Capítulo 33

1.1K 126 3
                                    

La puerta no estaba trabada, pudimos abrirla sin ningún problema y entramos. El pasillo principal estaba completamente solo y oscuro, pero era más que seguro que esa sería la única parte que estaría sola. Alaric y yo caminábamos con cautela, sin hacer ningún ruido y agudizando el oído en caso de escuchar algo. Todos mis sentidos se pusieron alerta y me sentía como un felino agazapado, esperando para atacar a su presa. Aunque en ese escenario yo era la presa y Marianne era el puma.

Era extraño, pero podía incluso olerlos, podía oler a piel putrefacta. Olía a muerte y a químicos. Pasamos de largo el laboratorio y parecía no haber nadie por ningún lado. Pero estaban cerca, podíamos sentirlos. La oscuridad era casi total, en otro momento, tal vez un par de meses atrás, yo no habría podido ver más allá de mi nariz. Tomé un pequeño segundo para asimilarlo y prácticamente agradecer la manera en la que mi cuerpo había cambiado, como si se hubiera estado preparado para ese momento.

De pronto cuando estábamos por llegar a la cafetería, dos siluetas salieron de ahí. No era capaz de mirar sus rostros, pero por su complexión pude darme cuenta de que eran una chica y un chico. No dijeron nada, solo nos quedamos parados sin movernos y yo me estaba preparando para defenderme, pero no fue necesario. Ellos se fueron acercando y no nos miraron cuando pasaron al lado nuestro, lo que nos confundió por un par de segundos. No era necesario pensar mucho para saber que lo querían era que los siguiéramos.

Comenzaron a caminar por donde nosotros veníamos, pero esta vez tomaron un pasillo diferente y nos guiaron al gimnasio. Ellos abrieron las puertas y dejaron que entráramos, como si fueran trabajadores del servicio, aunque si lo eran y estaban bajo el yugo de Marianne. Justo en medio de la duela había una mesa con varias copas, un par de tazones y una vela encendida, al lado de la mesa había una silla algo rústica. La habitación estaba tan oscura que no podía adivinar si parecía más chica o más grande de lo que era. La única fuente de luz era la pequeña vela y ventana que estaba cerca del techo, de la cual se colaba una estela de luz. Aquella imagen me trajo el recuerdo de aquel sueño, la pesadilla que había tenido hacia unas pocas horas. Solo que no podía ver a mi madre o a Marianne, por ninguna parte.

- ¿Dónde estás, Marianne? ¡Déjate ver, perra cobarde! — Ladró Alaric. Se escuchó una risa, esa risa tan aguda que jamás podría olvidar.

- La cobarde no soy yo. — Dijo desde las sombras. Apenas y podía reconocer la silueta de Marianne que se acercaba hacia nosotros. — La cita era con Merrick, Alaric. Pero me doy cuenta de que no puedes evitar meterte en los asuntos que no son tuyos, ¿verdad?

- Todo esto es por lo que pasó con Nicholas, ¿no es así? Crees que yo lo alejé de ti.

- ¡No! — Gritó. Se acercó deprisa a la mesa y azotó las manos contra esta. Parecía que ya había perdido la atención de mí. — No te atrevas a hablar de eso, maldito hipócrita. — Gruñó. — Te crees superior porque bebes de esas estúpidas bolsas de sangre como si fuera jugo de manzana. Pero tú y yo sabemos bien lo que hacías antes, tomabas las vidas de los humanos. Matabas a todos esos asesinos y criminales porque tenías un falso sentido de la moral. ¡Lo sabes! Porque te encantaba el sabor que la maldad le ponía a su sangre.

- ¡Cállate!

- Oh, lo siento. ¿Hice que te diera sed?

- ¡Deja de tus juegos, Marianne! — Grité yo. Ella volvió su mirada a mí y se irguió, volviendo a su pose amenazante.

- Lo siento. — Ella sonrió. — Casi había olvidado que estabas ahí, pequeñita.

- ¿Dónde está mi madre? — Ella me miró de arriba abajo, ahora ignorando a Alaric por completo. Rodeó la mesa y se sentó en la silla.

Transfusión | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora