Capítulo 3.

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El pianista


Jewelry se sentía fatal. Estaba cansada, el clima era asqueroso y su tobillo no dejaba de dolerle. Tenía las excusas perfectas para volver a casa, acomodarse en su desgastado sofá, con una enorme tarrina de helado y entretenerse con las novelas y los programas de la televisión. Habría dado un riñón a cambio de conseguirlo, pero en ese momento tenía cosas más importantes en las que pensar que en su comodidad. Necesitaba recuperar esa tobillera.

Así, la chica se encontró delante de los apartamentos Las Noches, parada como si sus pies se hubiesen cimentado al suelo. El edificio tendría cerca de doce plantas. Jewelry empezó a recordar los botones: los números iban del 1 al 10, la "G" era la planta baja, la "P" el ático y la "B", el sótano. La joven cerró los ojos, tratando de recordar cualquier cosa de la noche anterior que pudiera ayudarla porque, en su desesperación por escapar de allí, había olvidado la planta en la que había pernoctado. Típico de ella no fijarse ni en el número de la puerta. Perfecto.

Tampoco pensaba preguntar a quien estuviera en recepción. Sería muy embarazoso hacerlo. Creo que alguien, a quien no conozco, me trajo aquí anoche, pero estaba demasiado borracha como para recordar nada. ¿Puede ayudarme? Imposible que eso sucediera. Tendría que averiguarlo por ella misma... aunque no pudiera ni moverse.

— Preciosidad quieta, en una mañana tan calurosa, pensando en qué hacer a continuación.

—Oh, Dios, otra vez no.

Jewelry giró la cabeza, centrándose en la extraña pareja que había sentada en un banco cercano a ella. Un hombre alto, de media melena castaña y alborotada y perilla la miraba, acompañado de una chica rubia, muy delgada, con cuerpo de nadadora. Para horror de Jewelry, la chica vestía de manera poco apropiada, para alguien que seguramente aún fuera al colegio.

—¿Qué?—preguntó el hombre, centrando su atención en la chica que lo acompañaba, que meneaba la cabeza—A mí me parece un poema improvisado muy bueno.

—Un poema no puede ser tan descriptivo, Sawyer. La buena poesía está llena de detalles ilusorios, de metáforas y comparaciones difíciles de descifrar... no de observaciones vanas y cotidianas—replicó ella, mirando a Jewelry—No te preocupes por nosotros—dijo, a modo de disculpa.

—Eh... Vale.

Jewelry maldijo por lo bajo. Había olvidado que estaba de vuelta a un lugar en el que, supuestamente, nunca había estado y no sólo no había pasado desapercibida, sino que había llamado ampliamente la atención. Aún así, tendría que seguir adelante. Tragando saliva, la chica avanzó hacia el edificio y abrió la puerta del vestíbulo. Apenas había gente allí; sólo unos pocos inquilinos mirando el correo y un hombre que hablaba por teléfono y parecía ocupado, saliendo hacia el cálido día. En recepción había un hombre de cabello cobrizo y unos ojos tan estrechos que, de haber estado completamente cerrados, le habría provocado escalofríos. Ella apartó la vista.

A continuación tendría que coger el ascensor. Por suerte, estaban justo al final del pasillo. Caminó hacia ellos, apoyando fuertemente los tacones al hacerlo, deseando poder cambiarse los zapatos cuanto antes. Maldición; estaban haciendo mucho ruido. Además, contribuían a que el dolor aumentase.

Por desgracia, ninguno de los dos ascensores estaba cerca de la planta baja, pues seguramente estuvieran ocupados y tardasen algo de tiempo en llegar a ella. Qué asco de día. Nada más llegar a casa, se prepararía un baño relajante.

—Oh, eres la señorita invitada de esta mañana, ¿verdad? ¡Bonjour!

—Oh, Dios, mátame...—murmuró Jewelry, antes de girarse lentamente, sonriendo o intentándolo, mejor dicho, y acercarse a la mujer franco-germana que había conocido esa misma mañana. Había conseguido que la gente que estaba allí y el recepcionista ¿aún no había abierto los ojos? la miraran. ¿Por qué tenía que ser tan ruidosa?

MUSA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora