-¿Por qué me has traído aquí?-Dije aún sin quitar la vista a la gran masa de agua del Mediterráneo frente mis ojos.
Estábamos en un alto mirador de un pueblo costero, el aire me azotaba la cara y el pelo se ponía en mi contra pero no me importaba. No podía quitar una sonrisa tonta de la cara, y los rizos se me metían en los ojos.
Marcos aún me tenía cogida por los brazos pero ya no estaba tenso, estaba mucho más relajado y también sonreía.
-Porque necesitabas esto. -Me contestó seguro.
-¿El qué?
-Relajarte, sentirte libre y hacer lo que quieras.-Al ver mi cara de extrañeza decidió explicarme. -Creo que estás demasiado obsesionada con todo eso de clases y tal, así que este sitio te ayudará a "alocarte". Dime qué te parece.
-Pues... -Me giré y puse una cara seria. -Me encanta. Gracias -Dije con una cara de felicidad absoluta y dando pequeños saltitos.
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MARCOS P.O.V
La vi dando saltitos y se me encogió el corazón. No sentía nada intenso por ella, pero era una de las chicas más maravillosas que había vivido. Yo era uno de los que se denominan "rompecorazones", era de esos que estaban con todas y con ninguna. Era de esos que no necesitaban el amor, necesitaban otras cosas que la gente relacionaba con aquello.
Pero al verla la primera vez, noté que era distinta. Fue la primera chica que me rechazó en toda mi vida y por eso empecé a intentar seducirla. Sin embargo cada vez que hablaba con ella y me pegaba cortes me interesaba más. Quizá porque era un reto, quizá, pero Andrea conseguía hechizarme cada vez más.
Me miró esperando alguna información de lo que íbamos a hacer a lo largo de ese día.
-Bueno, tengo pensado hacer una cosa. Pero no te rías, ¿vale? -Le dije, temiéndome lo peor.
-Va, suéltalo. -Me dijo ella poniendo ojitos.
Abrí el compartimento de la moto y saqué una cesta mediana llena de sándwiches, zumos, mermeladas y otras comidas.
-¿Quién eres, caperucita? -Me dijo, y bajo mi mirada atenta paró de reír. -¿Qué quieres hacer? ¿Un picnic?
-Guau, Sherlock Holmes, qué aguda. Va, bajamos y nos ponemos en la arena, que no hay casi gente. -Dije, fingiendo que no me había afectado el comentario anterior.
Llegamos a la cálida arena blanca y nos quitamos los zapatos para estar más cómodos. Ella corrió tirando más arena por su alrededor, y yo la seguía con una sonrisa boba en la cara.
-Aguanta la cesta-Le dije, para tener las dos manos libres para colocar el mantel en el suelo.
-¿No crees que te falta algo?
-¿El qué? -Dije yo dubitativo... ¿qué se me había podido olvidar?
-Pues la palabra mágica, bobo.
-POR FAVOR, ¿me aguantas la cesta? -Dije exagerando mucho las palabras de cortesía.
Ella agarró la cesta con ganas y pese a que el viento estaba en mi contra, conseguí colocar el mantel medianamente liso.
Colocamos un zapato por esquina y la cesta en medio. Hacía algo de viento, pero no era muy molesto así que podríamos comer sin tragar arena.
El sol nos daba en toda su plenitud y me tuve que quitar la chaqueta porque casi estaba sudando. No parecía enero, parecía más bien uno de esos días de primavera en el que el mundo te sonríe y se hace de noche mucho más tarde.
-A ver qué has traído... -Dijo ella rebuscando en la cesta. -Huum, ¡sándwiches! Qué ricos, y de cuántas cosas... yo me pido los de Nocilla, no te quepa duda. A ver qué más... Jolin, cuántas cosas.
Dejé de escucharla a mitad de la frase. Su inocencia me cautivaba cada vez más y me iba calando poco a poco. Me fijé en su pelo rizado y oscuro, que ondeaba al viento y se movía como si de la Venus se tratara. Me reí al imaginar a Andrea en la situación de la Venus: Desnuda, sobre una concha enorme, unos angelitos regordetes a su alrededor... Reí y me miró fijamente inquisitiva.
-¿Qué pasa? ¿Te hace gracia que sea una glotona? -Me dijo con el ceño fruncido.
-No, es que me he acordado de una cosa... va, ¿de qué quieres entonces el sándwich?
-Ya te lo he dicho... de Nocilla, de queso, de lomo, de tortilla y de salchicha. -Me respondió como si fuera lo más obvio del mundo.
-Pero si eso son todos...
-Bueno, tú te tomas uno y yo otro. ¿No hay dos de cada? Pues eso. -Dejó su semblante serio para dar paso a una sonrisa que le ocupó toda la cara. Una de esas sonrisas perfectas.
Daba igual que sus dientes no estuvieran alineados, o que fueran blancos como perlas, daba igual. Porque era la sonrisa más bonita que había visto nunca. ¿No me estaba volviendo muy cursi? Bueno, en ese momento yo no pensaba nada de eso. Yo sólo me fijaba en ella y sentía que el corazón me daba brincos, pero ¿yo, enamorado? ¡Qué va!
Empezamos a comer en silencio mirando al mar. No habían casi olas, de vez en cuando se acercaban un par pero se perdían mucho antes de llegar a la orilla.
Hablamos de tonterías durante un buen rato, casi habían pasado tres horas cuando volvimos a mirar el reloj.
-¿Y todas esas cosas las has hecho tú, o las ha preparado tu mamá? -Me dijo ella.
Miré al cielo con despreocupación... mi mamá, qué va.
-No, las he preparado yo. Mi madre ahora mismo está en México de viaje de negocios.
-Pues estaba todo buenísimo, ¿quién te ha enseñado a cocinar así?
-Mi abuela. -Sonreí sin querer. -Ella era, es, y será la mejor cocinera que haya existido sobre la faz de la tierra. De pequeño me enseñó a cocinar un par de cosas fáciles y yo quise seguir aprendiendo. Sin embargo, hace ya unos cuatro años que le detectaron alzhéimer y no se acuerda de nada. No se acuerda ni de mí. -Sonreí vagamente, sin ganas. -Y claro, de cocinar mucho menos. No se puede levantar de la cama si quiera, pero me da igual que no me reconozca, ¿sabes? porque mientras yo la reconozca, todo me da igual.
-Eso es muy bonito. -Dijo, limpiándose con las manos un par de lágrimas que se le caían de los ojos.
-Bueno, no hablo de ella con casi nadie, por no decir con nadie. Es como que es mía, no quiero compartirla con nadie salvo con su cuidadora y con mis padres.
-Y... ¿por qué me lo cuentas a mí, entonces?
-Ni idea. Te hago una carrera hasta la moto. -Dije cambiando de tema.
Ella pareció comprenderme y salió pitando de allí con la cesta en los brazos. Yo agarré el mantel y la seguí, pero corría muy rápido.
Llegué a la calle por la que había que pasar para llegar al mirador donde estaba la moto pero perdí la pista de Andrea.
-¿¡Andrea!? -Grité, pero no recibí respuesta.
Miré más fijamente y vi la silueta de la empollona. Estaba mirando fijamente un escaparate. Me acerqué a ella por detrás sin que se diera cuenta de mi presencia y vi que observaba un peluche muy gracioso.
-¿Quién es? -Pregunté, y ella dio un saltito del susto.
-Totoro. -Dijo una vez repuesta.
-¿Totoro? -Dije yo -¿y eso de dónde es?
-Pues de un anime, tonto. Me encanta. Tengo pósters de él, cartas de él, fotos con él en el salón del manga,... y un par de peluches, pero ninguno tan grande como éste.
Y es que era imposible que hubiera un peluche de Totoro más grande que ese. Era enorme. Ocupaba casi todo el escaparate.
-¿Y qué tipo de animal es?
-No es de ningún tipo... es una especie inventada. Pero me encantaría que existiera de verdad... es taaaan mono... Bueno, ¿nos vamos?
-Claro. -Dije, y nos pusimos rumbo a recoger la moto.
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Otra historia de amor adolescente
Teen Fiction-Te aviso de que yo no quiero las típicas historias de amor de los libros. -Dije. -No, nena, los libros escribirán historias de nosotros.