Epílogo

4.3K 292 60
                                    

—¡Nicholas Serrano! —grito con irritación. No puedo creer que lo haya hecho. No puedo creer que haya dibujado en la pared cuando le he prohibido hacerlo de nuevo.

—¡NICHOLAS! —grito una vez más y escucho cómo se azota la puerta de la habitación. ¿Qué voy a hacer con él?

Miro el dibujo. Es muy bonito. Ha dibujado unas pequeñas flores de colores y pasto en la parte baja de la pared de la cocina; sin embargo, no puedo permitir que siga haciéndolo. Tiene todas las paredes de su habitación para pintarlas.

Camino hasta la habitación y abro la puerta sin tocar.

Nicholas se encuentra sentado con la mirada fija en mí. Sus ojos son de color miel, como los de su papá; y su piel es morena clara, como la mía.

—Ya no tengo espacio en mi pared —señala la pared delante de él. Yo me giro para mirarla.

Está repleta de trazos de colores, dibujos y bocetos. —¿Y por eso tenías que pintar en las paredes de la cocina? —reprimo mis ganas de abrazarlo y besar su frente.

Debo tener mano dura con él. Eso me ha dicho mi mamá. Veo cómo un puchero infantil se forma en las comisuras de sus labios. Mi corazón se estruja dentro de mi pecho. Odio ser tan vulnerable a su expresión inocente y triste.

—Las flores te gustan —su voz suena entrecortada, pero continúa—. Creí que te gustarían mis flores. Las hice para ti.

Todo mi coraje se ha esfumado, de pronto. ¿Cómo puedo estar enojada con él si lo amo tanto?

—Sólo..., no lo hagas de nuevo, ¿de acuerdo?, si no tienes espacio en la pared, podemos pintarla de blanco una vez más.

—¡NO! —grita y se pone de pie, estirando sus pequeños brazos sobre la pared de la habitación. Está protegiendo sus dibujos—, ¡No quiero que los borres!

Una sonrisa baila en mis labios, pero la reprimo. —¡De acuerdo!, ¡Cómo tú quieras!, sólo te lo advierto, jovencito, si vuelves a pintar mis paredes, voy a decomisar todos tus colores, crayolas, marcadores, plumas y lápices. No habrá nada de dibujos durante un mes, ¿de acuerdo?

Nicholas me mira con reproche, pero asiente.

—Ahora cámbiate que tienes práctica de fútbol en quince minutos —ordeno y salgo de la habitación.

Criar a Nicholas ha sido toda una experiencia.

Al principio estaba aterrorizada por todos los cuidados que debía tener, pero he ido aprendiendo poco a poco.

Diana y mi mamá han sido de gran ayuda. Me han aconsejado y ayudado más veces de las que podría mencionar.

Recuerdo perfectamente el día que nació, cuánto pesó, y cuánto midió. Recuerdo la primera vez que lo alimenté, la primera vez que se quedó dormido entre mis brazos, la primera vez que sufrió de catarro, la primera vez que se cayó, la primera vez que se puso de pie, la primera vez que dijo "mamá"...

No recuerdo haber sido más feliz en mi vida. No recuerdo haberme sentido tan plena como en ese momento. Tenerlo en mi vida era la bendición más grande que había podido recibir.

—¿Me ayudas? —Nicholas se lanza al sillón, cargando sus pequeñas zapatillas deportivas.

Yo sonrío y me acuclillo delante de él, ayudándole a ponerse los tenis. —¿Iremos con la abuela terminando el fútbol? —pregunta subiendo sus calcetas hasta sus rodillas.

—No, señor. La abuela tiene que descansar de nosotros por un día —sonrío y beso su frente—. ¿Tienes todo lo que necesitas?

—¡Sí! —exclama con una sonrisa.

EncerradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora