El lunes por la mañana, Anna permaneció sola en el
Instituto. Alissya le mandó un mensaje diciendo que no
podría ir ya que, estaba enferma, y ahí fue cuando ella
empezó a temblar… Sin Alissya no podría caminar con
tranquilidad por los pasillos, no podría estar tranquila
porque cuando estaba con la rubia, Sandy solo le
insultaba, y ahora… estaba sola, podía lastimarla.
Anna chocaba la punta del lápiz contra el escritorio
cuando una mano con unas uñas largas, y rojas se apoyó
en el mismo. Levantó la vista, y Sandy le sonrió de lado.
« Oh, Dios mío. »
La clase había terminado, y ahora, todos se irían a su
casa… Menos Anna.
Sandy la tomó del borde de su camisa, y le rompió una
parte de esta.
Lo que le faltaba, que le rompiera todas las blusas que
llevaba al maldito colegio.
—Estás sola… Y en el aula, no hay nadie que pueda
defenderte. —Dijo mirando a los alrededores. —Tampoco
está ese nuevo novio tuyo, el grandote… —Rió, y la
levantó por la camisa del pupitre.
La apoyó contra la pared, sin golpearle la cabeza, y llevó
sus manos a las caderas en forma de jarra. Le miró de
arriba, abajo, y después soltó una carcajada… Anna
sentía inseguridad en ese momento. Sandy le señalaba
con el dedo índice, y le decía cosas, y cosas feas sobre su
cuerpo, su ropa, su cara, y su manera de peinarse… Una
puerta se abrió, y un chico con pelo castaño claro
apareció… Justin.
Anna agradeció al Cielo que apareciera, si era bueno; se
llevaría a su novia y esta, la dejaría en paz hasta que
pudiera escapar del Instituto pero, si era malo; vería
como Sandy le pegaba hasta dejarla sin respirar.
Justin les miró, y cuando Sandy llevó una mano a la
mejilla de Anna, él avanzó hasta tomarla de la cintura, y
besarle el cuello, el agarre de ella se fue relajando hasta
dejarla a Anna, el tiempo para escapar.
Si corría, podía salir de Instituto y alejarse lo suficiente
para que Sandy no le alcanzara pero, su mente estaba en
otro lado, y si en vez de caminar, corría, algo podría
pasarle por estar desconcentrada.
Iba por la calle cuando sintió pasos detrás de ella, paró
en seco, giró la cabeza, y no había nadie. Siguió
caminando por la vereda, rota, y casi tropieza; escuchó