Los días pasan veloces cuando está Julian a mi lado y lentos cuando no puede quedarse.
Las noches son cálidas cuando son entre sus brazos e insoportablemente heladas cuando está lejos. Me sorprende cuánto he llegado a necesitarlo en tan poco tiempo. Me sorprende la facilidad con la que es capaz de envolverme en aquella atmósfera tan suya que me deja tranquila y en paz.
Casi puedo olvidar que estoy encerrada contra mi voluntad. Casi puedo olvidar que Máximo me ha violado. Casi puedo olvidar que mis padres deben de estar vueltos locos intentando conseguir cinco millones. Casi puedo olvidar que Máximo me ha golpeado en el baño cuando Julian fue a ver a su madre hace pocos días. Casi puedo olvidar la risa de Pablo al encerrar a Diablo en una de las habitaciones de la cabaña, sólo para que Máximo pueda golpearme... Casi puedo, pero no lo hago. No olvido. No olvido y algo dentro de mi cuerpo crece terriblemente; es una especie de odio irrefrenable y demoledor, que amenaza por romperme a cada segundo.
—¿En qué piensas? —inquiere la voz de Julian, haciéndome saltar en mi lugar.
No me doy cuenta de que estoy aovillada en un rincón hasta ese momento. No me doy cuenta del temblor de mis manos y el hielo que se funde en mi pecho.
—No has estado mucho por aquí últimamente... —digo, y suena como reclamo. Es un reclamo.
Pasa una de sus manos por su cabello despeinandolo. —Lo sé. Lo lamento mucho —dice con suavidad y se acerca unos pasos hacia mí.
Mis ojos se cierran con fuerza mientras lo siento cada vez más cerca. Sus pasos resuenan frente a mí y me quedo quieta.
No le he dicho lo que ha pasado con Máximo y Pablo. Máximo me amenazó diciéndome que iba a matar a Diablo si yo decía una palabra acerca de los golpes. Fue lo suficientemente inteligente como para no golpearme en lugares visibles; sin embargo, tengo un horrible moretón del tamaño de un zapato en mi pierna derecha, unas llagas enrojecidas arden en mi espalda y mi cadera tiene un raspón ocasionado por una de sus botas.
Una mano callosa roza mi mejilla y me tenso por completo. —¿Por qué estás temblando? —pregunta.
No puedo decirle que estoy temblando de miedo por los recuerdos. No puedo decirle que hace no más de tres días recibí una golpiza porque él no estaba aquí. Eso lo destrozaría. Eso haría que fuera a matar a Máximo.
—Oriana, ¿Qué pasa?, ¿Qué está mal? —pregunta con dulzura, pero noto el filo angustiado en su voz—, ¿estás molesta conmigo?, ¿es porque no he estado cerca?, ¿qué es?
Mis ojos se abren lentamente y se fijan en los ojos color café de Julian. Es imposiblemente hermoso, es impresionantemente atractivo y está aquí, delante de mí, mirándome con angustia, intentando averiguar qué está mal y yo no puedo decírselo.
—Quiero ir a casa —miento.
—Lo sé, cariño —susurra y acaricia mi mejilla, en un gesto tranquilizador.
—¿Por qué no me sacas de aquí? —pregunto, frustrada y desesperada. He perdido la cuenta del tiempo que llevo encerrada y estoy casi segura de que ha sido más de un mes. Quiero ir a casa, quiero bailar, quiero comer la comida de mi madre, quiero que mi hermana trence mi cabello, quiero que mi papá bese mí frente al llegar a casa después de un día pesado.
La mandíbula de Julian se tensa por completo y yo cierro mis ojos con fuerza. Estoy furiosa, estoy asustada, estoy desesperada y no puedo entender cómo es que Julian no ha hecho absolutamente nada por sacarme de aquí, a pesar de decirme a diario que le importo. A pesar de decirme que siente una revolución de cosas por mí...
—Eres un cobarde —susurro y niego con la cabeza, apartando su mano de mi mejilla. No quiero verlo. No quiero tenerlo cerca. Quiero que se vaya. Mis ojos se abren y noto la expresión dolida de su rostro, pero no me importa; yo estoy más dolida—. Tienes miedo de Máximo. Tienes miedo de que yo vaya a hablar y vaya a presentar cargos en tu contra. Tienes miedo de que, si me dejas ir, Máximo haga algo en tu contra. Tienes miedo de...
—Detente —su voz es hielo—. Tú no sabes nada. No puedes decir que soy un cobarde cuando no tienes idea de lo que estoy pasando.
—¿¡LO QUE ESTÁS PASANDO?! —exploto—, ¡ESTOY SECUESTRADA!, ¡ME VIOLARON!, ¡NO SÉ SI VOLVERÉ A VER A MI FAMILIA ALGÚN DÍA!, ¿¡Y TÚ TE ATREVES A DECIR QUE TIENES UNA VIDA DIFÍCIL?!
Su expresión es completamente herida. Sus ojos están fijos en mí, pero no dice nada. No se mueve; creo que ni siquiera respira.
—Quiero que te vayas —mi voz es serena ahora pero estoy a punto de quebrarme.
—No voy a dejarte —susurra, intentando ablandarme pero lo único que consigue es hacerme enojar un poco más.
—¿Es demasiado tarde como para no dejarme, no crees? —espeto amargamente, recordando los golpes de Máximo maltratando mi cuerpo.
Su ceño se frunce ligeramente. —¿De qué estás hablando?
—Sólo vete, Julian—pido, y mi voz se quiebra por el nudo que se está formando en mi garganta.
Me dedica una larga mirada antes de cerrar los ojos y levantarse, dirigiéndose a la puerta. Es entonces cuando lo dejo ir. Lágrimas pesadas corren por mis mejillas y me hago un ovillo, abrazando mi cuerpo, intentando mantener todas mis piezas juntas. Intentando no temblar demasiado y no sollozar muy fuerte.
ESTÁS LEYENDO
Encerrada
FanfictionOriana Sabatini era hija del dueño de uno de los más grandes emporios de Inglaterra. Destinada a vivir en los lujos excesivos el resto de su vida, destinada a la grandeza. Destinada a la riqueza y la comodidad y con un futuro prometedor en el ballet...