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MARCOS P.O.V

Por la tarde, cuando ya me había despedido de María -una escena digna de la película de Casablanca, pero de menos coste- empecé a pensar en Andrea. No sabía por qué,  quizá el adiós a una chica me dejaba mayor hueco en la mente para la que siempre tuve en el corazón. Andrea era bastante contraria a María. Una era muy delicada, con vestidos y tul, y la otra era bastante sencilla y basta. Una era muy lanzada y la otra no tanto, porque una me había besado y a la otra la había tenido que besar yo. Dos veces.

Entré en casa de nuevo con esa mirada como si me diera mucho la luz, como la de Clint Eastwood y con los pensamientos nublados. Me tiré de golpe en el sofá del gran comedor y agarré el móvil. Tenía varios mensajes, y había algunos de Big Ass.

Big Ass: Tío, quedamos esta tarde?

Hola, Marcos??

Heeeeeey

Al final le contesté, aunque no me apetecía nada salir.

Marcos: Qué pasaaaaa?!?!

Sí, cansino, sí salgo esta tarde... Dónde y a qué hora?

Quedamos en la esquina de una heladería, de la heladería con la que estuve con Andrea meses atrás, en la que le conté lo que no le había contado a casi nadie: quién soy y de dónde vengo.

No había preparado nada para mi cumpleaños, aunque bueno, nunca me había gustado cumplir años.

ANDREA P.O.V

Quedé con Laura para ir a casa de Marcos, pero como no podía, tan solo me dijo la dirección. No sé como la había conseguido ella, ni si había estado en su casa, pero no estaba celosa. No me pondría jamás muy celosa de Laura, ella no haría nada con el chico que... que... bueno, ¡que me gustaba!

Así que cogí la bicicleta y emprendí camino hasta un lugar bastante apartado del pueblo. El sitio de los pijos, de los millonetis, a los que la crisis no les importaba lo más mínimo.

Un sendero llevó a la casa más grande de los alrededores, tenía unas dimensiones dignas de una mansión, a la que una verja me prohibía el paso. La verja estaba muy cuidada, tenía una forma compleja y estaba pintada íntegramente en negro con toques dorados los cuales no me sorprendería que fuera oro real. Un timbre plateado tenía el apellido del Doctor Jaume y Maravillas, es decir, Barberà Molina. El letrero estaba en plateado y las letras sobresalían en negro, un aspecto muy cuidado y reluciente, como si alguien lo limpiara cada diez minutos.

Me arranqué a tocar al timbre, aunque me moría de vergüenza. No tenía planeado qué iba a decirles, ni cómo empezar a entablar conversación. ¿Estaría María aún? ¿Me encontraría tan solo con el padre de Marcos? La verdad es que por lo que me habían dicho, imponía bastante y prefería hablar con Maravillas, a la que ya conocía.

            -Casa Barberà Molina, ¿quién es?-Una mujer afroamericana o sudamericana me habló con respeto, y notaba su mirada a través de la micro-cámara de seguridad en mi nuca.

            -Soy Andrea… quería hablar con la señora Maravillas.

            -¿Me puede decir sus apellidos, por favor? –No parecía dispuesta a abrir el portón que conducía al mayor jardín que había visto nunca.

            -Eh… -no me salían mis apellidos, como si no los recordara bien-  Torrejón Palomar, Andrea. –Expliqué, como si se tratara de la presentación antes de un examen, o una entrevista de trabajo.

Otra historia de amor adolescenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora