No he visto a Julian en todo el día.
Después de cenar nos acurrucamos el uno junto al otro y nos quedamos dormidos. Cuando desperté, Julian se había ido, dejándome sola, acurrucada contra un montón de cobijas.
Es pasada la tarde y no tengo idea de donde se encuentre. Rebusqué en la habitación las viejas sogas con las que me tenían atada e improviso un nudo en mis manos, a tientas, después de vendar mis ojos con el trapo oscuro.
Pablo ha entrado a traerme algo de comer por la mañana y he escuchado a Máximo maldecir varias veces a Diablo, quien se encuentra al pie de la puerta, gruñendo cada que se acerca.
Es un alivio para mí, descubrir el miedo que le tiene al perro. Es un alivio que ni siquiera se acerque a la puerta.
Mi estómago ruge de hambre, necesito ir al baño y siento la necesidad imperiosa de ver a Julian. Tan ridículo como suena, lo extraño. Quiero verlo.
La puerta se abre con un crujido y me tenso por completo.
—¿Quién te ha atado? —la voz ronca de Julian hace que todo mi cuerpo se relaje en respuesta.
Escucho sus pasos acercándose hacia mí, rápidamente. Sus manos desatan el nudo de mis ojos y puedo notar la tensión que irradia todo su cuerpo. Sus manos trabajan furiosamente en los nudos de mis muñecas y, cuando su mirada encuentra la mía, mi respiración se atasca dentro de mi pecho.
—¿Quién se ha atrevido a ponerte un jodido dedo encima, Oriana? —su voz es temblorosa y lo único que puedo ver en sus ojos es coraje, ira y frustración.
—He sido yo —digo con un hilo de voz. —. Me he atado. Iba a ser extraño si entraba Máximo o Pablo y me encontraban desatada.
El ceño de Julian está fruncido profundamente, su mandíbula está tan apretada que, por un momento, parece que va a destrozársela. —No me mientas —sisea, furioso.
—No te estoy mintiendo, Julian. Lo juro —mis manos buscan desesperadamente su rostro y comienzo a acariciar sus mejillas, intentando borrar aquella horrible expresión que mantiene.
Noto cómo su expresión se suaviza un poco, pero no deja de ser tensa y preocupada. —¿Qué ha pasado?, me desperté y no estabas —pregunto suavemente.
Julian comienza a negar con la cabeza mientras baja la mirada hacia sus manos —Mi madre tuvo un accidente.
Mi corazón se encoge dentro de mi pecho y lo obligo a levantar el rostro para que me mire.
—¿Está bien?, ¿Ha sido grave? —pregunto con clara preocupación.
Julian niega con la cabeza —Sólo fue una contusión, pero me he asustado hasta la mierda —responde y sus ojos se cierran fuertemente.
Yo acaricio sus mejillas con suavidad y deposito un suave beso en sus labios. —Ya está bien, Julian. No te preocupes. Ella está bien. Todo está bien. —consuelo en voz baja.
Y sus manos se aferran a mi cintura, acercándome a él.
—Han pedido el rescate —dice con la voz enronquecida por la rabia. —. Han pedido tu rescate.
Mi corazón se salta un latido mientras un nudo comienza a formarse en mi garganta —¿C-Cuánto...? —pregunto con la voz temblorosa por las emociones que me abruman.
—Cinco millones —Mis ojos se abren como platos y miro a Julian. Él me mira con culpabilidad y baja la vista.
Aprieto mis ojos con mucha fuerza, mientras intento poner en orden mis pensamientos. Tras casi tres semanas encerrada, al fin han pedido mi rescate.
No puedo evitar sentirme extraña. Eufórica y al mismo tiempo, asustada. Cinco millones es mucho dinero.
—Estaba tan jodidamente asustado cuando Pablo me lo dijo que lo único que quería era subir para ver si te encontrabas bien. Si Máximo hubiera entrado aquí, ten por seguro que te habría asustado hasta la mierda y te habría obligado a hablar con tus padres en pleno estado de pánico.
El terror se instala dentro de mi pecho, pero me lo trago. —Pero no ha entrado. Y estoy bien —digo, pero trato de convencerme a mi misma más que a él.
Los ojos torturados de Julian encuentran los míos y veo dolor puro pintado en sus facciones. —No. No estás bien. Nada aquí está bien. Tú tendrías que estar haciendo tu vida. Bailando, yendo a la escuela, saliendo con tus amigas... Nada aquí está bien —escucho el odio pintando su voz y me siento aterrada.
—Estás tú. Y tú me haces sentir bien. Eres mi ancla. No te dejes caer; no me dejes aquí, luchando sola. Sé mi ancla —pido, ansiosamente.
Su mirada se posa sobre la mía y por un momento veo el terror pintado en su rostro. —No quiero que nada te haga daño. M-me enferma la idea de que alguien pueda...
Mis dedos se posan en sus labios, callando sus palabras y sus más horribles miedos. —No lo permitas —sé que él no puede protegerme de todo. Sé que estoy pidiéndole más de lo que puede darme, pero parece que es lo que quiere escuchar.
Sus labios chocan contra los míos con una fiereza que me deja sin aliento. Su lengua se apodera de mi boca sin pedir permiso, reclamando, poseyendo, devorando...
—No voy a permitir que te hagan daño, Oriana. Nunca. —promete contra mis labios y entonces, vuelve a besarme con urgencia y desesperación.
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Encerrada
FanfictionOriana Sabatini era hija del dueño de uno de los más grandes emporios de Inglaterra. Destinada a vivir en los lujos excesivos el resto de su vida, destinada a la grandeza. Destinada a la riqueza y la comodidad y con un futuro prometedor en el ballet...