Cap 3

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—¡Despierta! —espeta una voz, fuertemente.

Yo me despierto de golpe e intento sentarme, pero es imposible. Todos mis músculos gritan por haber estado en la misma postura durante horas. Gimo de dolor, mientras una risa ronca me hace querer golpear algo. 

—Come —suelta la voz y me lanzan algo a la cara. Chillo de frustración, pero Máximo parece divertido. 

—Maldito idiota —mascullo en voz baja.

—¡¿Qué has dicho!? —espeta. De pronto, una mano grande se aferra a mi garganta, impidiéndome respirar.

Chillo de dolor e impotencia mientras Máximo aprieta su mano alrededor de mi cuello. 

—¡Quítale tus putas manos de encima, Máximo! —brama una voz, y sé de quién se trata. 

La presión en mi cuello cede y jadeo, en busca de aire. 

—¡Maldita sea, Máximo!, ¿Acaso estás demente?, ¡No es necesario que intentes asesinarla!, te recuerdo que si quieres conseguir tu jodido dinero, debes mantenerla viva. —espeta la voz de J.

Yo no puedo dejar de agradecer mentalmente a J y me hago un ovillo, intentando no llorar. 

—¡La perra me ha llamado idiota! —espeta Máximo.

—¿Y?, Sabes que eres un jodido idiota, no sé qué te sorprende. —la indiferencia en la voz de J, casi me hace querer reír. 

—¡Encárgate de ella, si tanto te molesta como la trato! —suelta Máximo y de pronto, escucho el azote de la puerta.

Algo cálido me roza el rostro y yo pego un brinco hacia atrás. —Lo siento. ¿Estás bien? —la voz de J se escucha ronca y bastante cerca.

—S-Si —tartamudeo. 

De pronto, siento como J trabaja en mis ataduras. —Vamos a dejar que estires un poco los músculos. No intentes nada estúpido. Tengo un arma y detestaría tener que usarla contigo. —dice.

Cuando mis muñecas se liberan, gimo de puro placer. J trabaja en las ataduras de mis tobillos y, cuando estoy libre, intento deshacerme de la cinta que cubre mis ojos. 

—¡No! —Espeta. —, la de los ojos se queda donde está. Ni se te ocurra quitártela o no volveré a desatarte más. 

Yo trago el nudo que se forma en mi garganta y me recuerdo a mi misma que J no es mi aliado, es uno de ellos. Uno de los que va a recibir una cantidad asquerosa de dinero por dejarme libre. Entonces, siento el coraje y el odio crepitar dentro de mi pecho. Él es uno de ellos. Él me tiene encerrada. Él me tiene secuestrada.

Sin decir una palabra más, me limito a ponerme de pie. Mis piernas se sienten temblorosas, pero comienzo a estirar mis músculos. Giro la cabeza en círculos, después los hombros y los brazos, estiro las piernas, justo como cuando estiro para el ballet y giro mis tobillos antes de tirarme al suelo y doblar las puntas de mis pies, como cuando me preparo para ponerme mis zapatillas de ballet. 

—Dios mío, eres un jodido chicle. —dice J.

No puedo evitar sonreír suavemente con su expresión y digo en voz baja, mientras me abro en split. —Soy bailarina de ballet. —digo, intentando estirar mis músculos por completo.

—Eso explica muchas cosas —masculla J.

Yo frunzo el ceño y digo —¿Qué clase de cosas? 

—Eres fuerte. Quiero decir, tu cuerpo, luce fuerte. Piernas fuertes, brazos fuertes, no hay grasa corporal. Eres... atlética. —dice J. 

Es la primera vez que me llaman "atlética", en lugar de "ardiente" y me agrada. J me hace bastante difícil odiarlo cuando es atento y caballero. 

Hago como que su comentario no me ha afectado y giro mis muñecas varias veces antes de ponerme de pie y caminar por la habitación. Siento como me hormiguea el cuerpo con la circulación de mi sangre. Tropiezo un par de veces con lo que quiero pensar que son muebles.

—¿Cuál es tu nombre, J? —pregunto. Estoy segura que "J" no es un nombre, es un seudónimo, y la curiosidad me está matando.

Él se queda callado unos minutos y luego dice —No puedo decírtelo y lo sabes.

Yo asiento suavemente antes de suspirar pesadamente. —Es Jonas, ¿Cierto?, te llamas Jonas. —adivino.

—No. No me llamo Jonas. —dice él. Noto la diversión en el tono de su voz.

—¿No?, ¡Claro que te llamas Jonas!, sólo no quieres decírmelo. —digo, irritada.

—No. No me llamo Jonas. Sin embargo, sip. Mi nombre inicia con J —dice.

—¿Jairo? —invento. —

Una carcajada limpia brota de su garganta y yo frunzo el ceño. —¿Ese nombre realmente existe? —dice, riendo.

—No lo sé —admito. —. Pero tenía que intentarlo.

J deja de reír y dice—: Iré a hacerte algo de almorzar. Ven aquí para poder atarte.

Yo hago una mueca. J me guía por la habitación y me sienta sobre el blando colchón improvisado antes de comenzar a atarme las manos fuertemente. Cuanto termina, comienza a atarme los tobillos. —Prometo dejarte estirar un rato, por la noche, ¿de acuerdo? 

Yo asiento, débilmente. Él me tiene encerrada. No debo olvidarlo. A pesar de todo, él me tiene encerrada. No debo sentirme tan confiada a su alrededor. J termina de atarme y escucho sus pasos antes de que la puerta se cierre tras él. 

EncerradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora