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El invierno en Italia se asemejaba mucho al verano, pero más oscuro: el día estaba bastante nublado a causa de un frente frío que estaba sobre Nove. No estaba a bajas temperaturas como en Londres, pero si lo bastante, considerando que era un paraiso tropical. Con una chaqueta tenía suficiente. 
El taxi continuó todo su camino por la carretera, junto al mar. Este se observaba oscuro, y las olas del agua feroces y asesinas. 
Al costado derecho, paralelo a la costa, grandes formaciones rocosas con plantas practicamente secas impedían mi vista de lo que era el pequeño pueblo que se encontraba justo del otro lado. Una vez rodeado los montes que a los bordes tenían palmeras —las cuales se veían desteñidas por el frío— me encontraría con la ciudad donde todo comenzó: Nove. 
Me limpiaba el sudorde mis manos nerviosas en mi pantalón. Apostaba a que lucía realmente mal: no había ni siquiera tomado un baño después de que terminara mi llamada con Alice. Salí de la cabina, pedí un taxi, y mientras tanto le llamaba a Nicholas, para que tomara mis maletas y las llevara al aeropuerto, mientras yo llamaba para comprar un boleto hacia Venecia. Nicholas llegó apenas 15 minutos después que yo; la salida a Italia más cercana estaba a apenas 2 horas y media, así que me tocó esperar. Lucy se fue en su avion directo a Roma —avión que ya no tenía asientos disponibles— una hora antes. Cuando llamaron a los pasajeros de su avión, Nicholas la besó. Me quedé pasmado sobre ahí mismo; no pensé que se hubieran arreglado después de lo que había ocurrido entre ellos. Decidí voltear a otro lado. 
La chica se despidió de mi, y salió a su avión. Tuve que hacer apojeo de fuerza de voluntad para no pedirle un cambio de boletos.
Y en ese instante, después de pasarmela casi 24 horas de viaje, iba en un taxi desde Conelly hasta Nove. 
El taxista me regalaba miradas de extrañamiento a travez del retrovisor de vez en cuando, y yo no hacía otra cosa aparte de mirar por la ventana. 
Estaba tan nervioso.
¿Qué le diría? ¿Por donde empezaría? Nunca me había sentido tan nervioso en la vida. Nunca había tenido esa impotencia de no saber que mierda hacer para obtener algo que quería... Salvo por Alice. Sin embargo, ella me había dado indicios de que igualmente me correspondía, pero en cambio, Ely me había dejado muy en claro que jamás quería volver a verme. 
Estupendo. 
Cuando la curva de la carretera llegó, bordeado por el mar, tenía el corazón en la boca de la garganta. Y así es como apareció. Costa abajo, Nove comenzaba a mostrar su colorida alegría con casas llenas de flores y colores pintorescos. O al menos eso recordaba: en ese invierno las flores se veían casi secas, como si ellas también tuvieran frío. 
El taxi continuó adentradose a la ciudad, hasta que llegamos hasta el centro, un tan bien conocido lugar por mi. No pude evitarlo: tuve que mirar la florería de Nina. 
Habían logrado la remodelación: estaba el escaparate de madera con las negras profundas pintadas de colores y el fondo blanco; en el exterior tenían escaparates, pero en lugar de girasoles habían Noche Buenas y rosas a montones, y tenía sobre el cristal un letrero con la palabra "aprire". En el rápido vistazo que había alcanzado a dar, observé a una chica de espaldas en el mostrador; no era alguien que yo conociera, o al menos eso pensaba. Me bastaba con saber que no era Ely. 
El taxista manejó por las calles, como si se paseara por éstas todos los días. Siendo Nove un pueblo tan pequeño, la mayoría de los taxistas de Conelly y Fonseca conocían a perfección como andar por ese lugar. 
Terminó el centro, y comenzó a decender por la calle, justo en la calle de la casa de Nina y Ulises. 
Sentía que iba a explotar algo dentro de mi. A lo lejos, se veía como el oscuro mar chocaba contra la costa rocosa. Miré hacia la calle. 
— Es en la casa con pared amarilla —me aferré al asiento de copiloto, impulsandome hacia el frente para señalar la casa. 
El hombre dijo algo que aun no estaba dentro de mi escaso vocabulario italiano, y maneobró para estacionarse justo al frente. 
Sin apagar la máquina, metió el embrage. Y ahí estaba.
La casa se veía vacía, oscura. No veía ni una sola luz, y parecía que no había movimiento. Una parte de mi no quería pensar en la posibilidad de que no hubiera nadie en casa, aunque fuera lo más lógico. 
Bajé del taxi, y lo rodeé hasta la caja. Desde el interior el hombre le quitó el seguro; la presión de liberación del candado provocó que esta se separara apenas unos cuantos centimetros antes de volver a cerrarse de manera sobrepuesta. 
Abrí la cahuela, y una vez que llegó a mitad de camino, se echó para atrás por si sola. Bajé mis únicas dos maletas, y terminé por cerrar la caja. Le di dos golpes al cofre, solo para indicarle al taxista que ya había bajado todo. Éste aceleró calle abajo; lo miré alejarse, hasta que la curva natural de la calle provocó que se perdiera detrás de las casas. 
No quería mirar. ¿Sería muy inadecuado? Ya no importaría una mierda. Estaba a solo 15 metros de Ely, a 15 metros de la puerta. 
Esa casa me resultaba tan familiar, y al mismo tiempo tan extraña. Una mezcla de sentimientos encontrados abordaban mi mente al no saber una mierda sobre lo que haría cuando la llegase a ver. Solamente, por más estúpido que pareciera, en mi cabeza parecía haber una preocupación: <<¿Debí de haberle traido flores?>>.
Empujé la reja que me llegaba a la cadera, y se quedó atorada entre un pedazo de tierra del cesped. Caminé dentro de la casa, por lo designado con cemento. 
Iba a explotar; estaba seguro. 
7 pasos me separaban de la puerta. 
6.
5.
4...
A la mierda. 
Llegué al refugio del porche, y dejé mi maleta a un costado de mis pies, mientras que cargaba la otra en la espalda. 
<<Tienes que hacerlo>> me decía a mi mismo, <<solo toca la puerta; ya estás aquí>>.
Elevé mi mano al nivel de la madera oscura de la puerta. Estaba decidido, estaba a punto de tocar. 
— ¡Escúchame! 
Mi mano se quedó congelada en el acto. ¿Qué...Lucy?
— ¡No me interesa! 
— ¡Si! ¡No me ignores! —la voz se fue intensificando—. ¡¿Quieres...?! 
Y era demasiado tarde. 
Antes de que Lucy pudiera acabar con su frase, y antes de que yo pudiera bajar la mano cerrada en puño, Ely abrió la puerta.
Y todo pareció irse a la mierda misma. 






...






Los ojos de Ely escudriñaron todos mi ser, manteniendo los ojos totalmente abiertos, sorprendidos, en completo estado de shock.
Yo no podía dejar de mirarla tampoco.
Impávida; esa era la palabra. Parecía no tener expresión en el rostro, no tener modo en salir de una única expresión en el rostro.
— Hola Justin.
Ely parpadeó, sacudió la cabeza y miró a sus pies.
— Hola Lucy.
— Justo le estaba diciendo a Elizabeth que estabas a punto de llegar. O bueno... <<intentaba>> hacerlo.
Acentuando la palabra "intentar" casi con burla, ladeó a Ely y pasó a mi lado con una sonrisa, antes de desaparecer detrás de mi. Ni siquiera volteé a mirarla cuando desapareció detrás de mi espalda.
Y después, solo quedábamos ella y yo. 
Estaba en el instante más temido: ¿Cómo... —suspiré—cómo empezar? 
— Hola, Ely.
Ella no contestó. Mantenía su mirada fija en el azulejo del suelo, y su mano sostenida en la manija de la puerta. 
¿Debía de ser hablando? ¿O callarme a esperarla? ¿Cómo actuar, cuando ella parece un árbol? ¿Así de inmóvil? 
— Yo... 
— ¿Que haces aquí? 
Entrecerrando los ojos, Ely elevó su vista. Su rostro parecía tan claro como el cristal; sus intensiones eran visibles para cualquiera, y al parecer, sus deseos también: no le agradaba ni un poco el que yo estuviera ahí. 
Tampoco era que no lo hubiera esperado; me hubiera decepcionado si hubiera sido de otro modo. 
— Necesito hablar contigo. 
Su mirada hostil dolía más de lo que creía.
Ely se enderezó, y juntó sus labios en una linea recta, mirándome tan fijamente que cualquiera se hubiera sentido intimidado por sus ojos. 
— Entonces, hubieras mandado un correo electrónico, y me hubieras ahorrado la molestia de pedirte que te fueras. 
¿Me estaba corriendo? 
— Me quedaré en un hotel, no pienso quedarme en casa de Nina y Ulises. 
— ¡Wau! ¿Puedes decir eso otra vez? —alzó ambas cejas, resaltando su sarcasmo—. Tengo que grabarlo, es la primera vez en meses que dices algo sensato. 
Rodé los ojos, y Ely continuaba con su semblante serio.
— ¿Estás diciendo...? 
— ¡¿Justin?! 
Tanto Ely y yo miramos hacia la cocina. Nina estaba de pie en medio del lugar, con un trapo en mano y una bolsa tirada a su costado. Ely bajó los hombros, y supe que pensaba lo mismo que yo: Nina jamás dejaría que Ely me corriese de aquí. 
— Hola Nina. 
— ¡Oh Justin! —la dulce voz de la mujer podría graficarse con la comparación de un pan dulce, o un caramelo. Nina caminó hacia nosotros, y Ely abrió más la puerta, alejándose con ella, para que su abuela se pudiera acercar a mi. Me incliné un poco para abrazarla; olía a canela, pan y lavanda. Me abrazó con fuerza, casi como si yo mismo fuera uno de sus nietos. 
— ¿Cómo estás, corazón? ¿Todo bien?
— Perfecto, ¿y tu Nina? ¿Cómo va Ulises? —de soslayo noté como Ely suspiraba mientras rodaba los ojos. 
— Oh, mi amor, el está bien. Es un viejo tacaño que no piensa irse.
La sonrisa de Nina era genuina, y eso lo sabía, pero aún así era inevitable no notar como las curvas de sus labios estaban cansadas. Ella estaba agotada en sí. 
Nina me examinó el rostro, y se detuvo al notar las maletas. Sus pequeños ojos se iluminaron como dos estrellas. 
— ¡Oh! ¿Te quedarás un tiempo por aquí? 
— Tengo que hacer un par de cosas; solo el tiempo que me tome conseguir lo que vine a buscar. 
Miré a Ely, que solamente se apretó más los brazos contra el pecho.
— Estas más que bienvenido a quedarte aquí; piensa que esta es tu casa, puedes venir cuando gustes —sonreí. 
— Oh, no quiero ser una molestia, Nina.
— No creo que se quede mucho tiempo tampoco, abuela —intervino Elizabeth—. Creo que está buscando en un callejón sin salida.
Nina miró por sobre su hombro su nieta, y puso los ojos en blanco. Volteó hacia mi, y me sonrió con cariño. 
— Tenerte aquí es un placer, cariño. Aparte, soy buena pero no tonta; alguien fuerte como tu me vendría de ayuda para cargar cosas que necesito hacia el hospital. No quiero despreciar a Ely, pero sus brazos son muy débiles. 
Reí, y por el modo en que Ely se movía incómoda, supe que en ella había causado el efecto contrario. 
— Bueno, estábamos a punto de ir al hospital; ¿Gustas? —Nina sonrió, enmarcando su rostro con arrugas—. A Ulises le dará mucho gusto verte. 







...







Durante todo el trayecto, los únicos que hablamos fuimos Nina y yo. Ibamos en la misma camioneta donde Ely y yo habíamos viajado a Conelly hacía unos meses; no pude evitar sonreír en el camino gracias a ciertos recuerdos que el viaje había dejado. 
La cabina era suficiente para tres. Yo iba manejando, mientras que Nina estaba sentada entre Ely y yo. Elizabeth mantenía la vista en la ventana, observando como todo el pueblo pasaba frente a sus ojos, mientras que yo lo único que podía hacer era observarla de soslayo. 
Me mataba no poder besarla.
Mis mejillas se tornaron rojas en una ocasión en la que Nina me miró cómplice, mientras que me descubría observando a su nieta. Después de eso, procuré no mirarla por el resto del camino. 
El hospital de Nove tenía una entrada de emergencias al frente. Me detuve delante de la puerta principal.
— Iré a buscar estacionamiento, ahora las alcanzo. 
No necesité decir nada más; Ely bajó de la camioneta, como si hubiera estado encerrada en un lugar tóxico y necesitase tomar aire puro del exterior. Se regresó tan solo para ayudar a su abuela a bajar, y tomar una bolsa de plástico que había cargado todo el camino. Azotó la puerta a tal grado, que hasta movió el resto de la cabina. Sonreí; Ely no iba a cambiar nunca. 



No fue muy difícil encontrar a la familia Bartolinni en el hospital; era cuestión de ir a la sala de espera. 
Todo el lugar estaba lleno por personas de la familia; los tíos de Ely, primos, y algunos cuantos desconocidos, suponía amigos de ellos. 
Los primeros que reconocí, fueron a Omar y Leonardo. Los dos abrieron sus ojos como par de platos cuando me vieron entrar. Notando su reacción, Isabella había volteado a verme, solo para después propiciarle a Pauly un codazo, para que volteara a verme.
Sonreí; había cambiado mucho.
Pero entonces, vi a Ely cruzar las puertas hacia las habitaciones. No me acerqué a saludar a nadie; tendría tiempo de eso después. 
Caminé por el corredor, hasta llegar a las puertas del fondo y mirar por donde Ely se había ido. No me costó encontrarla. Estaba caminando aun por el pasillo, cuando tomó la perilla de una de las habitaciones. 
—¡Ely! 
Mi voz hizo que se detuviera a mirar por sobre su hombro. Para mi sorpresa, camino hacia mi. Quizás todavía tenía esperanzas. 
— ¿No puedes esperar un momento más inoportuno? —gruñó. Yo me detuve cuando estuve a lo mucho, un metro de ella—. Escúchame. Pensé que te lo había dejado claro la última vez; ya no quiero nada contigo Justin.
— Sabes que es mentira.
— Necesito alejarme de ti. Me haces daño.
— Pero eso tampoco te hace feliz. 
Ely se detuvo a la defensiva, suspiró con agotamiento. 
— No pienso discutir aquí, no cuando...
— Alice no está embarazada —solté. En cualquier instante ella podía salir corriendo; tal vez esa era la única oportunidad que tenía para decirle la verdad—. No está esperando ningún hijo mío; te dijo eso solo para alejarte, intimidarte. Funcionó. Pero es mentira.
No dijo nada por lo que pareció una eternidad. Mis ansias quemaban por dentro como dos perchas encendidas, y sentía un cosquilleo en los labios que solamente se podría acallar con un beso de los suyos. 
— Justin... 
— Podemos estar juntos —mis palabras comenzaron a salir sin reparo—. Yo te quiero a ti, te quise el día en que me dejaste plantado en el Big Ben, te quise...
— Justin, por favor...
— Te quise cuando te dije te amo por primera vez, y te quise cuando hicimos el amor. Te quise desde el instante en que te vi llegar con un trapo mientras a mi se me salía el cerebro fuera de la casa de tus abuelos, yo...
— ¡Justin! ¡Para! —Ely elevó sus manos abiertas hasta mi pecho. Sus ojos temblaban, al igual que su labio inferior—. Aunque Alice no esté embaraza... No se si quiera volver contigo. 
Sus palabras simbolizaban el infierno y la guerra en uno solo. Infierno para mi alma, y una guerra fría para mis pensamientos.
Me congelé en mi sitio, aún con las manos de Ely sobre mi pecho; manos tan cálidas que me costaba creer que estuviera diciendo esas frías palabras.
— ¿Qué? 
— Me hiciste daño. Mucho. No me heriste; una herida sana con el tiempo, cicatriza. Pero lo tuyo parece como si le hubieras roto desde dentro. Me dañaste algo imparable, algo que no se cura con nada. 
— No... —cierro los ojos—. Jamás volvería a dañarte. 
Ely sacudió su cara. 
— ¿Recuerdas lo que te dije el último día en que nos vimos? Te dije que si tu asistías al Big Ben, significaba que estabas listo para sacrificar cosas.
— Si lo hice. Con el simple hecho de estar aquí, he sacrificado tanto que...
— No he terminado —me interrumpió—. Y yo te dije que si yo iba, es que estaba dispuesta a perdonarte por todo, y que olvidaría el pasado —sus ojos temblorosos me mataban. Se veía tan insegura, perdida... Tan rota. Me llegué a odiar un poco más: yo era el único que la había lastimado tanto, hasta el punto en que la porcelana se había roto. Y ahora, la muñeca estaba rota—. No estoy lista. No puedo olvidarlo —las lágrimas comenzaron a colarse entre sus pestañas—. No puedo... Perdonarte. 
Ely bajó su mano de mi pecho. El lugar que ocupaba su mano ahora se sentía extrañamente vacío; el problema es que solo había puesto su mano en ese sitio por 30 segundos. ¿Si un roce de 30 segundos me hacía sentir vacío, cómo superaría los últimos meses? 
Con 30 segundos le bastaron para hacerme sentir más vacío.
Ely dio media vuelta desapareciendo por la doble puerta que llevaba a la sala de espera, dejándome solo. La soledad del exterior no se compararía jamás con la que sentía en el interior de mi alma: me sentía vacío, sin nada; sin Ely. 

Una escritora sin amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora