—¡¿Dónde está?! — Alaric estaba inmerso en una composición cuando Helen Baker entró de lleno en su casa. ¿Por qué nadie llamaba ya a su puerta? Había estado todo el día repasando sus obras, diciendo cuál tocaría en el concierto de ese sábado; las canciones navideñas eran muy aburridas y, además, no tenía el humor precisamente festivo. Mientras Spencer, Max y Leopold variaban entre el "cálmate" y el "sabes que no quieres hacer esto", la despampanante mujer por poco rompió la puerta. No debería haberlo hecho, pero Helen estaba totalmente poseída; así que, desobedeciendo los consejos de los demás, cruzó la casa y agarró a Alaric del cuello de la camisa, apartándolo del piano —¡Contéstame!
Él alternó la mirada entre sus ojos y la mano que le estaba cogiendo de la camisa.
—¿De qué estás hablando?
Los ojos de Helen se abrieron de la rabia. ¿Es que no estaba al corriente de la situación? ¿No le preocupaba? Ella le meneó con fuerza, esperando que recobrara su sentido común.
—¡¿De quién cojones crees que estoy hablando?! ¡De Jewelry Hamilton! ¡Ya sabes; veintidós años, pelirroja, mucho pecho y supuestamente ha estado viviendo contigo durante los últimos meses! —Escupió —¡¿Dónde está?! ¡Dime dónde está!
Leopold ya tenía preparadas sus disculpas y movía sus manos con agilidad.
—Lo siento, pero me ha quitado la llave...
—Yo he intentado detenerla —dijo Max, desde la puerta.
— Cariño, suéltalo. Por favor, cálmate... —intentó Spencer, defendiéndose con sus manos mientras se acercaba a su rabiosa novia.
—¡No! —gritó Helen, volviéndose a Alaric —¡No ha venido a trabajar en toda la semana! ¡He intentado llamarla, pero no contesta! ¡Incluso he ido a su casa y he estado una puta hora llamando a la puerta, pero nadie ha contestado! ¡Y ellos —señaló a Leopold y Max — y Spencer y tus vecinos e incluso los antiguos amigos de Jewelry, que nunca se han preocupado una mierda por ella, han estado buscándola durante días, mientras tú estabas aquí, como si todo fuese perfectamente bien! ¿No te parece un poco sospechoso? — Alaric no dijo nada, sino que la miró con la misma expresión con la que había mirado a los demás —¡Esto tiene que ser culpa tuya! ¡Tú fuiste el último que la vio! — los ojos azules de la rubia se llenaron rápidamente de lágrimas, que se deslizaron velozmente por sus mejillas, mientras respiraba entrecortadamente, con frustración ante el silencio de Alaric —¡Joder, dime dónde está! —gritó.
No supo si fue por verla llorando, por el hecho de que le hubieran apartado a la fuerza del piano o por todos los problemas innecesarios que había tenido desde su cumpleaños, pero algo quebró la paciencia de Alaric.
—¡No sé dónde está! —escupió él, cogiéndola de las muñecas y apartándola con facilidad, haciendo que la mujer mirara a Spencer con sorpresa. Rápidamente Leopold se metió entre ellos, pero eso no apaciguó la cólera de Alaric, que miró por encima del hombro de su amigo, como si no estuviera allí —Escúchame bien, mujer y espero que uses tu cerebro para comprender lo que voy a decirte. La señorita Hamilton no es la protagonista de ningún culebrón melodramático. Si está enfadada o molesta conmigo, ¿por qué coño iba a decirme dónde está? ¡Es lista y, por el motivo que sea, no quiere que yo la encuentre ni que ninguno de ustedes lo haga!
—¡Alaric...!
—¡No he terminado! —le gritó a Leopold, apartándolo de su camino y avanzando hacia Helen y Spencer —¡Si quieren seguir buscándola, perfecto! Pero a mí dejenme fuera de esto. Los asuntos que tenía con la señorita Hamilton han terminado. Ella y yo teníamos un pacto, un acuerdo. No iba a quedarse aquí para siempre. ¡Pueden culparme todo lo que quieran, no me importa, pero el hecho es que tarde o temprano se hubiese marchado y nada ni nadie podría haber hecho algo para cambiarlo! Y, ahora, me niego a seguir aguantando esta mierda en mi casa —señaló a la puerta —Lárguense. Todos. Si vuelven a entrar aquí, llamaré a la policía— Leopold abrió la boca para protestar, pero Alaric se giró hacia él —¡Todos!—repitió.
Hubo un momento de tenso silencio en el que ambos se miraron mutuamente, pero finalmente el francés se giró, indicando a Max que saliera de allí. Spencer y la llorosa Helen miraron a Alaric totalmente sorprendidos, preguntándose si realmente le habían visto perdiendo los papeles de esa manera. Entonces, no tuvieron más remedio que seguir a Max, mientras Leopold encabezaba al grupo. Él miró a Alaric, pero el pianista estaba esperando pacientemente a que se marcharan. La ira había desaparecido de su rostro y, en su lugar, estaba aquella máscara inalterable que se había puesto los primeros días que le había conocido, cuando le había preguntado por su incapacidad para componer.
No hacía falta decir que Alaric sí se había visto afectado por la marcha de Jewelry... y quizá más de lo que se imaginaron, en un principio. Y, cuando la puerta del apartamento se cerró, ninguno de los cuatro pudo negar que hubieran sentido el dolor en su voz, mientras por su sangre corría la droga que lo mantenía encerrado en esas paredes, mientras los demás se mataban buscando a Jewelry.
—Tenemos que encontrarla —susurró Spencer, reconfortando a Helen con un abrazo mientras iban al ascensor —y pronto.
En su casa, Alaric se tumbó en el sofá, acomodándose. No había dormido en su cama desde el martes- como muchas otras cosas, sentía que tampoco se merecía eso. Sus manos se movieron, buscando algo con lo que ocuparse. Tal vez pudiera reorganizar los muebles, pero sabía que, de alguna manera, el salón acabaría pareciéndose a su habitación y nada cambiaría. Alzó las manos para taparse los ojos, tomó aire y trató de tranquilizarse. ¿Por qué no podía dormirse durante los próximos dos o tres meses o durante el tiempo que necesitara para olvidar a Jewelry y lo bien que se sentía al verla sonreír, lo divertida que era su guerra particular, lo cómodo que se sentía abrazándola...?
Ah, al menos el mobiliario le ayudaba; cuando se giró hacia el lado, apartando la vista del televisor y esperando echarse una siesta para relajarse, observó que su olor ya no estaba en el sofá, a diferencia de la noche en que se marchó. Si su apartamento ya la había olvidado... ¿por qué a él estaba costándole tanto hacer lo mismo?
Fin del día cuatro.
Capítulo: "No iré a casa sin ti"
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MUSA.
Romance"Mientras Jewelry Hamilton siguiera siendo su musa, no la dejaría marchar hasta haber exprimido la última gota de inspiración, de ella."