Si de revolcones hablamos...

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~Elizabeth Lanteige~ 







Mis piernas estaban engarrotadas sobre las suyas, y con mi mano en su pecho podía sentir como su corazón latía a un ritmo calmado y lento. 
La pesadéz en mis ojos no me permitía abrirlos, pero algo exterior quemaba mis parpados como un rayo laser; parpadeé un par de ocaciones, antes de que la luz mañanera que entraba por la ventana me quemara los ojos, y los cerrara otra vez, ocultando mi cara en su pecho.
Escuché cómo Justin ronrroneó, y me estrechó más hacia él. Me sentí plena e infinita.
— Buenos días —su sensual, grave y ronca voz me saludaba. Me retorcí un poco más en la cama, pero no pude hacer mucho; los brazos de Justin me retenían con fuerza, como si nunca me quiseran dejar ir.
— Buenos días.
Contesté.
Y que buenos, en realidad.
En el instante en que le di la espalda al cuerpo de Justin, pero éste me abrazó por la cintura y besó mi craneo, lo recordé todo de un halón. 
Mi cabeza daba vueltas; ayer se veía casi como una alucinación, un sueño. Sus manos sobre mi cuerpo entero, la cercanía de mi corazón con el suyo, nuestros cuerpos sincronizados, listos para sentir y entregarse a pleno. 
Estando ya a la mañana siguiente podía aún sentir aquel brinco que mi corazón dio unas quinientas veces anoche, cuando él me besaba o él me tocaba, o cuando él... Cerré lo ojos con fuerza. Había sido maravilloso.
Me quedé allí, recostada, por lo que pareció una infinidad de tiempo. Mi mente daba vueltas, atolondrada, y mi corazón sentía un éxtasis tal que me era casi imposible concebir la idea de algo erróneo en aquella escena. Lo había deseado desde hacía tanto tiempo, que ya hasta el recuerdo del pensamiento estaba borroso. 
Todo estaba bien; ni siquiera el momento del despertar era incordio. El entorno se veía alegre, y me sentía en una nube. 
Todo era <<demasiado>> perfecto. Contra mi voluntad, eso me preocupaba.

Justin dormía placidamente a mi lado. En cierto momento me soltó, inundado en el sueño, y se giró sobre el colchón para terminar dándome la espalda. Escuché como bufaba, completamente dormido, antes de volver a suspirar sin ser consiente de lo que hacía. Sonreí, y me recosté boca arriba.
¿Qué estaba haciendo? Definitivamente nada de lo que la Elizabeth Lanteige en sus cinco sentidos haría. <<Si Ronny me viera ahora...>> cerré los ojos; no quería pensar en eso. No quería pensar en las consecuencias de nuestros actos, ni tampoco en como afectaría lo que habíamos hecho a terceros. Solamente quería mantenerme en esa nube vaporosa de felicidad que sobrevolaba todos mis estribos y que me dibujaba una genuina sonrisa que durante mucho tiempo había fingido. Solo eso.
Pero, claro, mi lado realistas, antipático y esceptico estaba arruinando todo dentro de mi cabeza. 
Me había acostado con Justin, cuando él tenía novia, vivía en París con ella, y yo vivía en Boston, al otro lado del mundo. Suspiré con pesadez, y llevé mis manos con las palmas abiertas hasta mi cara.
¡¿Qué mierda había hecho?! 









...








Abrí la puerta con el máximo sigilo que pude. 
Eso al menos hasta que Lucy me vio.
Se encontraba sentada al borde de una de las camas, con sus codos en las rodillas y sosteniendose el rostro con ambas manos. Apenas escuchó el pequeñísimo sonido del rechinar de la puerta —jamás había rechinado antes, lo juro— sus grandes ojos verdes me encontraron como dos receptores. Se levantó en un salto, y caminó hacia mi a paso apresurado.
— ¡Lo siento! ¡Lo siento! —me tomó de ambas manos, y comenzó a lamentarse— Se que debiste de haber estado muy preocupada, siento no haber llamado, pero extravié mi teléfono en el bar y cuando estaba con Nicholas ya no tenía cabeza para pensar en ti, y...y...
¡¿Qué mierda?! Mantuve la cara con expresión total de confusión, mientras que su mirada consternada me mantenía la vista en el rostro. 
— Eh... Lucy, está bien. No te preocupes.
Otra vez, ¿de qué exactamente la tenía que disculpar?
La expresión facial de Lucy pasó desde miedo y perturbación a sorpresa. Juntó las cejas, y yo sentí como si hubiera dicho algo mal. ¿Qué dije? Nada, ¿cierto? ¿Por qué Lucy me mirara como si estuviera viendo a un hombre lobo en plena metamorfosis?
— ¡¿Qué?! —su tono de voz subió hasta la última octava— ¡¿No estás enojada?!
¡¿Enojada por qué?! Rodeé los ojos; no podía decirle que no sabía el por qué ella esperaba que yo estuviera enojada, sin delatarme a mi misma. Si Lucy sabía que no había pasado la noche ahí... 
Entonces, me di cuenta.
Repasé la habitación, y me percaté de las camas perfectamente tendidas. 
Lucy jamás hacía la cama, no hasta como medio día.
Volví mi vista a Lucy, y descubrí que llevaba la misma ropa que la noche anterior.
Todo encajó como un rompezabezas mágico que encontraba su lugar por si mismo.
— Ya estás grande para quedarte a dormir donde tu quieras, Lucy —su rostro me dijo lo que había sospechado: Si. Lucy no había dormido en el hotel. Así como yo—. ¿Dónde estabas? 
Su rostro se volvió a congelar, y apartó la mirada. Soltó mis manos y se adentró a la habitación con sus pasos dejando un rastro de verguenza y miedo. 
¿Qué había dicho? <<Debiste estar preocupada...El celular en el bar... Cuando estaba con Nicholas...>>
Oh, santa, mierda, purisima. 
— ¡No! — gemí, y ella giró repentinamente a verme, con las pupilas dilatadas — ¡Dime que no te quedaste con Nicholas!
Silencio. 
El silencio es la aceptación con palabras que no somos capaces de decir.
Cerré los ojos, e inspiré aire, intentando calmar mis nervios, los cuales de repente parecieron tener un repelente magnético, ya que estaban todos en punta. 
— En mi defensa, estabamos los dos muy borrachos y sensibles. ¿Te diste cuenta del apagón de anoche? Nos tomó desprevenidos; cuando llegamos a su departamento simplemente comenzó a besarme y... 
— ¡Callate! —grité, con los ojos bien abiertos y fijos en mi amiga— ¡¿Te acostaste con Nicholas?! ¡¿Qué?! 
¡Santa Mierda! Eso no estaba nada bien. Lucy dejó caer los hombros desmayadamente, y tiró su cabeza hacia atrás, mirando hacia el techo.
Me recargué sobre una pierna, y ladeé la cabeza, mirandola. Ella tragó gordo, y frunció la boca después de lanzar un profundo suspiro sin remordimientos.
— Se que lo que hice no estuvo bien, pero fue algo de una sola noche. Lo juro —se alzó de hombros—. Además, nos vamos en unos cuantos días; el es solamente la aventura romántica de invierno que quería experimentar —disminuyó la gravedad del asunto subiendoy bajando sus hombros de mandera exagerada, y después juntó su mejilla con su hombro derecho, para luego decir:— todo como una historia de amor que no tiene final feliz.
Rodeé los ojos, y me crucé de brazos. ¡Esa chica estaba loca! ¿Cómo se podía acostar con él? 
Por un segundo me sentí mal, <<tu te acostaste con Justin, genia>>, dijo una vocesita en mi cabeza. 
Sacudí mi cráneo un par de veces, desterrando cualquier rastro de culpabilidad.
— Espera un momento... — comenzó a decir con una tenue voz que se fue incrementando, hasta el punto en que llegó a parecer una voz ahogada—. ¿Por qué llevas exactamente lo mismo que te pusiste ayer?
Es divertido como los papeles se cambian de un instante a otro. 
Lucy se puso de pie, manteniendo una postura acusadora, y mirandome con el entrecejo cerrado. Yo no pude evitar mostrar la sorpresa en mi rostro, la cual terminó por delatarme. Lucy se detuvo a media distancia de entre la cama y yo, y se cruzó de brazos.
— ¿Dónde pasaste tú la noche, Elizabeth?






...






El restaurante del hotel tenía un olor que no resultaba nada apetitoso. Una rara combinación de olor a refrigeración y metal frío era lo que olisqueaba sentada en aquella mesa, que elocuentemente estaba junto a la ventana. Una dulce lluvia melancólica caía sobre la ciudad; los autos pasaban, y eran pocos los peatones que caminaban bajo la protección de sus paraguas negros. 
Lucy no me apartaba los ojos de encima, y eso ya se estaba empezando a volver incómodo. 
El haberle insistido a Lucy en bajar a comer algo me había dado unos cuantos minutos antes de tener que soltar la bomba; ¿Qué podía decir? <<Eh, Lucy, pues anoche me acosté con Justin, quien vive en París con el amor de su vida mientras que yo vivo al otro lado del mundo, pero sigueme contando de tu noche con Nicholas, ¿quieres?>>. No había palabras sutiles para las palabras que diría.
La ceja de Lucy se curvó, y carraspeó la garganta. Tragué gordo; sentí mi garganta con púas. 
— ¿Y bien? —arqueó ambas cejas, y ladeó su cabeza hacia la derecha. — ¿Te acostaste con alguien anoche?
Mierda. 
Observé la mesa, y el mantel gris metálico; el salero transparente, el servilletero lleno de servilletas de color azul rey, y la pequeña planta que estaba al centro de la mesa en una maceta pequeña. 
<<Tienes que decirlo, Ely>> me dijo la voz de mi conciencia. <<Solo dilo. Ya cometiste el error, ahora afronta las consecuencias>>.
— Con Justin.
No la miré, ni mientras lo decía, ni después, sin embargo fui capaz de escuchar el modo en que su boca se abría para buscar oxigeno de modo desesperado. 
— ¡¿Qué?! —chilló, y yo la miré de soslayo— ¡¿Qué?! ¡Mierda! ¡¿Qué?!
— ¡Creo que ya lo escuchaste! — parpadeé un par de veces, y terminé rodando los ojos. 
— ¡¿Te acostaste con Justin?!
¡Mierda! ¡¿Tenía que gritarlo?! 
Mis mejillas se tornaron rojo-carmesí cuando descubrí las miradas extrañadas y perturbadas de varias personas sentadas en mesas vecinas, las cuales escucharon los aullidos de Lucy. Me imaginé como me levantaba y me iba corriendo de aquel lugar, golpeando al portero accidentalmente y después chocando con toda la gente que me podía encontrar en la acera, pero en vez de eso mi cuerpo se quedó petrificado en la silla. 
— ¡No lo grites! —cuchicheé. 
Para cualquiera que estuviera cerca y observara a la castaña con ojos verdes, pensaría que le había dado una noticia de muerte, cáncer o que me iba del país a la mañana siguiente; su expresión facial era tal que hasta me preocupé por la idea de que aquellas arrugas en la frente que hacía cuando subía las cejas se quedaran marcadas después de tanto tiempo de permanecer de ese modo. 
— Tienes que estar bromeando—bramó, en un tono de voz ya comprensible—. ¡¿Qué?! — Chilló otra vez, en esta ocasión llevando sus manos a su rostro, para cubrirlo.
Lo se... yo en cierto modo aún no creía lo que había ocurrido.
— ¡¿Cómo fue que lo encontraste?! ¡Hasta ayer por la mañana teníamos la idea de que estaba en París! 
Después de aquella última frase que yo entendí, comenzó a hablar en italiano tan rápido que apenas pude comprender una que otra frase como <<Esta mierda no está bien>> o <<No volveré a emborracharme tanto, siempre me pierdo de las cosas importantes>>. Continuó parloteando para ella misma, tanto que me mareó un poco. Procuré ignorarla, mientras tomaba de mi vaso de agua.
— Cuéntamelo todo.







...








Le había dicho a Lucy hasta el color de los calcetines que Justin me había prestado la tarde anterior; cómo me lo había encontrado en el departamento de Nathalie, cómo huí, y el me siguió; cómo terminé en su departamento y como las cosas se volvieron extrañas una vez que la oscuridad sacó a relucir nuestra valentía para decir cosas de frente, pero sin mirarnos. 
Mi cabeza daba vueltas mientras que ella escuchaba con atención; mis palabras salían sin previo aviso, y le conté un poco más de lo que quería. Le conté sobre como mi cuerpo temblaba cuando estaba sobre mi, o como mi respiración se entrecortaba, o en esa ocasión en la que abría los ojos y el me miraba tan fijamente, que por un instante tenía miedo ante la idea de que me estuviera leyendo el pensamiento.
Y le conté que mientras me besaba, mi corazón se paraba. Lo juro, eso parecía; el modo en que sus labios tocaban los míos, tan sutiles y tan feroces al mismo tiempo me hacían explotar. 
Todo había sido perfecto... más de lo que lo había imaginado.
Nunca había pensado en eso concrétamente, pero en ese instante, tomando café y mirando hacia la lluvia, me daba cuenta de una cosa: Si con solo el pensamiento Justin me quitaba la respiración, ¿cómo encontraría el oxígeno cuando su cuerpo estaba sobre el mio?
— ¿Y bien? —preguntó, una vez que descubrió que después de lo último que había dicho no iba a decir nada más. — ¿Qué pasó? ¿Cómo quedaron?
Tragué gordo, y aparté la vista.
— No lo sé —admití, con vergüenza—. Cuando desperté, me di cuenta del gran y bendito error que habíamos cometido. No es que me arrepintiera, pero me entró un pánico terrible; ¡Apenas y podía sacar a Justin de mi cabeza! Ahora será simplemente imposible, después de esa noche —suspiré, y Lucy me miró con ceño de preocupación—. Tengo miedo, en verdad. Y me duele admitirlo, por que se que fue mi debilidad única causante de ese temor, pero ahora parece irremediable. Nunca enmendaré esa noche; siempre será un error.
— El amor no es un error, eso debes entenderlo —continuó con los ojos bien abiertos—. Si lo que pasó fue por amor, no hay por qué lamentarlo, simplemente ocurrió. Nunca te lamentes de haber amado; eso es de lo único de lo que al final de tu vida podrás estar orgullosa; de las cosas que hiciste, y no de lo que te reprimiste de hacer. 
Llevé mis manos hasta la parte posterior de mi craneo, y tomé todo mi cabello suelto, sosteniendolo en mis propias manos antes de dejarlo caer en seco otra vez. 
¿Por qué la vida no era tan simple como el amor? El amor podía ser simple si la gente pudiera identificar sus sentimientos; si pudieran dejar de confundir <<amor>> con <<cariño>>, <<lealtad>> con <<justicia>> o <<odio>> con <<envidia>>; si tan solo la gente pudiera poner grandes barreras para que sus sentimientos no se combinaran entre sí, todo sería más simple. Podríamos amar a quien realmente amamos, perdonar a quien realmente se lo merece, y alejarse de aquel que nos hace daño. Pero no; la vida no puede ser tan fácil; no se aprende nada cuando las cosas nos llegan fáciles, no se aprende a luchar por lo que quieres, si todo se te da en bandeja de plata. Por eso es que confundimos el maltrato con amor, y la amistad con envidia; por eso es que todo en la vida parece tan complicado, pero es cuestión de tirar del hilo correcto para que todo el nudo se deshaga. 
— Fue tu primera vez, ¿verdad? —preguntó con voz suave como la seda, con palabras cautelosas, y mirándome con los ojos abiertos a la par. 
— Si —contesté, apartando la mirada—. Digo, en Italia muchas veces estuvimos... digamos que estuvimos a punto, pero nunca ocurrió nada más allá. Era extraño estar así sabiendo que mis abuelos estaban a dos habitaciones de distancia; siempre alguien interrumpía, así que simplemente nunca pasó.
— ¿El lo sabe? —preguntó inclinándose sobre la mesa— Digo, ¿sabe que eras virgen?
— Creo que lo ha asumido. 
Las dos nos quedamos en silencio, mientras que una familia entera entraba al restaurante, haciendo un gran alboroto. Los niños saludaron a una pareja de ancianos bien vestidos que ya se encontraban sentados en una mesa para más de 6 personas, y todo era abrazos y besos; una mujer joven llevaba cargando a un bebé, de aproximadamente unos 5 meses, el cual comenzó a llorar de un instante para otro. 
— Entonces... ¿qué? ¿Que se dijeron hoy?
— Cuando se despertó, yo ya estaba casi totalmente vestida otra vez; Le dije que me habías llamado y que tenía que irme, que hablaríamos después.
— ¿Tienes idea de cuándo será <<después>>? 
— No —me alcé de hombros, sintiendo mi pecho desfallecer—. Pero algo me dice que será pronto.
Justo como una encrucijada, el teléfono de Lucy en la mesa comenzó a vibrar. Lo sostuvo entre sus manos, y observó la pantalla; frunció el ceño, y me miró por encima del teléfono.
— No tengo éste número registrado.
— Quizás sea Nicholas —sugerí, alzando los hombros y dando un sorbo a mi vaso de agua. 
— No creo. Te lo digo; lo nuestro es cosa de una noche. No hay química con Nicholas, es realmente estúpido, nuestras conversaciones son huecas y tontas. Me hacen reir, pero yo quiero salir con alguien inteligente, y de preferencia que vivamos en la misma zona horaria.
— Esos pensamientos no te detuvieron cuando te acostaste con él, ¿o si?
— No me hables de revolcones, que tu fuiste la que te tiraste de lleno al fango.
— Deja de hablar y contesta —terminé malhumoradamente.
Lucy tomó el celular, y sin detenerse a ver el número una vez más, contestó y lo llevó hasta su oreja. Saludó con un simple "Bueno", pero el susurro de una voz al otro lado de la linea dijo algo que, al parecer, la hizo interesarse en mi. Me tensé en la silla, y ella me sonrió.
— Claro, aquí está. Gusto volver a escucharte —sonrió, antes de separar el teléfono de su oreja y tapar con su mano el micrófono—. Parece que es sobre tú revolcón; Justin te habla.






Una escritora sin amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora