Capítulo Veinticinco

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Cuando era pequeña, más o menos de la edad que tenían ahora las gemelas o quizá un par de años menos, me sentía protegida y segura en mi casa.

De esa época no recordaba mucho, no podía decir con exactitud el lugar en el que vivíamos, lo único que tenía claro era que no nos mudábamos de un lado para otro, que vivíamos en la misma ciudad o pueblo.

Mis memorias de esos años eran muy vagas, borrosas y confusas, debidas en gran parte al trauma que supuso el abandono de Jake a una niña de mi edad.

Al empezar a tener problemas con mis poderes, cuando no pude controlar el fuego, él se fue, mi padre se marchó. Y me sentí abandonada. Esa sensación de seguridad desapareció, todos esos sentimientos que tenía se convirtieron en lo opuesto. Sentí que estaba en peligro y tenía miedo de que mi madre hiciese lo mismo, que también me abandonase.

No fue hasta un par de años después, cuando las gemelas empezaban a hablar de forma más fluida, que volví a sentirme segura al lado de mi madre. Quizá fue porque volvió a ser la que conocía, se comportó como la madre que recordaba, volvió a sonreír y a implicarse con mis problemas, aunque hacía lo que podía, al igual que yo.

Con el tiempo fui consciente de que los dos primeros años después de que Jake nos abandonara fueron muy complicados para ella, la escuchaba llorar por las noches cuando se creía que estaba dormida y no sonreía. De pequeña no entendía mucho los motivos y llegué a pensar que era la causante.

Aún había una parte de mí que se pensaba que fue por mi culpa, que Jake nos abandonó porque yo no supe controlar mis poderes y que mi madre era una víctima de todo ello.

A medida que me hice mayor entendí que mi madre estaba así porque echaba de menos al que era su marido, que no solo me había abandonado a mí, que también la había abandonado a ella. Pese a eso, estuvo para nosotras, para sus hijas, sin importar qué.

La perspectiva me había hecho darme cuenta de que sus métodos quizá no fueron los mejores, ocultarnos las cosas era la opción fácil, no la correcta o la más acertada, y eso había estallado desde que estábamos en West Salem.

Al bajar del coche del señor Fitzgerald, una ráfaga de aire me golpeó el rostro y me quedé quieta, ¿había sido mi madre?

Necesitaba un tiempo para pensar qué decir o qué hacer, por si me preguntaba y también para procesar lo que había ocurrido.

¿Quién era Kier? Por lo poco que sabía acerca de los vampiros, Kier debía ser alguien importante, ya que había un vampiro defensor a su lado. Y tenía problemas con el señor Fitzgerald. ¿Sería uno de los gobernantes? ¿El vampiro más importante? Y si eso era un sí, ¿qué pintaba yo en todo eso?

—Aerith, ¿estás bien? —El señor Fitzgerald bajó una de las ventanillas del coche y me miró preocupado. Supongo que le extrañaba que no me hubiese movido.

—Sí, estoy bien.

—¿Entonces por qué no vas a tu casa?

—Yo... no lo sé —suspiré y apretó los labios—. No tiene nada de lo que preocuparse.

Para mi sorpresa, el señor Fitzgerald bajó del coche y se acercó a mí a paso lento, pidiéndome permiso con la mirada.

No entendí a lo que se refería hasta que me abrazó.

—¿Mejor?

Asentí de forma leve con la cabeza, porque sí, con ese gesto me sentía mucho mejor que minutos antes. No me lo imaginaba como alguien que daba abrazos.

—Gracias.

Quise separarme, pero no me dejó, me agarró del brazo sin dejar de mirarme.

—Espera, toma. —Se quitó el jersey que llevaba puesto, quedándose en una camiseta de manga corta que le marcaban a la perfección sus músculos. Cuando daba clases se vestía con camisas, a veces con corbata o con jerséis un poco anchos que no mostraban mucho. —. No sé si te has dado cuenta de que tienes la ropa manchada, si tu madre te ve así puede asustarse, aunque es bastante tarde, quizá está dormida.

Inolvidable ¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora