Vuelve a ser un nuevo día, pero esta vez es diferente. Mi única y mejor amiga llegó de su largo viaje, estuvo un mes entero en Nueva York, sus padres
tienen mucho más dinero que los míos, a si que no deja de viajar y pocas veces puedo estar con ella. Llamó a la puerta de mi casa, y cuando la miré
me puse muy contenta.
-¡Jane!- la abracé.
-¡Sara, cuanto tiempo sin verte!
-Dios, tengo que contarte miles de cosas... ¿Qué tal en Nueva York?
-Genial, como siempre.
Mi madre pasó por el pasillo y nos vio a las dos, sonrió y la saludó con un fuerte abrazo. Las dos siempre se llevaron muy bien.
-Que guapa estás Jane.- la alagó mi madre.
-Gracias, tú también estás muy guapa, bueno, siempre lo estás.- sonrió y le guiñó un ojo.- No, en serio, estás genial.- las dos se dieron un beso en
cada mejilla como saludo.
Jane siempre fue así, cariñosa, muy cariñosa y bastante presumida. Nos conocimos cuando teníamos cinco años, y aprendí a quererla así. A mi me
costaba ser tan cariñosa como Jane lo era con mis padres, y el principal motivo por el que discutíamos ella y yo era ese, ya que mi madre parecía
preferirla a ella muchas veces, ahora sinceramente... ya no le daba tanta importancia.
Dejé de lado mis pensamientos y esperé en silencio a que Jane terminase de hablar con mi madre.
-Anne, te compré un regalo, como sé que te encantan los bolsos...- sacó de una bolsa que traía en la mano derecha un bolso de piel.- Toma.- se lo
entregó con una amplia sonrisa.
Si, esos bolsos son los típicos que miran las chicas en un escaparate y suspiran por el, ya que no pueden comprarlos por el alto precio.
-Oh, muchísimas gracias, me encanta.- sonrió y se lo agradeció con un nuevo abrazo, para luego observar la calidad de este.
-Me alegro.- sonrió de oreja a oreja.
-¿No te costaría mucho?- preguntó mi madre preocupada.
-Doscientos euros... no es nada.- le guiñó un ojo.
Mi madre se hizo la sorda y miró su reloj de muñeca para consultar la hora.
-Bueno, voy a la cocina, no vaya a ser que se me queme el arroz.
-De acuerdo.- Jane se despidió de ella.
La miré extrañada, ¿doscientos euros le parecía poco?
-Oh, Sara... A ti también te compré un regalo.- sacó esta vez de su bolsa una camiseta blanca en la que ponía “I LOVE NEW YORK”.
-Gracias, me encanta.- le agradecí.
-Sabía que te gustaría.- dijo echando un mechón de su cabello rubio hacia atrás.
La llevé a el salón y nos sentamos en el sofá mas grande, color blanco.
Siempre le contaba todo sobre mí, pero esta vez me daba un poco de vergüenza contarle todo sobre como conocí a Justin, es más, ¿podría confiar
en ella? Vale, era mi amiga de toda la vida, pero hace tiempo que no hablo con ella de cosas tan íntimas, y se que antes que yo están sus viajes al
rededor del mundo o incluso el dinero.
-¿Y bien?- me apresuró como si estuviese perdiendo el tiempo.- ¿Qué te pasó durante este largo mes?