Capítulo Tres

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Abrí la ventana lo más rápido que pude y saqué medio cuerpo por ella, quedando en el marco de esta, pero con los pies en el banco que había debajo. Busqué de nuevo esos ojos entre la penumbra y creé llamas en mis manos para iluminar la zona de bosque alrededor de mi habitación. El corazón me iba más rápido de lo habitual, estaba nerviosa por la situación y recorrí con la mirada el lugar en repetidas ocasiones para encontrar un posible escondrijo en el que pudiese estar el propietario de esos ojos.

No vi nada fuera de lo normal; animales que se alejaban debido a la luz, aullidos como protesta por ello, nada más.

Seguí examinando casi sin pestañear, no sabía la razón, pero quería que volvieran a aparecer. Quizá para saber de qué se trataba o quién, quizá porque seguía pensando que esta ciudad no me gustaba, o quizá para demostrarme a mí misma que lo que acababa de ver era real. Que no me había vuelto loca.

—¿Se puede saber qué estás haciendo? —Mamá entró a paso rápido en la habitación y me miró con sus ojos azules. Antes de que hablase, ya sabía lo que iba a decir—. He visto las llamas desde mi cama, ¿pretendes quemar el bosque? —Estaba preocupada, aunque no solo eso, había algo más, parecía que en estos últimos días siempre era así—. ¡Baja de ahí, Aerith! —pidió y al ver que no me movía me obligó con una sacudida de aire.

—He visto algo. Algo extraño —remarqué—. Desde mi cama no veía bien el bosque. Hay alguien ahí fuera y me está observando.

—¿Segura? —La duda en su voz me irritó, lo que no debió pasar por alto para ella que matizó de inmediato—. Estarías soñando, cariño. Debes haberte despertado de golpe y confundes la realidad con tus sueños.

—Mamá... —No me creía y no lo entendía, ¿qué había de extraño en mi afirmación?—. Había unos ojos rojos pendientes de mí.

—La única con ese color de ojos eres tú, y cuando te transformas en hada —negó de forma sutil y acabó por sonreír. Al ver que no dije nada, se sentó en la cama y me hizo un gesto para que hiciera lo mismo—. Estarías soñando.

—No me crees...

—No he dicho eso, cariño. Estás muy cansada por la mudanza y sueles preocuparte por estos asuntos, siempre ha sido así. Quieres cargar con demasiada responsabilidad... —suspiró mientras me cogía una de las manos en un gesto afectuoso—. No pienses más en ello.

—Mamá, no ha sido un sueño. No lo he imaginado —susurré dolida al ver que por mucho que lo repitiese, ella ni siquiera se planteaba la posibilidad de que fuese real.

—Duerme, lo necesitas. El incidente con las gemelas te ha alterado, es solo eso. —Después se levantó de la cama y volvió a negar con la cabeza—. No pienses más en ello.

Se fue de la habitación creyendo que cambiaría de parecer, pero sabía que no había sido producto de mi imaginación. Y más aún cuando con el paso de los días esos ojos volvían cada noche.
Siempre ocurría lo mismo, cuando se daban cuenta de que los veía, desaparecían entre la penumbra de la noche y no se hacían presentes hasta el día siguiente, cuando entre la oscuridad destacaban por el brillo rojizo de ellos.

Saber que algo o alguien me observaba me tenía inquieta, necesitaba saber el porqué por el que desde que había llegado a West Salem, todo parecía un misterio sin respuesta. Seguía pensando que esta ciudad no me gustaba y cada vez tenía más razones para ello.

—Estás hecha un asco, Aerith. —Lydia cumplió sus palabras, quería convertirse en mi mejor amiga y se esforzaba para que así fuera. Los primeros días seguí reticente a su compañía, pero acabé por acostumbrarme, me hacía la vida más amena—. Siento ser tan sincera. ¿No estás durmiendo bien?

Inolvidable ¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora