Primeras 5 horas en Londres

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Tocar tierras inglesas no había sido tan fácil como lo había imaginado. 

Me colgué la maleta al hombro, y lancé un gran suspiro mientras que a mis espaldas Lucy parloteaba como periquillo hablador. Practicamente estaba brincando de la emoción en el asiento de la ventana cuando, al asomarse, se encontró con el gran Big Ben dandole la bienvenida al viejo mundo. Yo, en cambio, no me encontraba tan... entusiasmada, con mi regreso.

El aeropuerto lucía exactamente igual a como lo había visto la última vez que había estado ahí, cuando salí corriendo a Italia tras la llamada desesperada de mi hermana, diciendo que mi abuelo estaba más grave de lo que se le había imaginado; la única diferencia había sido el andén que había tomado.

Los grandes ventanales a lo alto del lugar que rodeaban el perímetro dejaban ver un cielo gris, pero sin nada de lluvia. La gente caminaba apresurada y sin cortesías por los pasillos, comía en McDonalds, compraba un frappé o simplemente prefería optar por unas papas fritas para un viaje ligero y sin probabilidad de mareos —cosa que yo hacía con bastante frecuencia cuando viajaba—. 

Cruzamos los pasillos con losas tan radiantes que practicamente veías tu reflejo en ellas. Los barandales de vidrio le daban un aire de sofisticación al lugar, y el olor que se <<sentía>> en el ambiente era el típico de nuevo, exuberante y emocionante por al idea de conocer una nueva ciudad. O en mi caso, de regresar.

— Muero de hambre —declaró Lucy apenas salimos al exterior del gran aeropuerto. 

El sonido de los claxon de los taxis que se estacionaban en la acera curvada, el aire que soplaba fuertemente, el frío que me congelaba hasta los huesos, todo eso de algún modo me reconfortaba. 

Al mirar a toda la gente caminando con sus maletas al hombro y su sonrisa de esperanza me di cuenta de que, en verdad, el verano había terminado. El frío que se colaba entre mi abrigo de felpa en el interior me hizo darme cuenta de que, por mucho que esa ciudad hubiera sido mágica en su momento, el calor y la maravillosidad de aquella época habían terminado; ya no era <<Mi verano>>. Era invierno, un frío invierno que me daba la posibilidad de congelar mis recuerdos por unos segundos para poder aprovechar y disfrutar con mi mejor amiga.

El viento elevó mi cabello antes de que Lucy se abrazara a su misma con fuerza y comenzara a temblar a medias en su lugar. Me miró con sus grandes ojos verdes abiertos como par de naranjas y observó a nuestro alrededor.

Mi Londres se había ido.

— Tomemos un taxi y vamonos ya; me congelo hasta la médula.

— Apuesto a que ni siquiera sabes donde está eso. — Lucy soltó una carcajada mientras que se acercaba a un taxi negro y abría la puerta. 

...

— ¡El London Eye! —gritó Lucy emocionada mientras que sostenía la cortina para aclarar la vista de la ventana. —Esto es un sueño. —suspiró con ilusión, y yo sonreí. 

— ¡Feliz cumpleaños! 

Lucy giró sobre sus tacones, y me miró con una sonrisa cerrada marcada en los labios. Ladeé la cabeza y observé lo feliz que se encontraba. Su felicidad de algún modo compensaba mi inseguridad. ¡¿Cómo había sido tan tonta?! Jamás me podría haber llegado a encontrar a Justin en una ciudad tan grande como lo era Londres; ni siquiera estaba segura de que realmente estuviera ni en el continente; podría estar en cualquier parte del mundo, como Asia, Oceanía o si tenía la oportunidad Groelandia. 

Con Justin las posibilidades siempre eran infinitas. 

La lluvia comenzó a caer, chocando contra las ventanas. Lucy giró para observar como las gotas de lluvia comenzaban a atacar toda la ciudad de Londres, y yo suspiré.

Una escritora sin amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora