir y obligue a mis pies, de pronto, agarrotados músculos moverse.

Como pude, me abrí paso torpemente entre la gente, porque a pesar de que mi razón iba siempre en desacuerdo con la cosa latente bajo mi pecho, esta vez sabía que era algo real, algo de lo que mi corazón no saldría lastimado después, y entonces obedecía perpleja.

Cuando por fin logre llegar hasta la gran ventana, media atontada aun, apoye las palmas de mis manos contra el cristal, haciendo que se humedeciera por el repentino sudor que desprendieron; pose mi vista en la azotea del edificio continuo y entonces lo vi.

En ese instante fue como si el corazón hubiera revivido o despertado de un letargo doloroso, haciéndome sentir más viva que nunca.

Porque más allá de sus estruendosos latidos con nombre propio, sabía muy en el fondo que esta vez, como ya lo había aceptado mi razón, esta vez no iba a ver decepción alguna.

¿Pero qué estaba haciendo Cameron? ¿Cantaba? Me cantaba ¿a mí? Al menos me miraba, mientras seguía dándole libertad a la bella voz que poseía y se llevaba una mano al pecho.

Una ganas de llorar me invadieron sin explicación, era como su me estuviera trayendo serenata a mitad del día. La gente que me apretujaba a mi alrededor comenzó a desaparecer, y me vi perdida en las capas de terciopelo de su voz; pegue la frente al vidrio, ¿es que su voz podría llegar a ser tan hermosa? Si ya era inspiradora cuando salía de su garganta como palabras, ahora no tenía comparación.

Simule una sonrisa.

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