Cap 41

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La madre de Julian, Diana, es una mujer hermosa.

Oscar, su padre, tiene el mismo carácter que su hijo. No me extraña que Julian sea como es después de haber conocido a sus padres.

Les digo un poco de la verdad. Les digo que Julian no es el monstruo que seguramente, les han dicho que es. Que siempre me ayudó, y que siempre fue un caballero.

No tengo tiempo suficiente para aclararles todo porque vienen a buscarme. Debo declarar en el juicio de Julian, también.

Entro a la sala una vez más y me obligo a mantenerme firme cuando lo veo entrar, esposado por las manos, vestido como un reo.

Luce veinte años más viejo. Su mandíbula está surcada por una barba más prominente a la que estoy acostumbrada. Sus ojos lucen cansados y ojerosos. Su piel está pálida y luce enfermizo.

Está renqueando. Mi corazón se estruja dentro de mi pecho al darme cuenta de que su rodilla aún no ha sanado bien. Quiero correr a abrazarlo. Quiero correr a besarlo. Quiero decirle que todo va a estar bien, y quiero creerlo.

Aprieto los puños a mis costados. No puedo hacer esto. No soy lo suficientemente fuerte como para soportarlo.

Se levanta la sesión y el fiscal comienza a enumerar los cargos: privación de la libertad, complicidad delictiva y posesión de armas.

Él está de pie, con la cabeza en alto, y lo admiro. Lo admiro por afrontar la situación de ésta forma.

Me sorprendo cuando traen a Pablo de vuelta para declarar. Me sorprendo aún más cuando el fiscal aclara que ha sido decisión del propio Pablo hacer su declaración.

El pánico me asalta. ¿Trata de hundirlo con ellos?, ¿quiere agravarlo todo?...

—¿Qué relación tiene usted con el acusado? —pregunta el fiscal.

—Julian y yo somos amigos de hace un par de años —dice Pablo mirando a Julian.

—¿Dónde se conocieron?

—En un bar cerca de Bronx, hace aproximadamente seis años.

—¿Qué tan implicado se encontraba el señor Serrano en el secuestro de Oriana Sabatini?

Mis manos se aprietan en puños ante la expectativa de su respuesta.

—Julian no sabía nada —sus palabras traen alivio a mi cuerpo—. No sabía que teníamos alrededor de dos meses siguiendo a Oriana a todos lados. No sabía lo que planeábamos. Lo supo la noche en la que tomamos a Oriana a la fuerza. Él no estaba de acuerdo.

—Y aun así, los ayudó... —afirma el fiscal y quiero gritarle que se calle.

—No. Él quería quedarse fuera de esto. Nos lo dijo esa noche, pero... —la mirada de Pablo encuentra la mía—, no sé qué sucedió en el transcurso de unas horas, que terminó preparando comida para ella.

Mi corazón da un vuelco dentro de mi pecho. —Él estaba ahí sólo para asegurarse de que estuviera bien. Ni siquiera preguntó acerca del rescate. No preguntó nada. Sólo estaba ahí, cuidando de ella.

Observo a Julian y su mirada denota incredulidad. ¿Pablo está defendiéndolo?, ¿Pablo está hablando a su favor?...

—N-Nosotros íbamos a matarlo porque estaba muy involucrado con ella. Había permitido que le viera el rostro y la mantenía desatada todo el tiempo. Incluso llegó a golpearnos por habernos acercado a ella.

Un nudo se instala en mi garganta, pero me obligo a mantenerme firme. Estoy temblando, y un destello de esperanza florece dentro de mi pecho.

Cuando Pablo se marcha, el fiscal me manda llamar. Tomo una inspiración profunda y me pongo de pie. Camino hasta el estrado sin mirar en dirección a Julian. No estoy lista para mirarlo directamente, todavía.

EncerradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora