1 de abril del 2015 8:00 am, Texas- Austin

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Hay circunstancias que pueden llegar a cambiar por completo tu vida. Un padre ausente, un hermano que se vuelve tu enemigo, una madre que no te escucha cuando hablas o un amigo que muere. La vida te puede cambiar en segundos por diferentes motivos. Y yo no podía ser la excepción, mi vida cambio igual que la de cualquiera, solo que en mi caso no fue una pérdida, fueron dos.

Todo esto se reproduce en mi cabeza mientras recuerdo que hoy es el día en que mamá hace pie de manzana en memoria de mi hermana, ya han pasado quince años desde la última vez que la vi, he hecho todo lo posible para encontrarla, la he buscado más de mil veces en Facebook, Twitter, Instagram y nada de ella, como la extraño, ojalá la hubiera sostenido más fuerte aquel día, tal vez hubiera logrado que no se la llevara. Me arrepiento tanto de no haberla cuidado mejor, pero.... ¿qué podía hacer? Solo tenía cinco.

Odio a mi padre por haberme quitado el privilegio de crecer junto a ella, ahora no sé si vive o muere, y esta incertidumbre me está matando.

Nos mudamos a Texas dos años después de lo sucedido, mi madre necesitaba olvidar, yo necesitaba olvidar y que mejor lugar para sanar las heridas que Texas. Siempre consideré este lugar como uno de los mejores de Estados Unidos, era cálido la mayor parte del tiempo y el country sonaba hasta en el aire.

—Addy —me dice mi hermana menor, metiéndose en mi cama.

Me llama así desde que tiene dos, una vez trato de pronunciar Audrey y lo que le salió fue Addy, así que desde entonces para ella y mi mamá soy Addy.

—Sí, Pollito —le digo abrazándola.

Su cabello es castaño claro, es liso y muy largo, aun despeinada se la ve muy hermosa, sus ojos son de un café claro y cada vez que los miro me hace sentir una cierta felicidad de que esos ojos no hayan visto al hombre que nos quitó una parte de nuestras vidas.

—Te lo he repetido millones de veces ¡tengo quince! Ya no soy un bebé, así que ya no soy tu «pollito» —chilla, sentándose de golpe.

—Dale, está bien mujer grande ahora usaré tu nombre —le digo, haciéndole cosquillas.

—Para... Para —suelta entre risas. Se aleja de mis manos y cuando he terminado de juguetear se vuelve a recostar junto a mí—. ¿Cómo era ella?

Ahora no quiero hablar de eso, porque sé que terminaré llorando, sé que me dolerá y no quiero que me duela, pero tengo que decirle como era ya que yo tuve el privilegio de conocerla. Ella no.

—Tory era como tú —le digo sonriendo—, toda relajada y siempre sonriente, tenía el mismo color de cabello que tú, sus ojos eran plomos, siempre andaba con pijamas por toda la casa, jamás se peinaba y cada vez que mamá la peinaba ella corría por todo el pasillo quitándose sus lazos.

Sonríe, luego me mira y suelta:

—La extraño, la extraño mucho, aunque jamás la conocí, siento que me hace falta —cae una lágrima en su mejilla y toca su pecho—, sé que está viva Addy, mi corazón me lo dice.

Ally me da la fuerza que necesito para no darme por vencida, ella es el regalo más hermoso que la vida me dio después de Tory.

—Sé que la vamos a encontrar Ally —le aseguro, besándola en su cabeza—, tú y yo sentimos lo mismo y he escuchado que las hermanas tienen una cierta conexión, no importa cuán lejos estemos una de la otra, siempre sabremos si la una está bien o no y si nuestros corazones dicen que ella está viva, es porque lo está. El corazón no miente.

Mamá entra en mi habitación y se acuesta con nosotras.

—Yo también quiero que me apapachen —nos dice, abrazándonos con una sonrisa en su rostro—, las amo mis «Y».

—Mamá, porque nos llamas así, se escucha raro —comento.

Ella se ve espectacular, su cabello castaño brilla con el resplandor del sol que entra por la ventana de la habitación, su pijama le asienta muy bien. Hoy está contenta, no sé porque si es primero de abril, pero hoy su sonrisa se ve mucho más reluciente que la de otros primeros de abril.

—No lo sé —dice—, creo que es porque todas terminan en «Y», así me ahorro de mencionarlas a las tres.

—Que linda madre tenemos —Ally le da un beso en la mejilla—, ya hasta nos abrevia más de lo que los nombres están abreviados.

Reímos con su comentario.

Después de un tiempo de estar entre juegos y risas bajamos a la sala y nos sentamos en el sofá. En la mesita de la sala hay tres vasos de leche y tres pedazos de pie de manzana.

—¿Quién quiere hacer los honores? —pregunta mi mamá, tomando su vaso.

Todos los años una de nosotras toma la palabra y comienza a hablar de lo que vivimos junto a Tory o de lo que nos gustaría que pasara.

—Yo lo haré —Ally se pone de pie—, pero hoy lo haremos diferente, ya no quiero que lloremos, ya no quiero que pensemos en lo que pasó o en lo que podría pasar. Hoy quiero hacer algo distinto.

Cierra sus ojos y comienza a hablar con alguien que no veo en este lugar, se la ve tan relajada y confiada como si supiera con quien está hablando le escucha perfecto y claro. Me pongo de pie y toco su hombro.

—¿Con quién hablas? —le pregunto.

—Con Dios —me dice con los ojos aún cerrados.

Mamá y yo nos miramos porque jamás hemos sido religiosas, sabemos que hay alguien allá arriba, pero casi nunca le pedimos algo, incluso desde que orar nos recuerda lo que sucedió, en esta casa no se lo hace y realmente no estoy tan segura de que Dios exista.

Mamá vuelve a colocar el vaso en donde estaba, se pone de pie y la abraza por los hombros con un solo brazo, luego extiende su brazo libre hacia mí, mueve la cabeza un par de veces tratando de decir que me acerque, lo hago sin estar muy segura de lo que vamos a hacer, ella cierra los ojos y nos envolvemos en un gran abrazo de tres. Ally comienza a elevar su voz.

Ella inicia su oración con una pequeña exaltación a «Dios» luego cita un verso de la biblia, algo así como "que, si dos se pusieren de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, nos será hecho por Dios" (Mt. 18:19, Reina Valera 1960).

Lo cual me parece ilógico, Él no me escucho de niña, no lo va hacer ahora.

Solo tengo mis ojos cerrados tratando de tener paciencia y contener la rabia que me provoca todo esto, luego empieza a pedir por Tory, le dice que nos permita encontrarla, le expresa que lo necesitamos, que Él es el único que puede ayudarnos. Tengo ganas de callarla, de decirle que se detenga. ¿Necesitar de Dios? Por favor, eso es ridículo no necesitamos de Él ni de estas oraciones, simplemente Dios no existe y si existe no le interesamos. No entiendo, ¿por qué ahora?, ¿por qué justo hoy, Ally tenía que salir con algo así?

—¡Basta! —le grito, interrumpiéndola. Me suelto de ellas—. Esto es inútil, creen que Él nos está escuchando. Él no sabe que existimos. No le importamos.

Salgo corriendo a mi habitación, porque no creo en esto y no quiero estar ahí para ver como mi familia empieza a tener creencias por cosas absurdas. Es en vano y no sirve. Me lanzo de golpe sobre mi cama y lloro tanto como puedo; sabiendo que mi hermana jamás regresará, que la he perdido para siempre.

ImparableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora