Capítulo 20.

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Atrapar a un depredador

El aire de la noche era frío. Entumeció sus mejillas, secó sus labios, le robó el aliento y acabó formando unas inmensas nubes, enfriando sus desnudas piernas por los pantalones cortos que llevaba. Sus zapatillas estaban clavadas en el suelo y tenía la vista clavada en el bloque de apartamentos que había justo delante, como si fuera la atalaya de la noche, el edificio más grande de todos los que había alrededor. Las compras de Halloween descansaban delante de ella.

En aquel instante, Jewelry Hamilton era como un huracán, preparado para abrir de golpe aquellas puertas y arrasar con todo lo que tuviera por delante. Pero no; estaba conteniendo esa rabia y dejando que se centrara en una sola persona. Por suerte para Alaric, no era su sangre la que correría aquella noche... Aunque, si se lo encontrara, es posible que recibiera parte de su enfado. Lo suficiente para mandarlo al hospital. La joven caminó con decisión, empujando a familias, parejas, niños y adolescentes, que no necesitaban ser testigos de lo que iba a pasar en Las Noches. ¿Cómo perpetraría el asesinato? ¿Lo estrangularía, golpearía con algo o le daría una patada en los testículos lo suficientemente fuerte como para conseguir que su cerebro explotara y le saliera por la nariz? Tenía muchísimas opciones, pero, oh, no quería ir a la cárcel; ahí estaba el dilema.

Intentaría no matar a nadie esa noche, decidió. Últimamente tenía muchísimo auto control, así que tal vez pudiera evitar salir en la prensa, justo entre un escrutinio electoral y algún desastre natural. Al menos, lo esperaba. Sus pies le llevaron hasta la entrada del edificio y su objetivo estaba a la vista. Podía verlo detrás del mostrador, jugando al solitario en su ordenador, sonriendo. ¿Acaso no sentía la incipiente rabia formándose en el marco de la puerta, cuyas manos temblorosas abrió? ¿No esperaba ningún castigo divino por sus acciones? Porque, de no hacerlo, sería más estúpido de lo que ella pensaba. Jewelry estaba a punto de borrarle esa sonrisa de su puta cara.

— Spencer— gruñó, mientras su expresión se volvía tan amenazadora que habría conseguido incluso hacer que un león saliera corriendo —Voy a matarte.

Demasiada piedad.

... Una hora antes...

Jewelry consiguió que, finalmente, Helen consiguiera salir de debajo de la mesa, después de haberle asegurado que Marcus se había marchado. Era terrible ver a una mujer, tan fuerte como ella, temblando como un niño pequeño, pero sabía lo que se sentía; si su padre volviera a la vida y apareciera delante de ella, seguramente se escondería debajo de una mesa y esperaría a que llegara el día del fin del mundo. Y lo que empeoró todo mucho más, fue que Helen dejó escapar la foto en ningún momento; la sujetaba tan cerca de su corazón que parecía que fuese a fusionarse con él. Le llevó mucho tiempo, pero, al final, Jewelry consiguió verla.

—Ése es Spencer— explicó la mujer, señalando al chico de cabello cobrizo que sonreía y cuyas orejas eran demasiado grandes para su cabeza —Nos hicieron esta foto cuando teníamos nueve años... Dios, esta foto tiene el mismo tiempo que tú, Jewel...— Helen no sonrió al decir eso y, al instante, devolvió la foto a su pecho —Desde preescolar, siempre hemos sido los mejores amigos. Jugábamos todos los días... bromeábamos entre nosotros y nos inventábamos juegos con nuestra propias reglas... Durante la siesta, uníamos nuestros colchones y me acercaba tanto a él, que la profesora siempre acababa separándonos —una lágrima se deslizó por su mejilla —Fuimos al mismo colegio y compartimos casi todas las clases... Incluso prometimos ir a la misma Universidad, pero eso no ocurrió... —su barbilla se tensó —No... No ocurrió.

Jewelry se sentó en la mesa, después de apartar las carpetas y folios que la ocupaban, apilándolos a un lado, dejando la silla a Helen. La preciosa rubia tenía las piernas dobladas y la cara cubierta de maquillaje corrido. Parecía tan distante, tan absolutamente devastada, que el corazón de Jewelry se encogió.

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