Capítulo Veinte

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Desde pequeña mi madre me había remarcado que no debía dejarme llevar por las emociones, que no tenía que intentar ser racional en todo momento, pensar antes de actuar y no guiarme por lo que sentía, que los sentimientos solo me harían cometer errores evitables.

Me lo recordaba casi a diario, o solía hacerlo cuando nuestra relación era mejor. Suponía que lo hacía era porque mis poderes eran muy volátiles, unos que no era capaz de controlar a la perfección ni estando tranquila.

El fuego era peligroso, muy peligroso, quizá por eso mi madre quería que tuviese a raya mis emociones. Si era capaz de controlarme a mí misma, podría hacerlo también con mi don.

Pero nunca había tenido mucho éxito en esa tarea. No podía evitar actuar según lo que sentía, era una persona empírica, demasiado emocional como para poder pensar con la cabeza fría. Me importaban poco las consecuencias de mis actos, solo hacía lo que creía en cada momento.

Y más aún cuando presenciaba situaciones que lo que menos me pedían era que pensase antes de actuar.

¿Qué debería haber hecho? ¿Haberme ido y dejar a Blake solo? ¿Dejar que muriese a manos de un vampiro que me quería a mí? ¿Dejar que lo torturaran o le hicieran daño por mi culpa?

Si no dejé a su suerte a Dakota, que no la conocía tanto, ¿cómo me hubiera sentido si me hubiese marchado?

Era fácil.

No hubiera sido capaz de seguir con mi vida como si nada, me lo hubiera reprochado durante mucho tiempo. Si me hubiese marchado, no hubiera sido yo.

Lo más curioso de todo era que pese a que mi estado emocional no era el mejor, que estaba llena de rabia, pude controlar el fuego bastante bien, incluso moverlo de un lado a otro sin tenerlo que crear yo misma.

Por una vez mis poderes no me habían fallado, había podido dominarlos en un momento de necesidad.

Los pasos de Blake acercándose a mí interrumpieron mis pensamientos. No dijo nada, solo me miró de arriba abajo, observando mis heridas en silencio mientras ponía muecas en la cara como si no le gustaste lo que veía.

Sus ojos denotaban mucha preocupación, su expresión le delataba. Segundos más tarde, y todavía en silencio, me tocó el brazo, el que creía que tenía roto, y me quejé en voz alta cuando quiso moverlo.

—¿Qué haces? —gruñí al ver que seguía tocándomelo.

—Creo que lo tienes roto... —murmuró y siguió examinando la extremidad—. Y creo que también el hombro dislocado. Tienes la zona hinchada y sin ninguna duda tienes la cabeza del húmero fuera de sitio.

Sabía lo del brazo, me dolía demasiado y había supuesto desde un principio que estaba roto. De lo que no me había dado cuenta era del hombro, lo había movido sin complicación o dolor cuando había matado al vampiro.

—No me duele. —Era cierto, no lo hacía—. El brazo, sí, demasiado, pero el hombro no. ¿Estás seguro de que lo tengo dislocado? —Parpadeé—. ¿Sabes acaso de estas cosas?

—Es por la adrenalina, hace que no notes el dolor y lo muevas sin complicación —respondió Blake muy serio—. Tengo que volver a colocarlo en su sitio antes de que se te pase el efecto, si no te dolerá muchísimo. También si lo hago evito posibles complicaciones...

—¿Sabes lo que vas a hacer? —Estaba escéptica, quizá empeoraba mi lesión—. ¿Y si vamos al hospital y que lo hagan ahí? Un médico o una doctora. Alguien cualificado —remarqué.

—Sé lo que hago, Aerith —aseguró—. Lo mejor es volverlo a colocar en su sitio porque si no te dolerá más, lo digo por experiencia propia, me he dislocado más de un hombre en mi vida.

Inolvidable ¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora