Capítulo Veintidós

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Si hace unos meses me hubieran preguntado si confiaba en mi madre, mi respuesta hubiese sido rápida y simple: sí.

No hubiera dudado en ningún momento, confiaba en ella.

¿Cómo no iba a hacerlo? Siempre me había protegido y había estado a mi lado cuando me había hecho falta.

No obstante, si la pregunta fuese ahora, la respuesta ya no sería la misma, ni siquiera tendría que pensarlo, sería un no claro y rotundo.

La llegada a West Salem lo había cambiado todo. Desde ese momento ocultaba demasiadas cosas, no acababa de explicar el porqué de esta ciudad, su elección o el motivo por el que no nos marchábamos pese a que me habían atacado, cuando en otra ciudad, si lo hubiera sabido, nos hubiésemos ido lo más rápido posible.

Ella creía que ocultándome la verdad me protegía, cuando era todo lo contrario, no lo hacía, solo me hacía más débil e indefensa.

¿Hubiese cambiado algo si hubiese sabido desde un principio que había vampiros a nuestro alrededor?

No, porque hubieran seguido ahí, no dependía de mí. Lo que sí hubiera sido diferente es que habría estado preparada para ello, para cualquier situación, no hubiera sido una sorpresa que me atacasen, hasta incluso podría haber luchado contra él sin tener que depender de nadie que me salvase, como el señor Fitzgerald.

Una de las cosas que tenía más seguras es que mi madre sabía mucho más de lo que me decía, y eso solo me generaba dudas.

¿Por qué toda la gente que me rodeaba sabía más de mí misma que yo? Hasta Zara parecía hacerlo, al igual que toda su familia, y nunca había hablado con la mayoría de ellos.

¿Cómo mi madre había aceptado que toda una familia, aunque fueran los supuestos guardianes del pueblo, supieran que éramos hadas?

Era nuestro mayor secreto, uno que no podíamos compartir, pero ella lo había hecho sin preguntarnos siquiera si era lo adecuado.

Con toda esa información, ¿qué se suponía que debía hacer? ¿Confiar en ella sin más? O mejor dicho, ¿debería seguir confiando en ella?

La confianza era algo imprescindible en una relación, era muy necesaria, fuese del tipo que fuese, tanto de amistad, romántica como fraternal. Y si era sincera conmigo misma, la que teníamos mi madre y yo estaba rota, era casi inexistente.

Mientras ella siguiera ocultándome la verdad, yo no podría confiar de nuevo en sus palabras.

—Lo mejor es que vayas a dormir —dijo ella rompiendo el silencio que se había instaurado—. Necesitas descansar.

—Sí, tienes razón. Buenas noches.

—A poder ser, Aerith —empezó a hablar con un hilo de voz—, preferiría que cuando las gemelas te pregunten, no les digas lo que ha pasado. No están preparadas para saber la verdad.

—¿Y yo cuando lo estaré? —Fui incapaz de callarme y la reté con la mirada.

—Cuando lo estés, lo sabrás —contestó sin apartar sus ojos de los míos—. Sé que debes estar molesta conmigo y que...

—Molesta no es la palabra adecuada —interrumpí—. Estoy enfadada contigo, mamá.

—Enfadada, de acuerdo —musitó para luego suspirar—, pero pese a que lo estés, piensa en Hebe y Febe, en lo felices que están en su ignorancia. Piensa en lo feliz que eras tú a su edad...

—Estás siendo egoísta —gruñí, molesta.

¿Por qué quería hacerme sentir culpable de algo que no era mi responsabilidad?

Inolvidable ¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora