Capítulo 9

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Crepúsculo





Estaba claro que había mucho que explicar, pero Alaric se negó a hacerlo hasta que no quedase ni una pluma en el salón de su casa. Mientras tanto, el joven explicó a sus vecinos- y a Spencer, que llevaba en su puesto de trabajo desde la mañana, temprano- todo lo relativo a los gritos.

Jewelry observó la escena con una mezcla de diversión y disgusto. Cuando el primer golpe sonó contra el suelo, Alaric mostró una clara expresión de rabia silenciosa, pero cuando la puerta se abrió, una débil y avergonzada sonrisa ocupó el lugar de la ira. El chico se disculpó por el ruido, explicó brevemente el contratiempo, aseguró dulcemente a sus vecinos que no había ningún criminal en el edificio y que podían dormir tranquilos y les prometió que aquello no volvería a ocurrir. Entonces, cerró la puerta y su rostro volvió a modificarse, al girarse hacia ellos.

 —Qué lío —murmuró, inspeccionando el suelo— Muy bien, Hamilton. Jamás habría pensado que limpiaras tan bien, sobre todo teniendo en cuenta tu apartamento.

 —Que te jodan —gruñó ella —Ahora, ¿Puede alguien explicarme por qué el novio de Max se ha metido en mi cama en medio de la noche y cómo ha entrado en casa?

 —¿Tu cama? — Los ojos de Leopold se vaciaron. Entonces la miró a ella y a Alaric, descubriendo que ambos estaban enfadados. Por la razón que fuera, cada vez que la gente se enfadaba, era él quien se llevaba la peor parte, tanto si había sido culpa suya, como si no— Para tu información, zorra desquiciada, este sofá-cama es mío.

 —¿Y quién lo dice?

Él buscó algo en sus bolsillos y sacó una llave.

 —¡Lo dice la llave de repuesto de este apartamento!

 —Cálmense los dos —intervino Alaric, acariciándose el hombro dolorido. Tal vez se hubiese golpeado más fuertemente de lo que él creía —La verdad, Hamilton, es que ésta es la cama de Leopold

 —¡Ja!— se alegró el hombre de cabellera punk.

Jewelry movió la mano.

 —Pero, ¿por qué ibas a...? — Entonces se paralizó, llevándose la mano al pecho —¡Imposible! ¡No puede ser! —abrió la boca —¡Me hizo gracia, pero nunca pensé que fuera verdad! —miró a Alaric— Entonces, ¿eres tú con el que él está engañando a Max?

 —¡No! —gritaron ambos a la vez. Leopold se golpeó la frente con la palma, mientras Alaric contenía a duras penas su rabia —Por cierto, ¿Cómo es que ya tienes concubina? 

 — Ella no es nada mío.— Murmuró el otro airado. 

Jewelry se sentó en el sofá, deseando recibir una explicación y de hecho, no tardó en tenerla.

 —Bueno —Continuó Alaric — Deja que te lo explique —señaló en dirección al hombre de peinado punk, ignorando las miradas duras que le dirigía a la muchacha. —Como tal vez sabrás, o no, él es Leopold Mureau, el novio de Maxine desde hace dos años. Somos amigos, aunque la mayor parte del tiempo no estoy muy seguro de eso —entonces, sin previo aviso, agarró al sospechoso francés del cuello y lo golpeó contra la pared —Por cierto, ¿dónde están mis veinte dólares? Creo que he sido bastante generoso dándote más tiempo para pagarme.

 —¡Aquí!  — rápidamente, Leopold se sacó la cartera del bolsillo trasero del pantalón y sacó el billete. Alaric cogió tanto el dinero como su cartera, sacando otros cinco extra.

 —Intereses —explicó, arrojando la cartera al pecho de Leopold— Bien, ¿por dónde iba? Ah, sí. Éste tiene la costumbre de enfadar a su adorada novia y, cada vez que discuten, parece que el fin del mundo ha llegado y por eso, en un esfuerzo por evitar que los ruidos de cristales rompiéndose y muebles destrozados me molesten, dejo que se quede aquí cuando discuten.

MUSA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora