Capítulo 30.

523 45 24
                                    

Salida a escena.




"Alaric..."

Nunca le había dado tanta importancia a respirar, en toda su vida. ¿Quién lo hacía? Era involuntario, un acto reflejo, algo que ocurría tanto si se quería como si no. El cuerpo necesitaba oxígeno, así que lo tomaba. Inhalación, expansión de los pulmones, exhalación, vuelta a su tamaño normal. Repetición. ¿Cómo una función tan simple podía tener tanta importancia, hasta ser una cuestión de vida o muerte? No lo sabía... pero, si ella no lo hacía, él tendría que hacerlo por ella.

"Sabes que soy una prostituta, ¿verdad?"

Lo sabía, pero le daba igual. Era insignificante, no tenía importancia. Daba igual que hubiera besado a tantos hombres antes que a él, que les hubiera dado absolutamente todo, menos el corazón que él se había encargado de aplastar, el corazón cuyos latidos ya no podía sentir...

"Eres igual que los demás."

Oh, claro que sí. Los demás la hubiesen dejado tirada en el callejón, aquella lluviosa noche de agosto. Le habrían hecho de todo, dejándola que se enfriara, enfermara y tal vez muriera ahogada en su propio vómito, antes de que cualquiera pudiera encontrarla. Pero, a pesar de ser por algo tan egoísta, la había sacado de aquel oscuro y asqueroso lugar. Le había dado una cama en su salón y libertad bajo su mandato, pues le permitió hacer lo que quisiese, a excepción de algunos detalles. Le había dejado que le golpease, desafiase e incluso que escondiera sus sillas...

"Si quieres que me vaya, ¿por qué no me echas?"

Porque no quería que lo hiciera. Los motivos habían cambiado por el tiempo, pero la realidad era que la necesitaba junto a él, para mantenerlo a raya, para que se quejara por reorganizar los muebles, para que le suplicara que le hiciera tortitas para desayunar. Tenía que tenerla, tenía que verla cada mañana, antes de dar las clases de piano, tenía que sentarse en el sofá después de un largo día y escucharla quejándose acerca de algún cliente del restaurante que no le había dado propina porque era imposible que hiciera lo que le pedía. Y habría dado cualquier cosa, cualquier cosa, incluso sus propias manos, aunque no pudiera volver a tocar jamás el piano, a cambio de que ella abriera los ojos.

"Deja que me vaya."

No lo haría. Se negaba. Jamás, jamás la dejaría marchar. Ni siquiera si había un terremoto en la ciudad y el complejo de Las Noches se desmoronaba. Ni siquiera si le decía que le odiaba y deseaba que estuviera muerto, para no volver a verlo. No. Eso le daría igual e incluso lo aceptaría, si significaba que estaba viva, que existía, que respiraba, en alguna parte.

Oh, Dios, por favor, haz que respire.

"Me salvaste la vida, Alaric."

Si eso era cierto, tenía que volver a hacerlo. No iba a dejarla tirada, igual que habían hecho todos los que habían pasado por su vida. Ella era mucho más fuerte; se lo había demostrado muchas veces... Sólo necesitaba algo de ayuda y él era quien iba a dársela. Era lo mínimo que podía hacer. Respiraría por ella hasta que decidiera despertarse y volver a intentarlo. Se quedaría a su lado, sujetándola hasta que fuera capaz de caminar, incluso aunque sus pies la llevasen a alguna parte, lejos de él. Sustituiría las botellas, el tabaco y el océano de hombres sin rostro. Sería aquél que la sacó del infierno, aquél que la liberó del frío e inmortal agarre divino.

Fue difícil concentrarse en lo que estaba ocurriendo a su alrededor. No recordó los gritos de Leopold; joder, no recordaba que hubiera dicho nada. El mundo entero se había reducido al tamaño de esa habitación, a una burbuja que sólo los englobaba a ellos dos; uno vivo y la otra, tratándolo, el corazón del primero tratando de separarse de su cuerpo y entrar en la segunda. Sí, se lo daría, si pudiera. Le daría lo que fuera... lo que fuera. Se merecía eso y mucho más.

MUSA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora