Dime que sí

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Era el día indicado, papá llego a casa temprano, lo que me permitiría tener "esa" conversación con él. Ya era hora de hacer algo, de tomar las riendas aunque me diera miedo. Ya había ordenado mis prioridades, y estaba más que claro que en el primer lugar de la lista estaba Lucas. Tenía que hacer algo, y comenzaría por aquí, haciendo entrar en razón a mi avaro padre.

Me encontraba en la puerta magistral de la biblioteca, o como le gustaba llamarla a mi padre: la oficina del jefe. Ajá, le encantaba figurar, ser nombrado como rey y señor. Bah, ¿De qué le valía todo eso? Ciertamente le proporcionaba cantidades exorbitantes de dinero, pero nada bueno hacía con él. Solo más y más trabajo.

Tome una enorme bocanada de aire. Era hora. Levanté la mano en un puño tembloroso y toque la puerta dos veces. Escuche que me invitaba a pasar y eso hice. Ni siquiera me miró, estaba concentrado en su trabajo, como siempre. Tomé asiento frente a él y me preparé para hablar.

-Papá ¿Tienes un momento para mi? Necesito hablar contigo.

-Claro cariño, tengo para ti todo el tiempo que necesites de mi.

¿Más mentiras papá? Ni que yo fuera tu trabajo. Aunque seguramente si le proporcionara dinero sí que tendría todo su tiempo en mí.

-Pues...- aclaré mi garganta- Es acerca de la familia Jerclarf, yo c...- me interrumpió.

-Ay cariño- masajeo su cien frustrado- ya estas de nuevo con los Jerclarf. Deja esa familia en paz, no tienen importancia, ya te lo he dicho.

-Para mí son importantes. Ya te dije la situación lamentable que viven, ellos no se merecen eso- respondí con firmeza.

-Claro que se lo merecen cariño.- dijo burlón- Si trabajaran más y se quejaran menos entonces fuesen mejores personas. Quizás un poco respetables.

-¿Que se lo merecen?- me paré de golpe y planté mis manos con fuerza sobre el escritorio- Pero si es tu culpa que estén así. ¿Cómo no van a quejarse si los has dejado sin nada?- Había ácido en mis palabras.- El señor Jerclarf ahora es alcohólico, gracias a ti, y cada vez que llega a casa ebrio amenaza contra la vida de su mujer y hasta la suya propia. ¡Ha herido a Lucas! Como si el pobre necesitara más daño del que tiene encima- estaba gritando, ya no aguantaba esta asquerosa actitud de parte de mi padre- Por favor- supliqué- Te lo ruego, haz algo por ellos. No te pido que devuelvas lo que les quitaste, pero al menos permiteles vivir mejor. Por favor papá.

-¡Ya basta Sophia!- me gritó dando un golpe a la mesa que me hizo estremecer- No me importa lo que le pase a esa maldita gente. No nos falta, ni nos faltará nada. Tú lo tienes todo porque me he encargado de eso. No quiero que te sigas entrometiendo con esos.- se paró y me abrió la puerta- ¡Ya vete a tu habitación! Y que quede claro que te PROHÍBO rotundamente que vuelvas a tener contacto con esa escoria humana. ¿Qué dirán los de nuestra clase si te ven interactuando con ese tipo de gente? ¡Ya olvidales! ¿Quedo claro?

Mis ojos se humedecieron, pero no iba a llorar frente a él. Salí con la cabeza en alto y los labios bien apretados. Cerró la puerta a penas puse ambos pies fuera y volví a estremecerme. ¿Cómo iba a prohibirme ver a Lucas? Corrí a mi habitación y me tiré en la cama. Pasaría de la cena. Lucas necesita de mi, no iba a dejar de verle. Jamás en mi vida había desobedecido a mi padre pero bien, era hora de hacerlo, él no podía quitarme a Lucas. No lo haría. Lucas era mi amigo, mi primer amigo, mi único amigo, y no lo perdería solo porque esta más sucio y pobre que yo. Mi padre no iba a quitármelo...

Eso pensé... Que tonta.

Me desperté esa mañana con un mal presentimiento. Me levanté a duras penas, alguna fuerza extraña me imploraba que no me parara de la cama. ¿Qué pasa? El día se veía estupendo a través de mis ventanas. Quizás solo era el peso de la conversación, o discusión, con mi padre. Se me hacia tarde para ir al colegio, y aun debía desayunar. Acelere mis acciones y ¡Puuf! Ya estaba lista. Bajé al comedor y me encontré, para mi absoluta sorpresa, con mi padre. Él normalmente ya de había ido cuando para cuando yo bajaba a desayunar. Nos miramos por un momento eterno sin decir nada. Finalmente le salude con un simple "Buenos días", y me senté a la mesa.

Tú eres mi escapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora