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ANDREA P.O.V

Cerré los ojos y me evadí de todo lo demás, dejé de oír los silbidos, los gritos o las preguntas y me centré en esos abrazos fuertes y amables que me abrazaban.

Un abrazo honesto, sincero, de amistad. De nada más. De amistad. Me repetí a mi misma esas palabras mientras él hundía su nariz en mi pelo, mientras yo respondía el tierno abrazo con caricias en su espalda y mientras él me seguía susurrando cosas casi incomprensibles al oído.

De repente, noté como una fría mano me tocaba el hombro. ¿Quién interrumpía ese precioso momento? No era otra sino María Poleo, la profesora de religión a la que no veía desde primero de la ESO. Me quedé petrificada mientras ella reaccionaba de manera espantosa, con grandes aspavientos y quejándose de yo qué cuántas inmoralidades.

-Pero, ¿no os dais cuenta de que para eso hay que estar bajo matrimonio? –Gritaba exaltada la mujer, mientras yo me limitaba a escuchar cabizbaja. La primera vez que estaba en dirección y era por abrazar a un chico. ¡Abrazarlo!

La directora se mostraba impasible a las quejas de la profesora de religión, quién no hacía más que aferrarse a sus leyes morales divinas.

Marcos estaba sentado a mi lado y movía incansable la pierna, se estaba poniendo cada vez más nervioso y estaba claro que no era su mejor día. Más le valía a María Poleo callarse y olvidar todo este asunto o saldría escaldada de ese despacho.

-Por culpa de gente como vosotros no estamos en el Paraíso. Por culpa de pecadores como vosotros las mujeres tenemos que sufrir el parto. –Seguía la mujer, montada en cólera.

-Para tener un parto primero tendrá que reproducirse, cosa casi imposible. –Refunfuñó él entre dientes, de forma que solo yo lo oí.

A causa de ese humorístico comentario, no pude evitar soltar una pequeña risita nerviosa. Él también sonrió con una de esas medias sonrisas que volverían loca a cualquier chica, excepto a María Poleo.

-¿De qué os reís, mal nacidos? ¿A caso soy monologuista? ¡Encima de cometer actos impuros delante de todo el mundo, van y se ríen de mí! ¿Lo ve usted normal, señora Vicenta? –Dijo, refiriéndose a la directora.

-A ver, que estábamos solo abrazándonos, no follando en el mismo pasillo del instituto. – Dijo Marcos, alterado y en voz demasiado alta para lo que era necesario.

Las dos mujeres y yo, nos quedamos de piedra bajo la respuesta de Marcos, que no era la idílica, pero resumía todos mis pensamientos en una frase.

-¿Cómo te atreves a usar ese vocabulario, joven? Voy a llamar a sus padres, da igual los gritos o las malas palabras que me pegue.

Un momento... “¿sus?” ¡¿SUS?! Mis padres se iban a quedar de piedra cuando se enteraran de que me estaba juntando con un chaval de tales pintas. Yo misma me sorprendía cada vez que lo veía de haber tenido alguna oportunidad de hablar con él.

-Este asunto ha llegado demasiado lejos. A ver, señora Poleo, creo que es un acto totalmente inocente y casto. No podemos ir imponiendo castigos a los alumnos por abrazarse. –Sentenció la directora- Si fuéramos castigando así como así, no habría ni un solo alumno en las aulas.

-Es que con este equipo directivo, ¡cómo van a salir los críos! Pues desgobernados. –Gritaba y refunfuñaba la profesora de religión mientras salía del despacho.

-En cuanto a vosotros –continuó Vicenta- No va a llamar nadie a vuestros padres. Pero Marcos... como te vuelvas a meter en una pelea de ese calibre, te juro que no vuelves a entrar en mi centro. ¿De acuerdo?

Otra historia de amor adolescenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora