Capítulo 31

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Mi madre se fue a su cuarto una vez que vio que yo ya estaba un poco más tranquila. Lo cierto era que no estaba tranquila para nada. Tal vez antes me hubiera podido convencer a mí misma que eso era solo un sueño. Solo que ahora sabía a la perfección que eso podía bien no ser un simple sueño, sino que podría ser una advertencia. Aquella parte mía que ni yo misma comprendía, me estaba alertando. Algo iba a suceder sin duda alguna y tendría que ver con Marianne. Los Rhode estaban Dios sabe dónde y no podrían ayudarme, yo estaba sola y si algo pasaba, tendría que resolverlo yo. A pesar de que mi madre se había olvidado de lo que había pasado en la madrugada, yo no podía. Estaba paranoica, cada ruido, cada sombra, todo me ponía alerta.

Ella había empezado con las preparaciones de la cena desde muy temprano. Justo después de terminar de desayunar, sacó el pescado y comenzó a cortarlo en pequeños pedazos. Yo la ayudaba a cortar el pescado, aunque con algo de renuencia pues no quería tener el olor pegado a los dedos por mucho tiempo. Ella hablaba y yo fingía ponerle atención. Mi madre era una estupenda cocinera. Yo podía cocinar cosas básicas, lo suficiente para no morirme de hambre, pero incluso eso a veces no me funcionaba. En una ocasión cuando estaba cocinando pasta, me quedé dormida, el agua se consumió y la pasta se quemó y se pegó a la olla.

Al cabo de un par de horas, la cocina ya olía bien. Ella estaba haciendo una crema de espárragos y se preparaba para comenzar a guisar el bacalao. Teníamos la pequeña televisión de la cocina prendida, aunque ninguna de las dos la estábamos mirando. Solo servía para tener algo que rellenara el silencio en el fondo. Yo estaba sentada en una silla, solo haciéndole compañía. De alguna manera me había logrado relajar un poco. Ver a mi madre tan alegre, yendo de allá para acá, ocupándose de mil cosas en la cocina, haciendo mil cosas distintas que probablemente jamás nos acabaríamos, me había quitado un poco del estrés de mi sueño. Aun así, no quería distraerme mucho.

- ¡Demonios! — Escuché decir a mi madre y volteé a verla.

- ¿Qué pasa? — Tenía una mano en la frente y me veía con el ceño fruncido. Enarqué una ceja.

- ¿Puedes creer que olvidé las aceitunas? — Negué con la cabeza y resoplé. Pensé que sería algo más importante. — ¿Qué haces, niña? No te estés burlando de tu madre. — Me apuntó con el cucharón y me miró con reproche. Yo sonreí y alcé las manos en signo de inocencia.

- No lo hago. — Sacudí la cabeza y me puse de pie. — Si quieres puedo ir por ellas a la tienda de ultramarinos. Me llevo el auto y así llego más rápido.

- ¿Cómo te vas a llevar el auto si perdiste tu licencia? — Ella se cruzó de brazos, pero seguía agitando el cucharón. Hice una mueca, recordando como esta se debió de salir de mi cartera hacia unas semanas y con todo lo que había estado pasando, olvidé totalmente reponerla.

- Es treinta y uno de diciembre. — Ella ladeó la cabeza y mordió su labio inferior. — Es Northanger, no Nueva York. ¿Tú crees que si quiera va a estar la policía en la estación? Por favor.

- Bueno. En eso tal vez tengas razón. Jared, Michael y Ken seguramente deben de estar en casa con sus esposas.

- El cuerpo policial de Northanger me sorprende, de verdad. — Me acerqué a mi madre y le di un beso en la mejilla. — Voy a regresar tan rápido que ni cuenta te vas a dar que me fui, o que te faltaban las aceitunas. — Ella sonrió y me sacudió el cabello. — ¿Quieres que traiga algo más? — Miró hacia la cocina y luego asintió.

- Trae una botella de aceite de olivo, por favor, no vaya siendo que me acabe esta.

- Está bien.

Salí de la cocina y fui hacia al perchero que estaba cerca de la puerta, a buscar su bolso, pues ahí guardaba las llaves del auto y de las puertas de la tienda. Guardé ambos llaveros en las bolsas de mi abrigo y salí de la casa. El frío era intenso, pero curiosamente no lo sentía tanto. No necesitaba de mucha ropa para entrar en calor, extrañamente mi cuerpo lograba acoplarse a casi cualquier cosa. Probablemente gracias los genes de cazador. Al fin y al cabo, ser una Venator no era tan malo.

Transfusión | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora