El más triste día Tres

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Unas cuantas correcciones, arreglos ortográficos, y mi ensayo estaba listo para ser enviado y leído por directivos de la universidad. Sentí al corazón en la garganta cuando le apreté al botón "Enviar" en la parte superior de la hoja en blanco en el correo.
Dios mío santo.
Me levanté de la cama, y caminé alrededor de toda mi habitación. Cuando posé mis ojos en el calendario, mi corazón se detuvo al momento en que vi el Numero 3. 3 de Junio. Dos meses... quedaban dos. 

“— Feliz Tres de Julio. — dijo con júbilo. Él, al ver mi rostro de "¿Qué?" Rió y aclaró su garganta. — hay que hacer del tres de Julio nuestro aniversario. 
— ¿Aniversario?
— Aniversario de Amistad. — aclaró. Yo reí, y el tan solo sonrió mirándome fijamente. 
— ¿Tres de Julio? - el asintió. — Feliz aniversario de amistad."

Oh, Dios... ¿Él lo recordaría? Ese ya no sería un aniversario de amistad, ¿O sí? Bueno, ya habíamos cruzado la línea de amigos hacía un tiempo, así que era difícil pensar si era fecha era algo importante.
Tantos pensamientos enmarañados estaban matando mi cabeza. Necesitaba un buen baño.
Caminé hacia mi ropero, y tomé una blusa de tirantes, un short y ropa interior; envolví todo dentro de mi toalla, y me fui con mi neceser bajo el brazo hacia la puerta. Mi corazón casi salta de alegría al ver a Justin, al pie de la puerta, con una rosa roja en la mano. 
— Feliz día Tres. — sonrió de oreja a oreja, y me entregó la rosa. No pude evitar sentir como sonreía como una boba chica enamorada. Justin se acercó a mí, y besó mi frente de una manera tierna. — Tengo que irme con Lorenzo para ver un asunto de papeleo, pero no quería que olvidaras que día es hoy.
— ¿Olvidarlo? — Pregunté y bufé. — Yo nunca olvido nada. — Justin sonrió de oreja a oreja, para después inclinarse hacia mí, y darme un delicado beso en los labios. 
— Te amo mucho. Feliz aniversario de amistad.
— ¿Sigue siendo de amistad? — Justin rió y yo alcé la ceja mientras veía a la hermosa rosa que tenía en mis manos. No era una flor normal, era grande, y tenía sus pétalos bien separados y definidos. 
— Mejor lo dejamos en Aniversario. 
— Aniversario es para un año.
— ¿Quieres dejar de poner peros y disfrutar? — Rodeé los ojos sonriente, y él besó mi mejilla. — Regresaré en la noche. 
— Suerte. — Dije antes de ver como Justin desaparecía por el pasillo.







...








— Así que... ¿Cada día Tres van a celebrarlo? ¿En serio? — Ronny arrancó con sus dedos un pedazo de cascara de aquella naranja agria que tenía en sus manos. — ¡Ja! ¡Y dices que yo soy la ridícula!
— ¡Ronny! — enrojecí; si, sabía que era patético y cursi, pero... ¿Por qué no podía intentar ser yo una chica patética y cursi? Siempre había sido lo contrario a eso, así que tener una excusa para salir de lo típico era bueno. — Tú si has sido más ridícula que yo, no me hagas recordar el modo. — Ronny soltó una carcajada, para después meterse un pedazo de naranja en la boca, sacarle todo el jugo, y tirarla al cesto de la basura. 
— Da lo mismo. — Mi hermana mantenía el ceño fruncido gracias al ácido de la fruta; sacudió su cabeza, y gesticuló varias caras para intentar desarrugarla, como ella decía. — Se ven bien juntos. Me alegra que al final, Italia si haya sido una buena opción. 
Para mi sorpresa, no dijo nada más. Pensé en ese momento que volvería al tema de la distancia, y la verdad, ese día, no tenía nada de ganas de tocarlo. Al menos ese día tres, tenía que relajarme y pensar solamente en Justin y yo. 
Ronny y yo no hicimos más que platicar las siguientes 3 horas. Las risas y charlas hermana a hermana eran algo que ya llegaba a añorar bastante, así que pasar tiempo de caridad con ella era una buena sensación. 
Mi hermana regresaría a Boston en 3 días más, y de ahí yo no la vería hasta que pasaran los siguientes dos meses y, al tener que entrar a la universidad otra vez, yo tendría que regresar.
¿Por qué todo parecía relacionarse a la partida? ¿A alejarme de Italia? ¿De Justin? Sacudí la cabeza, desterrando aquellos negativos pensamientos. Me había prometido a mí misma no pensar en eso... hacer que regresara a mi cabeza no era una opción. Menos aquel día, donde todo tenía que ser perfecto. ¡Dos meses de conocer a Justin! Eso era algo bastante grande. 
Pero entonces, el timbre sonó. Y yo no sabía lo que vendría en aquel momento... algo que aparentemente cambiaría todo. 
— Voy yo. — Dijo Ronny, levantándose del sofá de la sala. Tomó el vaso de vidrio del portavasos de la mesa de centro, y caminó hacia la puerta sin prevenir ella tampoco. ¿Cómo lo íbamos a saber? Jamás me hubiera esperado que el decidiera llegar en ese preciso instante. — ¡Van! — Habló Ronny en voz alta, para que la persona que tocaba el timbre supiera que ya estaba en camino. 
Mi hermana desapareció de la sala, mientras que escuchaba sus pasos hacia la puerta principal. Escuché como abría el cerrojo, y abría la puerta. Y entonces, el vaso de vidrio se calló al suelo. 
— ¿Ronny? — Exaltada, y sin recibir respuesta de su parte, me levanté del sofá, y seguí el mismo camino que ella había seguido antes de que no escuchara nada de ella. — Ronny, ¿Qué...?
Y entonces lo vi. 
Sus ojos rojos de llanto, hinchados. Su pelo canoso, y arrugas en su frente. Miraba a mi hermana intentando retener las lágrimas, y después pasó su mirada a mí, dejándome totalmente indefensa, rota y moralizada. Ahí estaba él: Mi padre. 
— Elizabeth. — Susurró, como susurrando el nombre de la luna en secreto. Contuve el aire, y no fui capaz de parpadear por segundos enteros. Tenía la impresión de que si lo hacía, el desaparecería, como lo hizo cuando yo era apenas una niña. Y no volvería, jamás. — Renata, Elizabeth... 
Más silencio. Mi hermana comenzó a sollozar sin importarle el silencio que debía mantener, pero yo no me lo permití. No le daría a ese hombre el placer de ver lágrimas rodar por mis mejillas gracias a su gran maldita culpa. 
— ¿Qué haces aquí? — me atreví a preguntar. Mi voz fue severa, segura y clara, hecho que me gusto. Me acerqué más a la puerta, y tomé a Ronny de ambos hombros, comprobando así que la pobre temblaba. Él me miró, y bajó la vista hacia el suelo de la casa de mi abuela. 
— Hola, hijas. 
— No creo que merezcas llamarnos así. — Alcé el mentón, y suspiré con miedo. — ¿Por qué volviste?
Se quedó en silencio, y nos miró a ambas. Ronny ya no temblaba tanto, y en cambio sostuvo fuertemente mi mano, mientras que ambas enfrentábamos a nuestro pasado. ¡¿Por qué había vuelto?! ¡¿Por qué ese día?! ¡¿Por qué a Italia?! ¡Él no tenía nada que estar haciendo ahí! 
— Quería... —Cerró los ojos con fuerza— necesitaba, verlas. 
— Nosotras no. — Abrió sus ojos con la misma energía con los que los cerró. Sus ojos grises me mostraron cuanto nos parecíamos Ronny y yo a él; los tres teníamos la misma marca sobre nuestra nariz, y los tres arrugábamos la frente del mismo modo. ¿Cómo podíamos parecernos tanto a alguien con quien convivimos muy poco? 
Se me formó un nudo en la garganta, y mi quijada tembló en un momento de debilidad. Pero me tragué mi dolor, y continué intentando aparentar fortaleza. Ese hombre no iba a hacer diferencia alguna entre lo que estaba pasando en mi vida.
— ¿Podemos hablar?
— El momento de hablar ya pasó. — Comenté, estando tentada a cerrarle la puerta en la cara. — ¿Qué haces aquí? ¿En Italia?
— Quiero arreglar las cosas. — Declaró.
— ¿Para qué? Apuesto a que tú ya tienes una vida. Ya tienes tu propia familia... nosotras ya no lo somos. — Miré a Ronny de reojo, sintiéndome inmaculadamente orgullosa por ella. Aunque temblorosa, su voz era clara pista de que no lo necesitábamos en nuestras vidas. 
Mi papá posó sus ojos en cada uno de nuestros rostros, como intentando grabárselos. Yo respiré profundamente, intentando tranquilizarme.
— Si alguno de nuestros tíos te ven aquí, no será bonito. Mejor te sugiero que te vallas, antes de que te encuentren. Vete de Nove.
— Yo también viví aquí, Elizabeth. — Me retó, y cerró el puño. — Necesito hablar con ustedes, solo eso. Sé que me he tardado en... — hizo una pausa, y miró a la nada infinita— buscarlas, pero no quiero que el tiempo nos separe. No más. 
¡Que cínico! ¿Pensaba que iba a llegar, y Ronny y yo íbamos a estar dispuestas así como así a abrirle los brazos? 
— No es momento para remediar cosas. Nosotras estamos muy bien si ti, mamá igual. No te necesitamos en nuestras vidas. 
— ¡Pero yo a ustedes sí! 
— ¿Y por qué crees que ahora nos interesa lo que tú necesitas? — Ronny sacudió su espalda, haciendo que yo la soltase. Caminó dos pasos hacia el frente, quedando a menos de 30 centímetros de nuestro padre. — ¿Qué hay de lo que nosotras necesitábamos cuando nos abandonaste? — Miré impresionada a mi hermana, y luego posé los ojos en mi padre. Sus grandes ojos grises temblaban, y las lágrimas se estaban estancando en sus corneas, haciéndolo temblar entero. — ¡Nosotras necesitábamos un padre! ¡No el recuerdo de uno! ¡Y tú te fuiste!
— ¡Ustedes saben que lo hice por el bien de los cuatro! — Recalcó, y dio un paso hacia el enfrente, prácticamente entrando a casa de mi abuela. — ¡Lo hice para que ustedes pudieran tener una vida en paz, y sin gritos!
— ¡Pero prometiste volver! — Ahora la que gritaba era yo. Y esta vez, no pude contenerme. Por qué volvía al tema de que todos se alejan, todos se van, y todos te lastiman. Sin excepciones. Yo parezco tener una clase de don para atraer a las personas a que me hieran. — ¡Y jamás lo hiciste! ¡Ni siquiera te debería recordar como mi padre! 
Las lágrimas comenzaron a caer todas como un grifo abierto en mis ojos. Por primera vez, lloraba largo y tendido sobre el tema, y lo que empeoraba las cosas, era que estaba frente a frente con el único causante de mi dolor infantil. Bueno... el cincuenta por ciento de él. Nunca perdoné a mi madre del todo tampoco. 
— Elizabeth, por favor...
— ¿Sabes cuánto te esperé? — susurré, casi sin aire. — ¿Sabes cuantas noches me quedaba despierta hasta altas horas de la madrugada, para ver si llegabas, como lo habías prometido? — Elevé mi vista el techo, e intenté secarme las lágrimas que ardían sobre mis ojos. — ¡No lo sabes! ¡Nunca volviste! ¡Todos se van, tú te fuiste! ¿Qué puedo esperar de otros, si mi propio padre abandonó a su familia? 
Esa fue la gota que colmó el vaso. No pude más, simplemente no podía. Me pesaban los hombros, y sentía como si una fuerza externa me quisiera estancar en la tierra, haciéndome sentir como un pedazo de madera inmóvil. Pero lloraba, y lloraba mucho; lloré el luto de un padre que te abandona aun estando vivo; lloré lo que no había llorado desde ese día que me prometí no dejarme influenciar por las discusiones de mis padres. Lo que nunca supe, es que de hecho, al ocultar mis sentimientos dentro de mi alma, lo negativo se hacía más grande, y me hacía ser más... más Ely. Inexpresiva, insensible y otras cuantas "In" de por medio. 
— Será mejor que te vallas, ahora. — Susurró Ronny, y escuché como intentaba mantenerse fuerte, por primera vez, sin querer quebrarse. Ahora la quebrada era yo; Irónico, ¿No? 
— Lo siento. — Masculló, y yo elevé mi vista.
— A veces, los "Lo siento" llegan después de que un "te perdono" ya se fue. Demasiado tarde. 
Y sin más, Ronny le cerró la puerta en la cara.
Un extraño vacío y una sensación de tristeza se sintieron de inmediato en el ambiente. Yo no podía dejar de llorar; parecía como si él hubiera activado en mi alguna membrana del recuerdo, e imágenes infinitas de mi niñez estuviesen pasando frente a mis ojos. Me sentí inútil por las lágrimas, la incertidumbre y el saber que era tan débil como jamás había querido ser. 
Una verdadera mierda. 
Escuché como la puerta se abrió otra vez, y me enderecé para mirar hacia el pasillo.
— ¿Elizabeth? ¿Ronny? — Su inconfundible voz me hizo temblar. ¡No! ¡¿Por qué él?! ¡¿Por qué justamente él tenía que verme en ese estado?! 
Justin apareció en el umbral de la sala, y nos observó a nosotras dos al borde de las lágrimas. Lo vi, y entonces supe que lo débil del pasado me hacía débil en el presente también: Iba a perder a Justin. Así como había perdido a mi padre, a mi madre, y a cualquier persona que quisiera estar cerca; iba a perderlo a él. Y perderlo bajo las mismas circunstancias de distanciamiento —o que se hartara de mi— iba a ser el doble de dolores de lo que sería si... 
— ¡¿Qué pasó?! ¡¿Están bien?! — Caminó hacia nosotras, y nos miró fijamente, inocultablemente nervioso y atento. — ¿Qué sucedió? — Me sostuvo de ambos hombros. ¡Sus manos! ¡Esas manos dentro de poco no me iban a volver a tocar!
Así que, otra vez, alguien abrió el grifo de mis pupilas. El pasado abrió la llave de mis lágrimas cuando mi papá apareció por la puerta, pero la incertidumbre del futuro la volvió a abrir, haciéndome sentir como un minúsculo grano de arena, que el viento revolotea por donde se le plazca la mierda. 
— ¡Ely! ¡Háblame!
— ¡Vete Justin! — Lo aparté de mí interponiendo mis brazos entre mi cuerpo y su pecho, y salí de la sala. 
— ¡Elizabeth! — Gritó Ronny; me detuve por dos segundos, pero sin dudarlo, después de eso salí de la casa.
El sol abrazador de un atardecer brillaba sobre el cielo a colores amarillentos. Todo se sentía intranquilamente solo, pareciendo una ciudad fantasma, un camino sin retorno. Y mientras que todo el mundo se quedaba callado, yo sentía como mi corazón se desgarraba. Mi padre, Mi madre, Justin, el mar, la lejanía, perderlo todo. ¡Tenía miedo de perderlo todo! ¡Y jamás me había dado cuenta! Pero lo que en verdad temía con todas mis fuerzas, era el modo de perderlo. Perderlo de repente, sin previo aviso, sin pensar en perderlo desde antes. Jamás me había imaginado que mi papá se iría de casa esa noche de lluvia, así que dolió hasta el infierno. El día en que discutí con mi madre tan fuertemente gracias a su nuevo marido, jamás me había imaginado que sería la última vez que le hablaría. Si perdía a Justin del mismo modo en que perdí a mis padres... no sería capaz de soportarlo.
— ¡Ely! — Justin me siguió hasta el exterior de la casa. Me retuvo con su mano derecha mi brazo, y me hizo girar a verlo directamente a los ojos. Y ahí me volví a quebrar, la cuarta o quinta vez en una misma tarde, en menos de 15 minutos. ¡¿Qué había pasado con la Inquebrantable Ely?! — ¡Ely! ¡Escúchame!
— Déjame, por favor. — Susurré entre lágrimas, llantos y sollozos. Bajé la mirada, observando el asfalto gris y seco, y me bajé de hombros. Tenía la moral rota. 
— Nunca te voy a dejar. 
— Déjame, déjame ahora. No podré soportarlo si lo haces después. — Elevé mi vista, y noté como fruncía el ceño, confundido. 
— Elizabeth, jamás te voy a dejar. Me tienes tan loco que estar un día sin ti, sería una verdadera locura. Me quedaría tan solo que...
— ¡Te quedarías como antes de que yo llegara!
— ¡Deja de hablar de eso! — contestó exaltado. 
Lo miré, y él me miró. Y entonces simplemente supe que tenía que hacerlo. No iba a soportar si lo perdía de previo imprevisto, sin tener idea de lo que pasaría. Prefería adaptarme al dolor de perderlo en ese momento, que no saber cuándo me quedaría totalmente sola otra vez. Como había dicho tiempo atrás: No es bueno habituarse a una persona, mucho menos acostumbrarse a ella. Porque nada dura para siempre, y cuando un "para siempre" se rompe en un "hasta aquí", duele como si te hubieran sacado un pedazo del alma. 
— No puedo hacer esto, Justin. — Aclaré mi garganta, intentando no parecer estúpida mientras lo hacía.
— Ha...¿Hacer qué? — Tartamudeó. 
— No puedo seguir contigo, cuando sé que lo nuestro no tiene ningún futuro. Sé que me dejarás, sé que nos alejaremos, y sé que todo terminará igual. Sé que la historia se repetirá contigo, y no quiero no estar preparada para el dolor de perderte. 
Otro prolongado silencio. 
El cielo bajaba.
Las nubes se iban.
El alba llegaba.
Las estrellas salían.
Y mi amor por Justin estaba siendo enterrado en ese mismo pasto, intentando yo olvidarlo. Olvidarlo por mi propio bien, por un momento de egoísmo.
— Yo no te dejaría jamás. 
— Muy apenas puedo mantener a la gente de mí alrededor cerca de mí, Justin. ¿Te imaginas como sería cuando nos separen miles de kilómetros de agua, y 5 países? — Bufé, para después volver a mirarlo. — Prefiero que toda esta ilusión llegue hasta aquí, en lugar de hacer que se vuelva un dolor insoportable y me duela hasta el respirar lejos de ti. 
Justin se quedó callado, mirándome, inexpresivo. Parpadeó un par de veces, y al cabo de unos minutos, asintió forzando la quijada.
— Entonces, ¿Lo nuestro se acabará así? ¿Para prevenir un dolor que ni siquiera sabemos si llegará?
— Mejor prevenir, que luego lamentar. 
Dije, antes de rodearlo, y caminar de vuelta a la casa.
— Lo siento. 





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