28. Pasado

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Todo lo ocurrido a continuación es un completo caos. Leo está sudando y dando voces por todas partes. Se supone que debería estar preparado para este momento pero ¿Quién esta verdaderamente listo para traer una nueva vida al mundo?

Rebeca está que se muere de dolor. No para de encogerse cada dos pasos que da. Finalmente Leo la coge en brazos y la lleva hasta el coche.

Derek y yo nos vamos en su coche hasta casa de Leo para recoger la bolsa con todo lo necesario para este gran día.

Cuando llegamos al hospital Rebeca ya está en el paritorio. Vaya, si que tiene ganas de llegar al mundo este niño. Sí, va a ser un chico y seguramente precioso como los padres.

Derek y yo esperamos fuera con las manos entrelazadas. Tenemos mil cosas que aclarar pero este no es el momento.
El médico nos anuncia que ya podemos entrar. Cuando veo a Rebeca tumbada en la camilla y con el pequeño en brazos se me humedecen los ojos. Leo está a su lado acariciando la cabecita de su hijo y con una sonrisa gigante.

Me acerco a ellos y Derek me sigue. Esto es lo más bonito que he visto en mi vida. La madre tiene una cara de cansancio visible, sin embargo la sonrisa de ver a su hijo mover las manitas y abrir la boca no se la quita nadie. No sé como se estará sintiendo pero debe de ser espectacular tener en brazos a esa criatura que has tenido en el vientre durante nueve meses. Esa cosita que te hace cambiar de humor, engordar y comer pero que aún así quieres con toda tu alma.
Sí, esa es la cara que tiene Rebeca. La del amor incondicional de una madre.

—¿Quieres cogerlo?—asiento embobada y estiro los brazos para recibir al pequeñin.

—Madre mía, es precioso— mueve los brazos de una forma muy graciosa lo que me hace sonreír.

¿Sabéis eso que dicen de que los recién nacidos no se parecen a ninguno de sus padres? Pues en este caso es mentira. Por muy pequeño que sea, debajo de sus pequeños párpados hay dos ojos verdes. Igualitos que los de su madre. Y su nariz, está claro que la ha sacado del padre.

—Creo que va a ser igual de pelirrojo que su madre— comenta Derek, que se había mantenido al margen.
Me mira con los ojos grandes y amarillos. Como si intentara ver en mi interior. Descifrar algo que ni yo misma sé.

—¿Como se llama?—pregunto mientras acaricio el moflete del niño.

La pareja se mira y dicen al unísono:
—Allan Jackson—

—Pues entonces bienvenido al mundo Allan— el pequeño sonríe y a mi se me cae una lágrima.

Derek se coloca a mi lado y se agacha para hablarme al oído.

—¿No te gustaría tener uno?— me limpio la lágrima y le miro indecisa.

—No lo sé—

Salimos del hospital. Miro a Derek, está pálido.

—¿Te encuentras bien?— me mira, apretando los labios en una fina línea.

—Sí, solo que ver a Rebeca con su hijo...tan feliz. No sé como una madre puede hacerle daño a un hijo—

Alzo los ojos para encontrarme con los suyos.

—Derek...—

-—Ven Lia. Vamos a dar un paseo— me coge de la mano y empezamos a andar.

Andamos y andamos.
Llegamos a un paseo marítimo y nos adentramos en la arena. Nos quitamos los zapatos para que estos no se llenen de arena y proseguímos.

Es primavera pero aún hace frió, el sol está bajo apunto de desaparecer. Se sienta en la arena y tira de mi mano para que le siga.
La brisa fresca del mar choca contra mí cara alborotándome los mechones. Respiro hondo y siento el olor salino del aire.

ÁMBARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora