Su día de suerte
Jewelry forzó tanto su tobillo que tuvo que pasar una semana para que la hinchazón disminuyera y el dolor desapareciera. Resopló de alegría al ver que podía moverlo y lo golpeó suavemente para cerciorarse de ello, antes de ponerse los tacones. ¡No dolía! ¡Sí! Por fin Kendall le dejaría salir del apartamento. Su sobre protectora amiga le había prohibido salir a no ser que fuera totalmente necesario- incluso a veces llegando a vigilar la puerta, como un guardián- y como Jewelry nunca se llevaba el trabajo a casa, aquello fue como una especie de vacaciones.
Quien quiera que fuera el primer cliente de la noche, sería afortunado de encontrársela de buen humor. Optó por una falda corta y una camisa muy escotada, ofreciendo una hermosa vista a quien solicitara sus servicios, junto con unas botas por la rodilla, que podía desabrocharse y quitarse fácilmente para jugar. Además, tal vez el cliente prefiriera dejárselas puestas, por puro fetichismo.
Kendall suspiró, cruzada de brazos, apoyada en el marco de la puerta de la habitación de Jewelry, observando cómo se extendía el gloss sobre sus labios.
—Tus clientes tienen que estar muy contentos contigo. Nunca les pides que hagan nada por ti más que para lo que te pagan.
Jewelry soltó una carcajada.
—No lo digas así. Además, eso no es malo— la joven apretó los labios y gesticuló besos, ante su reflejo— Los hombres de fiar no existen. Todos son escoria. Todos.
—Si alguna vez decides cambiarte de acera...
—Me recibirás con los brazos abiertos —giró los ojos- Por cierto, ¿no tenías una cita con tu novia, esta noche?
—¡Es cierto! Voy a llegar tarde— Kendall echó a correr y abrazó a Jewelry— No bebas. Vuelve antes de que amanezca. Si no lo haces, llamaré a la policía— le advirtió—No estoy bromeando. Esas horas son peligrosas, Jewel.
— ¿Con quién crees que estás hablando?— ella le guiñó el ojo— Si ocurre algo, te llamaré.
La chica se marchó una hora después, con una finísima chaqueta cubriéndole su destapado pecho y sintiendo la tobillera dentro de sus botas. Después de haberla perdido, Jewelry decidió comprobar que estuviera ahí cada, al menos, dos horas. Sus dedos rozaron la cadena de oro y sonrió, satisfecha, antes de caminar por las calles.
Era día 1 de septiembre- pronto cumpliría los veintidós años- y el tiempo comenzaba a ajustarse al cambio estacional. Después de aquel último golpe de calor, el frío del otoño invadió poco a poco la ciudad. El clima era cálido durante el día, aunque caía ligeramente durante la noche. Pero a Jewelry no le preocupaba. Haría mucho ejercicio para evitar caer enferma.
Fue bastante decepcionante no encontrar nada de sexo. Allí donde fue, no había más que mujeres presumiendo en la televisión, o en revistas del corazón, acerca de lo satisfechas que estaban con su vida sexual. En su caso, Jewelry nunca había sentido ningún tipo de deseo por los hombres con los que había estado. La besaban, pero todo canto sentía era su saliva cubriéndole la cara o deslizándose por su garganta. La tocaban, pero su cuerpo no respondía. Era piel contra piel, nada más, nada diferente a cogerle la mano a alguien.
Tampoco pensaba demasiado en ello. Algunas mujeres estaban hundidas por su incapacidad para tener orgasmos, pero Jewelry lo veía como algo que ocurría a veces, en la vida; había quienes tenían todas las mueles del juicio, otros que nacían con una flexibilidad especial y otros que no conseguían tener orgasmos. Fin.
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MUSA.
Romance"Mientras Jewelry Hamilton siguiera siendo su musa, no la dejaría marchar hasta haber exprimido la última gota de inspiración, de ella."