Narra Justin.
Sin duda hoy era uno de esos días que solo quería
quedarme mirando la televisión mientras comía palomitas
de maíz y sostenía a una chica entre uno de mis brazos.
Era un día perfecto para aquel plan: nublado, frío y el
cielo negra, parecía que una tormenta llegaría por la
noche. Sabía que a Anna le agradaría, le gustaban las
tormentas, el ruido de las gotas chocando contra el
asfalto y también, contra su ventana. Londres tenía un
aire más antiguo cuando la lluvia caía sobre la Ciudad
empapando todo, tomé mi teléfono de la mesa de luz sin
antes sonreírle a la foto del cuadro –Anna y yo abrazados
y otra en la cual nos estábamos besando, era una linda
fotografía–, y marqué el número de Anna. Tardó en
contestarme; era la tercera vez que llamaba y al tercer
tono me contestó, una tranquilidad invadió mi cuerpo y
pude despreocuparme. Su tono de voz sonaba alegre,
pude –de alguna manera– notar que una sonrisa se
expandía por sobre su rostro cuando le llamé ‘amor’.
Escuchar su risa en la mañana era como escuchar a los
pájaros cantar, era demasiado hermoso porque ella era
hermosa. Además, verla reír o sonreír era como lograr un
milagro, así de bello y así de perfecto.
Hablamos por unos cuantos minutos hasta que ella
mencionó que debía cambiarse ya que, empezaba a sentir
el frío. La razón por la cual no me había contestados las
llamadas era porque se estaba dando un baño y con los
ruidos que provocaba el agua artificial contra la cerámica
fue imposible escuchar el tono de llamada sumándole que
el celular estaba en la alcoba y no en el baño junto a ella.
Bloqueé el teléfono cuando finalicé mi conversación con
Anna, y me quedé mirando mi habitación, esta era un
completo desastre: ropa tendida por el suelo, la cama y la
silla del escritorio; bolsas de comida chatarra, latas de
soda por el piso y cajas de pizza debajo de la cama. Mi
habitación estaba hecha un lío, mi madre siempre decía
que no entendía como podía vivir entre toda esa basura y
el olor que producía, yo suponía que sólo lo decía para
que ordenara un poco pero nunca me di cuenta de que
estaba acostumbrado a todo eso. Me paré de un golpe y
fui hacia la cocina a grande zancadas, busqué bolsas de