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ANDREA P.O.V

 

Abrí los ojos. Me había dormido mientras estudiaba, ¡qué tonta! Miré la hora pero no era tarde, aun podría cenar y volver a ponerme a estudiar.

Bajé las escaleras y me encontré con toda mi familia reunida en la mesa, a punto de empezar a cenar.

            -¡Eh! ¿No me esperáis?

            -Pero si estabas dormida. ¿Preferías que te despertáramos? –Dijo Victoria, dejándome sin excusas.

Me senté sin contestar y cené en silencio, aun medio dormida. Todos reían, charlaban, comentaban cosas graciosas y había un ambiente relajado, hasta que mi padre cambió de tema y lo dirigió principalmente, a mí.

            -Ah, pequeña, te he visto hoy cuando salías del instituto. Has salido más tarde, ¿no? –Dijo él, y yo me quedé petrificada, sin saber qué decir. Si me había visto, me había visto con... el macarra.

            -Sí, unos chicos se han peleado poco antes de salir así que toda mi clase se ha tenido que quedar para relatar los hechos.

            -Sí, ¿y qué ha pasado al final? –Mi madre parecía muy interesada en la pelea.

            -Pues que uno de los chicos de repente se ha puesto a darle golpes al otro y se ve que le dio la vena y se fue corriendo al baño.

            -¿Y la profesora os pidió que os quedarais toda la clase? –Mi hermana, al igual que mi madre y morbosas, querían saber los hechos con pelos y señales.

Me quedé pensando, quizá pudiera soltar una pequeña mentira para tranquilizar a todo el mundo y que mi padre no se creyera lo que no era.

            -No, a todos no. Solo a las de confianza, o sea, Lucía, Marta y esas.

            -Y tú. –Dijo mi padre, con un tono más seco de lo habitual.

            -Y yo. Así que a la salida, nos quedamos las cuatro o cinco que éramos hablando con el chico que había pegado al otro y yo fui la última en irme porque me estaba contando no sé qué rollo de su familia.

            -¿Qué le pasaba al muchacho? –Mi padre se relajó notablemente, y yo me enorgullecí de haber escogido esa respuesta tan acertada.

            -Yo qué sé, ni le presté atención. Es un macarra de esos, un repetidor, alguien que no sabe ni de dónde viene ni a dónde va, y su vida me la trae al fresco. Pero si pasaba de él, la profesora la tomaría conmigo.

Cambié totalmente la historia, en principio sí que había pegado él, sí que se había ido al baño a llorar. Pero tan solo me quedé yo a consolarle, y porque yo quería y estaba dispuesta. De su familia solo me había contado un par de cosas y de leve importancia: lo de su abuela y alguna que otra cosa más. Y sí que me interesaba su vida.

Acabamos la cena tranquilos y sin prisas, Héctor nos relató su día en el trabajo, que habían llamado sus padres desde Galicia y no sé cuántas cosas más.

De postre, acabamos el delicioso bizcocho que había traído esa mañana mi abuela y subí de nuevo a estudiar.

Miré de nuevo el móvil, pero no había ni un solo mensaje nuevo, ni tampoco una llamada perdida. Quizá el macarra se había olvidado algo de mí, o Laura estaba hablando con el librero. Quién sabe, aunque me preocupé bastante.

A la mañana siguiente salí bien abrigada de casa dispuesta a enfrentarme un nuevo día de instituto. Me levanté la bufanda hasta la nariz y me dirigí al garaje para coger mi bicicleta.

Otra historia de amor adolescenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora