12.Daniel

15 5 1
                                    

Al día siguiente mi mente está al borde del colapso.
Intento que sea lo más tranquilo posible, pero no puedo. Cuanto más transcurre el tiempo peor me encuentro.

Mis malos recuerdo se manifiestan en mi cuerpo disfrazados en un dolor de cabeza insoportable.
Me tomo un ibuprofeno para ver si se me calma un poco. Nada, sigo igual.

Tengo que hablar con él, no puedo estar huyendo por siempre de esta situación.

Son sus frases subliminales, esas que mete en cada conversación y van dirigidas para mí. Lo sé porque me mira, con esos ojos verdes, atormentándome y recordándome todo lo que sucedió.
Nunca cambiará.

Ya no tendría sentido contárselo a nadie, después de tantos años sería patético. Me arrepiento de no haberlo hecho, debería haber hablado con mamá, pero tenía miedo de sus amenazas. Él si las cumplía.
Sobretodo tenía miedo de ser juzgada y rechazada.

Me retiro a la habitación diciendo que me duele la cabeza y que no me encuentro bien. Mas tarde hablaré con Elena. De momento tengo que intentar lidiar con mis propios demonios.

Me tumbo entre las mantas para acurrucarme como cuando era niña.

Las bisagras de la puerta resuenan al ser movidas. La puerta se abre y veo la sobra de su cuerpo moverse por mi habitación.

Su simple presencia me eriza la piel.
Quiero desaparecer, hundirme entre las sabanas y que el colchón me trague para no volver.

He vuelto a entrar en ese trance del que tanto me cuesta salir. No puedo moverme o reaccionar.
Esto me recuerda demasiado a mi niñez.

La luz del salón ilumina la estancia. No me muevo, no puedo acerlo, así que cierro los ojos e intento controlar mi respiración. Si aparento estar dormida quizá se vaya.

Ingenua de mí.

Entra y cierra la puerta tras de si. La oscuridad vuelve a inundarlo todo. Escucho el sonido de sus zapatos chocar contra en suelo de madera.
El colchón se hunde con el peso de su cuerpo. Entonces siento su aliento chocar en mi mejilla, su aroma a perfume de hombre que lo impregna todo. Esta inclinado sobre mí.

Debería levantarme y gritarle que salga de mi habitación, que no vuelva a entrar. Gritarle por todo lo mal que me lo hizo pasar en esta casa. Gritarle por todas esas veces en las  que me hizo callar, por todas esas veces en las que entró en mi cuarto estando yo dormida.
Pero sobretodo por robarme la inocencia.

Una lágrima rueda por mi mejilla al no poder hacer nada de eso. Parece muy fácil pero no lo es.
En ocasiones como está el cuerpo no responde como uno quiere, es el miedo el que dirige la situación.
Lloro por no ser tan fuerte como me gustaría.

—Se que estás despierta hermanita— aparta un mechón que se ha escapado de mi coleta y me lo coloca detrás de la oreja. Todos los pelos de mi cuerpo se erizan. Un escalofrío recorre mi ser de arriba a abajo. Trago saliva. Tengo ganas de vomitar, es asqueroso. Daniel es asqueroso y repulsivo.
No soporto escuchar como se refiere a mi. "Hermanita". Cómo se atreve a hacerme esto.

Hijo de puta.

—No llores princesa—me limpia la lágrima que moja mi mejilla—Cada día estás más guapa. Tu rostro pálido como el alabastro, tu piel suave— me acaricia el óvalo de la cabeza mientras pronuncia esas palabras — Tus precisos ojos. Recuerdo como brillaban por las lágrimas—me habla como si estuviera contándome una historia, algo que pasó hace mucho. Totalmente tranquilo. En cambio yo estoy apunto de derrumbarme. Todas esas imágenes tormentosas de mi pasado se hacen presentes.

—Recuerdo como esas lagrimas caían sobre tus carnosos labios y los dejaban húmedos y perfectos para mí. ¿Qué ha pasado Lia? ¿Dónde está esa niña pura e inocente que conocí?—

¿¡Inocente!? ¿Cómo se atreve a preguntar eso? Él fue quién se llevó mi inocencia junto a su maldad.
Le encantaba verme llorar.

Más lágrimas se desbordan de mis ojos. Estoy en el punto en el que no puedes controlarte, hipas y sollozas sin ningún control.

—Se que en el fondo sigue ahí—sigue hablando como si nada—Que pena que no te despiertes para recibirme— me pasa la mano por encima de la frente—no frunzas el ceño, eres demasiado guapa para estropear tu rostro con esas arrugas.

Me besa la frente, posando sus labios más de lo debido. Noto la distancia de su cuerpo. Y entones escucho el sonido de la puerta cerrarse. Mis pulmones se abren y puedo volver a respirar.

Me odio profundamente.

La ansiedad empieza a apoderarse de mí. Paso el día en mi habitación intentando controlarme.
Esto no puede estar sucediendo, otra vez no. Hace años que dejé de tener que lidiar con los ataques de ansiedad. Pero esto a sido demasiado para mí, siento que me estoy ahogando.

Empiezo a llorar y llorar, no puedo parar. Todos los recuerdos se reviven en mi interior y me siento la niña tonta y vulnerable que un día fui.

Horas después, después de estar en el mismo sitio, alguien vuelve a entrar.

—Lia...— apoya una mano sobre mi espalda, encima de la manta que me recubre.

Suspiro tranquila al reconocer la voz de mi hermana. No podría soportar más encuentros como los de hoy.

Se sienta en silencio junto a mí.
Intento limpiarme las lágrimas y que no se de cuenta de mi mal estar.

Estoy de espaldas, por lo que no puede ver mi rostro. Aprovecho ese hecho para deshacerme de todas y cada una de mis lágrimas derramadas.

—¿Estás bien?— no contesto. Sé que si lo hago me romperé y no quiero hacerlo frente a ella— Siento todo lo sucedido. Sé que no hay escusa para lo que he hecho—

Me vuelvo para poder mirarla. Se que al ver mis ojos a notado de inmediato que están enrojecidos e hinchados.

—¿Entonces por qué lo has hecho? No vuelvas a hacerlo... Nunca— le cojo de la mano y se la estrecho con cariño — Sabes que si te pasa algo puedes contarmelo ¿Verdad?—

Mi pregunta va dirigida más bien para mí. Para quedarme tranquila. Para saber que nada malo va a suceder si me marcho y la dejo con mamá.

Asiente con la cabeza y me abraza. Sonrió agradecida. Hacía tiempo que mi hermana no mostraba esos gestos de cariño hacia mí.
Aún así estaré con un ojo sobre ella. No puedo dejar que algo como esto vuelva a suceder.

Me estrecha entre sus brazos y sé que está bien.
Por unos segundos temí que Daniel le hubiera hecho algo.

Que tonterías... Él solo tiene ojos para mí, tiene una obsesión. Nunca podré decir que ha sido mal hermano con Elena, ni un mal hijo.

Eso es lo que más me descoloca. Por qué tuve que ser yo.
Me río con cinismo.

—¿Qué pasa?— pregunta Elena. Un silencio invade el momento hasta que fórmula su siguiente pregunta—¿Por qué no os habláis?— me dice como si supiera que estoy pensando en Daniel.

Esta situación es normal para mí.
Cada vez que vengo de visita le ignoro, o paso la mayor parte del tiempo junto a Jack.
Por desgracia, me doy cuenta de lo incómodo que tiene que ser para toda la familia.

Que un día para otro me dejara de hablar con mi hermano no es algo normal.
Intentaron hablar conmigo, con él también lo hicieron.

Daniel se decidió por echarme a mí la culpa y decir que era yo la que le dejé de hablar de repente.

Yo simplemente me dije que no le contaría nada a nadie, por mucho que me doliera, tanto a mí como a mi madre o a mi padrastro.

—No te preocupes por eso— le doy un beso en la frente— Anda, vete a la cama enana— sonríe al escuchar el apelativo que usaba cuando éramos pequeñas.

Cuando me vuelve a dejar entre la oscuridad de mi habitación, vuelvo a pensar en Daniel.

Yo fui la primera en dar pie a todo lo ocurrido. Era tan pequeña... No sabía lo que hacía.

ÁMBARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora