Capítulo Diez

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¿Qué tenía yo de especial para haber nacido como un hada de fuego?

Doscientos cincuenta años.

Eso eran muchos, demasiados...

¿Por qué yo?

Intenté asimilarlo repitiéndolo en mi mente, como si eso fuese suficiente.

No entendía la razón por la que mi madre me había ocultado algo así, un asunto tan importante. Estaba acostumbrada a sus mentiras, a que no me dijese la razón por la que nos mudábamos tanto, pero esta era diferente.

Debería haberlo sabido antes, no ahora; no cuando la había puesto bajo presión y no había tenido más opción que admitirlo.

Escucharlo había supuesto la explosión de sensaciones que no me gustaban. Me sentía incompleta, como si no me conociese a mí misma.

Mi parte real, mi yo real, el hada de fuego, no sabía nada de sí misma. Todo lo que creía conocer, no era suficiente, eran mentiras.

Me molestaba que todo lo que sabía era gracias a haber leído el diario de Carlin. A través de sus palabras, pude conocer sus costumbres, su forma de ser, sus errores y lo que implicaba ser lo que éramos; hadas de fuego.

Era mi recordatorio de que no debía equivocarme, no cometer sus mismos fallos .

Aprendí más con ello que con mi madre y eso me enfurecía.

—¿Doscientos cincuenta y años? —Repetí incrédula.

—Sí, cariño —confirmó en voz baja.

Sus ojos azules encontraron los míos y vi su preocupación reflejada en ellos. Sabía que su confesión había sido algo sorprendente y que, quizá, debería habérmelo dicho antes. No cuando acababa de saber que me habían atacando, no cuando no tuvo más remedio que decirme la verdad, no cuando no tenía más opción.

—Hay muchas cosas que no entiendo... —confesé aún mirándola.

—Intentaré responderte si puedo hacerlo —admitió—. Estás sorprendida y lo entiendo.

Seguía con sus evasivas y tuve la sensación de que por mucho que preguntase todo lo que me pasaba por la cabeza, no me iba a contestar. ¿Por qué había dicho eso entones?

—Si las hadas de fuego solo aparecen cada cierto tiempo, ¿por qué cuando supiste que yo lo era no hiciste nada?

—¿Nada como qué? —preguntó y noté la molestia en su voz—. Todo lo que he hecho hasta ahora ha sido para protegerte, y seguiré haciéndolo.

Esa era lo que siempre decía, que todo lo que hacía era para mantenernos a salvo, pero ¿realmente era así? Empezaba a tener dudas de ello.

—Me dijiste que los abuelos también eran hadas, con ellos quizá no estaríamos así, estaríamos seguras, sin tener que mudarnos cada poco tiempo para nuestra seguridad —planteé—. Tú no tendrías que preocuparte y estaríamos tranquilas, sin tener que temer por si otro vampiro me ataca. ¿Qué pasará cuando Hebe y Febe crezcan? —suspiré—. No podrás engañarlas por siempre...

—Eres tan cabezota y obstinada... —sonrió y negó con la cabeza—. ¿Por qué no quieres darte cuenta de la realidad? No te oculto las cosas para que te enfades, hay más, muchísimo más.

—Mamá. —Quise sonar lo más relajada que pude, pero no lo conseguí. Me pedía que la entendiese cuando ella no se ponía en mi lugar.

—No es solo el orgullo lo que no me hace volver con mis padres —admitió—. Soy orgullosa, sí, pero por vosotras lo dejaría atrás. Vosotras sois lo más importante para mí, Aerith, más importantes que mis convicciones. El problema es que hay algo más... —suspiró y prosiguió casi en un susurro—. No quería explicártelo porque ni sé cómo hacerlo, es complicado.

Inolvidable ¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora