Capítulo Veintiséis

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Sabía que mi intuición no había fallado, que no estábamos solos y que alguien o algo no observaba.

No me había equivocado.

¿Cuánto tiempo llevaba ahí el lobo?

¿Estábamos en peligro?

Fui incapaz de apartar la mirada del animal, analizando lo que hacía o sus gestos, intentando comprender el motivo por el que no se había marchado al vernos.

Esa actitud tan regia, me sorprendía, era como si no me tuviera miedo, no como los otros animales con los que había coincidido al largo de mi vida.

Por lo que éramos, mi madre siempre había buscado casas un poco apartadas de todo, cerca de bosques o zonas que no estuvieran rodeada de otras viviendas. Necesitábamos intimidad, sobre todo para evitar dar explicaciones en el caso de que mis poderes se fueran de control o nos despistásemos de algún modo y nos transformásemos en hada.

Con los años aprendí que las criaturas salvajes me tenían miedo, que sus instintos les alertaba de lo que era y no se querían acercar a mí.

Me consideraban una amenaza y no estaban errados.

Su instinto de supervivencia les indicaba que no debían aproximarse a mí porque podían correr peligro, que podían acabar heridos, por lo que me evitaban. Huían ante mi posible presencia, quizá detectando que mi aroma era diferente al habitual de un humano.

Y a ese lobo parecía darle igual.

Aproveché que Blake se levantó para mojarse un poco la cara, ya que según sus propias palabras necesitaba despejarse un poco, para seguir pendiente del animal, que seguía en el mismo sitio, sin moverse, observándonos desde la distancia como si nada. No se inmutaba, estaba tranquilo. Demasiado tranquilo.

Para que Blake no sospechase, también me levanté y me coloqué a su lado sin dejar de estar alerta, expectante por si el lobo nos atacaba o se marchaba.

No titubearía en lanzar una bola de fuego si empezaba a correr hacia nosotros, o si hacía algo que me resultase sospechoso.

—Te noto tensa —señaló con el ceño levemente fruncido—. ¿Es que no me crees?

—Quiero creerte —comenté con sinceridad—. Si acabamos de decir que no vamos a mentirnos, no voy a hacerlo. Estoy poniendo mi mejor empeño.

Quería creerlo, que ya era un paso grande para mí. Si me había dicho que no habría mentiras, tenía que pensar que sería así. No me servía de nada pensar de otro modo.

—A veces me confundes, no sé si te lo he dicho alguna vez —soltó de repente, no entendía mi actitud—. Pocas veces sé cómo vas a actuar o qué vas a decir. —Asentí, ni yo misma lo sabía—. ¿Puedo abrazarte?

En lugar de responder, fui yo la que lo hizo, sorprendiéndolo por los segundos que tardó en rodearme con los brazos. A pesar de que era más alto que yo, apoyé mi cabeza en su hombro para poder observar si el lobo seguía ahí o no, ya que Blake lo tenía a su espalda. Era una buena táctica para que no sospechase de mis razones para tener ese gesto con él.

Sin quererlo, la colonia que llevaba puesta me invadió las fosas nasales y cerré los ojos un momento, quedando embelesada por el olor. No me esperaba que oliese tan bien y que fuera tan agradable.

Al abrirlos, el lobo seguía en el mismo sitio. Sentado, impasible, sereno, imperturbable, como si la presencia de Blake y la mía no le importase, como si fuese lo que esperaba.

Até cabos con rapidez, eso no era un lobo normal. Su tamaño era mucho mayor; era grande, muy grande, lo que se hizo más notorio cuando se incorporó mostrando su esplendor.

Inolvidable ¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora