Capítulo 9- Fragilità

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Cuando pudo Mia calmarse fue entonces que les pegó la realidad, literalmente.
El golpe que había recibido D'Antonio dolía desde el momento en el que lo recibió, pero ahora, una vez pasada él adrenalina y Mia calmada, todo les cayó como un vaso de agua helada.
Su abdomen había comenzado a enrojecerse por el golpe y le dolía todo; cuerpo, mente y alma. La cabeza parecía que le iba a estallar y su mirada no praba de buscar la de Mia, aunque esto fuese inútil en estos momentos.

Llamaron a la policía y esperaron juntos hasta que llegaron, en la misma posición en la que se encontraban al comienzo, pero esta vez sin lágrimas y solo silencio.
No asistieron esa tarde al trabajo claramente y en su lugar tomarían el día de mañana también sin ir al trabajo, quizá no era tanto por D'Antonio sino por Mía, estaba extraña, como si algún recuerdo le llegara a su mente, uno lejano.
Los policías dijeron que investigarían el caso pero, al ser tan efímero, lo más probable es que no llegasen a nada y se cerrara como un simple robo a mano armada. Aunque D'Antonio sabía que no era tan simple como eso ni una casualidad del momento en el que los asaltaron.
Por otro lado Mía no sabía que hacer, ya había pasado por cosas similares múltiples veces, pero esta por alguna razón le traía un sabor amargo a la boca, ese hombre tenía algo familiar; pero no sabía que. Podría ser el aroma o la fuerza que implementó, podría ser el tono de voz o la mirada penetrante que le había dado. Y en el fondo, muy en el fondo, sabía quien era pero sería imposible que sucediese ahora. Se limitó a responderle a los oficiales y a guardar la calma, estaba sin ánimos claramente.

Luego de los interrogatorios, las ambulancias y las horas perdidas, Mía no quería volver a su hogar. Sabía que Sophie no estaría ahí sino que se encontraba por esta semana en otros asuntos que era mejor dejar de lado, aunque se mantenían en contacto firmemente.
Su relación era complicada pero leal, siempre estaban la una para la otra como si fuesen carne y hueso.

La mirada de Mía ya no era endiablada o provocativa como solía serla en la mañana; era una mirada perdida, sin rumbo, en shock. Y esto no lo dejaría pasar su acompañante.

-¿Quieres que te lleve a tu casa Mía? Lamento mucho lo que sucedió y no poder ayudarte, todo esto me tiene tan confundido tan- no logró terminar la frase porque ella ya se había adelantado al típico discurso de perdones.

-No te preocupes, no podías hacer nada al respecto, es solo que no quiero ir a mi casa, quiero ir a cualquier lugar menos allí- dejo las palabras en el aire sabiendo que, si no iba a su casa terminaría en la casa de alguien que alguna vez fue su amigo aunque el tiempo los separó. Tenía muchos de esos. -Es sólo que... no tengo lugar a donde ir- esto lo dijo casi en un susurro, casi para sí misma.

No tuvo que pasar mucho tiempo para que D'Antonio reaccionara, sintiendo culpa y nuevamente adrenalina dejo que las palabras saliesen de su boca.

-Ven conmigo Mía, deja que te lleve a mi casa-
Mía lo observó con desconfianza, dudando, pensando en que si aceptaba todo se descarrilaría y no quería eso en estos momentos. -Prometo no hacer nada que tu no quieras, descansaras y te tomarás el día libre-

-Yo..- por primera vez en horas levantó la mirada y la centro en los ojos del magnate, que esta vez lucia asustado, había miedo en sus ojos, y no pudo decir que no.

Caminaron en silencio hasta llegar al edificio en el que estaba el auto de D'Antonio, la noche ya había caído sobre ellos pero no había nada de romance esa noche. Solo silencio.
D'Antonio se adelantó y le abrió la puerta a Mía, esta le dirigió una mirada serena como agradecimiento y se subió en el auto negro, aunque no tan negro como la noche.
El camino fue tranquilo, el no quería manejar a grandes velocidades y ella, sumida en sus pensamientos, cayó dormida en el asiento de acompañante. Una melodía dulce sonaba, y todo el viaje se basó en miradas que D'Antonio le daba a Mía; este no podía creer que la chica que estuvo luchando contra él a la vez que lo provocaba de mil maneras distintas, la chica atrevida que se encontró en una pagina por casualidad, su secretaria tímida que se limitaba a hacer su trabajo, la mujer con más de mil demonios en sus ojos... caía rendida, descansando con suspiros relajados, a su lado en el auto.

Al llegar tuvo que batallar con sí mismo sobre si despertarla o pasar la noche entera observándola dormir en su auto, pero esto no era lo correcto, aunque pareciese que lo correcto no le interesaba mucho este último tiempo.
Se decidió por despertarla suavemente, pero lo único que logró conseguir fueron pequeñas protestas saliendo de entre sus labios, lo que le causó gracia conociéndola despierta. Bajó del auto y fue hasta la puerta del acompañante, tomándola a Mía en sus brazos, la cual quedaba pequeña a comparación de él. Abrió la puerta como pudo y se dirigió escaleras arriba hasta llegar a su cuarto.
La cama estaba tendida, por suerte, así que colocó a Mía a un costado y le saco la campera y zapatos.
Por su parte él se fue al baño y estuvo pensando un par de minutos, hasta que se desvistió y se fue a acostar.

Por primera vez en mucho tiempo, el costado derecho de su cama estaba cálido, mientras que él dormía en el otro extremo observándole hasta el más mínimo detalle de su rostro.

Tal vez los demonios no son tan demonios en el subconsciente, y en lugar de eso eran ángeles comunes que se escapaban cuando podían para hacer temblar el cuerpo. O quizá los ángeles tenían muchos demonios que dejaban salir en la intimidad, les daban vida hasta hacerlos caer en lo más profundo de sus fantasías hasta próximo aviso.

Peligrosa obsesión [+16]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora