Capítulo Veinticuatro

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Había aprendido con el paso de los días que los silencios no tenían porque ser incómodos o resultarlo, podían significar mucho más que unas palabras vacías dichas para hacer sentir mejor a la gente.

Este era uno de esos casos.

No me sentía forzada a decir nada más para que la tensión en el ambiente fuese distinta, no se podía cambiar lo que acababa de ocurrir.

Mi necesidad imperiosa de saber más de todo aquello que se me había ocultado, era demasiado grande para no aprovechar las oportunidades que tenía.

El señor Fitzgerald me resultaba una persona extraña. Su actitud acompañaba a ello, sobre todo su constante cambio con todo lo relacionado conmigo. Su volubilidad me resultaba confusa a la par que destacable.

¿Cómo podía pasar de ser serio e infranqueable a bromear como si nada?

Sin embargo, una parte de mí confiaba en él.

No sabía la causa, pero era así. Quizá porque era el único que me contaba las cosas tal y como eran, no las adornaba ni me mentía. Decía la verdad aunque me doliese y eso era algo que valoraba.

—¿Has estado practicando con el fuego? —Me giré un poco para prestarle atención. Era temprano y no me apetecía volver a mi casa por lo que me había quedado sentada en uno de los sofás del apartamento—. ¿Mejorando tu control?

—Sí. —Alcé el brazo que no tenía lesionado con la palma hacia arriba para que el fuego apareciese como si nada—. Lo domino mejor que antes —admití y me centré en las llamas de mi mano—. Aún me queda mucho por aprender.

—Poco a poco —terció en un intento de animarme—. Piensa que es más que lo que hacías días atrás.

Me sonrió para darle más énfasis a lo que acababa de decir, pero a mí no me servía mucho lo que opinase.

Sí, en parte tenía razón, estaba mejor que meses atrás, pero no era suficiente.

Sentía que nada lo era.

Cuando más me hacía falta mis poderes, era cuando más me fallaban. Mi incapacidad para mantener a raya mis emociones y que pudiese estar por encima de ellas lo complicaba todo.

Y me gustase o no, eso era mi culpa.

—¿Y si no es suficiente? —pregunté en un susurro después de hacer desaparecer el fuego, mordiéndome el labio después de hacerlo, no quería compartir ese pensamiento.

No quería mostrarme débil, menos delante del señor Fitzgerald.

—¿No es suficiente? —repitió con las mismas palabras y me miró fijamente—. ¿A qué te refieres, Aerith?

—A que si nunca soy capaz de controlar el fuego. —Tardé unos segundos más de lo normal en responder y lo hice con reticencias—. A que siempre haya algo que me impida dominarlo como debería.

Oculté lo mejor que pude el ligero tiemble de mi voz. Me estaba mostrando vulnerable, compartiendo una de mis mayores preocupaciones a una persona que no debía haberlas sabido desde un principio.

Pero no podía retractar mis palabras, no podía hacer como si no hubiesen ocurrido porque era imposible.

—Estoy convencido de que vas a conseguirlo —afirmó sin pensárselo—. Solo tienes que tener más fe en ti.

¿Fe?

Eso era absurdo, no era cuestión de que confiase en lo que podía hacer y en creerme que podría hacerlo. Iba más allá de algo tan simple.

Inolvidable ¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora