Erin
Mi casa era preciosa.
Mi casa, mi hogar, el lugar que no sentía como tal.
No me sorprendía la riqueza que hallaba en cada uno de los detalles a la vista, estaba acostumbrada a los lujos, pero sí me descolocaba encontrarme con gente armada cuidando cada parte de nuestro entorno; a pesar de que entendía el motivo por el cual andaban por aquí como si nada, no dejaban de ser una sorpresa, quizá nunca me acostumbraría a este estilo de vida lleno de peligro.
¿Cómo era que terminé aquí?
Rusia no me gustaba para vivir, el frío lo detestaba, siempre elegía el calor, la playa, solo calidez. Debí amar mucho a Sasha para aceptar venir a vivir a este sitio cubierto de nieve y con temperaturas bajas. Dios.
—El medico recomendó que te mostráramos parte de tu vida poco a poco, las emociones fuertes podrían hacerte daño —dijo mamá, me sostenía de la mano mientras me conducía a la sala.
Enseguida mi vista fue hacia la chimenea, con lentitud me acerqué a ella, seducida por las llamas y su calor, mis dedos se congelaban y lo detestaba, el entumecimiento en las puntas no me gustaba. Al estar lo suficientemente cerca, noté la ausencia de fotografías, pero aún podía atisbar el sitio donde estuvieron, se diferenciaba por una mínima y casi nula cantidad de polvo. Me volví hacia mamá.
—¿Por qué han quitado las fotografías? —Indagué curiosa— Las había, ¿no? —Ella asintió despacio.
—Verlas puede significar emociones bruscas para ti, como te lo acabo de decir, iremos enseñándote tu vida de a poco.
—No hay fotos de Sasha en la casa —afirmé mucho antes de que ella lo dijera. Mamá negó con la cabeza, alborotó algunos mechones rojizos, pese a los años, ella seguía siendo la misma, como si el tiempo se hubiera congelado sin poner las arrugas necesarias para notar una diferencia.
—No, no las hay —confirmó en voz alta. Di un asentimiento.
Tenía curiosidad por conocer a Sasha, pero al mismo tiempo, temía que, al ver cualquier cosa referente a él, iba a causarme daño. Y me mantenía en mi postura, tomé la decisión de no querer traerlo de regreso a mis recuerdos, sin importar lo cobarde que eso me hiciera parecer. Me asustaba en demasía el dolor, no lo quería en mi vida si iba a sufrir con ello.
—¿Cómo acabé casada con el Pakhan de la Bratvá? —Inquirí trémula.
Dasha, mamá y Carlos, me hablaron sobre mi vida, siempre siendo prudentes con la información que soltaban y cómo lo hacían. Sabía que omitían muchos detalles, como el verdadero motivo de la ausencia de Joseph y la naturaleza de mi fallecido esposo. Él debía de ser alguien poderoso y temido para haber creado y sostenido todo este imperio. Temía conocer más de Sasha, prefería que me hablaran sobre mi trabajo y como lo llevaba, también elegía la compañía de Liam, me hacía sentirme normal y a salvo, porque nada de lo que era mi antigua vida me gustaba, a excepción de mi hija.
Tenía la necesidad de tomar a Dasha y a mi madre e irnos de aquí, alejarnos de toda esta mafia y el peligro que significaba estar inmiscuido en ella. Sin embargo, sabía que no podía, mi hija me explicó las reglas, y ahora era imposible dejar de sentir rencor hacia su padre por poner en peligro a nuestra hija. Condenó su vida, conocía los riesgos, supo desde el inicio que el destino de Dasha estaría marcado e incluso así decidió que la trajéramos a este mundo, fue irresponsable, ambos lo fuimos.
No se lo perdonaba. Y tampoco me lo perdonaba, ¿por qué cedí? ¿En qué demonios estaba pensando?
—Amas a Sasha, hija —presionó mi hombro con sus dedos—, ahora es difícil asimilarlo, pero créeme, no había un solo instante en el que te arrepintieras de elegirlo como tu esposo.
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Despiadado ©
Romance[TERCER LIBRO SAGA AZUL] La vida siempre fue cruel, probablemente debía estar acostumbrado a sufrir, pero ¿por qué después de tantos años de felicidad, el destino y la vida volvían a conspirar para acabar con lo que tanto esfuerzo logré construir? V...