Capítulo Cinco

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No era consciente de lo que acababa de vivir en escasos minutos. Era un manojo de nervios, mi cuerpo temblaba mirando el cadáver del suelo, del vampiro que me había querido atacar. No sé por cuánto tiempo estuve así, pero se hizo eterno.

El señor Fitzgerald se acercó a mí y una de sus manos acabó en mi hombro derecho, la que no tenía manchada de sangre. Quería tranquilizarme, pero no lo consiguió. Mi estado debía ser deplorable para que se estuviese preocupando por mí.

Pero acababa de ver cómo mataba a aun vampiro, cómo me salvaba la vida.

—Tranquilízate —pidió, sonando mucho más cercano de lo que solía ser—. Creo que no te estás dando cuenta de que estás creando fuego. —Bajé la vista para fijarme en mis manos y sí, estaban llenas de llamas, lo que hizo que me pusiera más nerviosa al no poder controlarlas—. Sé que estás angustiada, es normal en tu situación, pero tienes que intentar calmarte. Ahora mismo no hay nadie más aquí, solo estamos tú y yo. Piensa que si alguien ve lo que puedes hacer no será bueno.

Suspiré e intenté relajarme. No lo conseguí. Que tuviese una mano en mi hombro no es que me ayudase a ello, su presencia me alteraba aún más porque no sabía qué hacía aquí.

¿Cómo supo que necesitaba ayuda? ¿No tenía remordimientos por haber asesinado a una persona?

A más preguntas, más nerviosa me ponía. Empecé a hiperventilar y un par de lágrimas me cayeron por las mejillas por la tensión.

Podía haber muerto.

Me alejé del señor Fitzgerald, puse distancia entre ambos, o lo intenté, él no se apartó de mi lado mientras sus ojos seguían pendientes de mí.

No entendía cómo podía estar tan tranquilo, en su lugar hubiera estado histérica. Sin embargo, él... Él ni parecía sorprendido. Y si lo estaba, disimulaba bastante bien.

Minutos después, en el que ninguno dijo nada, conseguí, sin saber bien cómo, que el fuego desapareciese. Pese a eso, seguía inquieta y mi respiración iba a una velocidad acelerada, casi errática.

—Has controlado tus llamas, era lo más importante —habló—. No quería morir incinerado y tú no querías provocar un incendio. —No quería mirarle a los ojos por si en ellos veía reflejado temor o decepción porque no podía controlarme. Tampoco sabía cómo iba a afrontar la situación—. Ahora te llevaré a casa.

—No —negué de inmediato—. No me voy a ir. Estoy con mis amigos pasándomelo bien. Gracias por ayudarme, señor Fitzgerald —zanjé el tema—. Ya está todo arreglado.

—Aerith —alcé una ceja, me estaba tuteando—. ¿Puedo llamarte así? —preguntó al ver mi expresión de desconcierto—. Se me hace raro dirigirme a ti por tu apellido en un tema tan importante. Sé que no lo debo hacer, pero seamos realistas, acabo de salvarte la vida, las formalidades quedan atrás.

—Supongo... —murmuré no muy convencida.

—No puedes quedarte con tus amigos. No sé si eres consciente de lo que acaba de pasar...

—Lo soy, señor Fitzgerald —reproché molesta. No era necesario que me recordase que me acababan de atacar y que podía haber muerto. Estaba sorprendida, sí, pero era capaz de saber lo que había ocurrido.

—¿Segura? —La duda en su voz hizo que reprimiese un resoplido de rabia—. Te acaba de atacar un vampiro. Y no quiero que intentes venderme una excusa sobre lo que ha pasado, porque sé diferenciar uno. —Le dio un golpe con el pie al cadáver—. Esto es un vampiro, o era mejor dicho.

—En ningún momento lo he negado, es solo que...

Preferí quedarme en silencio. Nunca me había encontrado con uno, menos en una situación así. Diría, aunque no estaba segura, que el señor Fitzgerald esperaba una reacción más visceral por mi parte, pero siendo un hada, había pocas cosas que me pudieran pillar por sorpresa.

Inolvidable ¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora