Cap 32

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—¿De verdad tienes que irte? —jadeo sentada en la baldosa del baño.

He tenido los peores días de mi vida. Los achaques del embarazo están haciendo estragos en mi organismo. Vomito todas las mañanas. No puedo retener nada en mi estómago hasta después de las doce del día y estoy bastante irritable.

Julian me pasa un vaso con agua y un par de pastillas para el vómito. —No lo haría si no fuera necesario. Debo arreglar muchas cosas si quiero sacarte de aquí antes del próximo domingo.

Mi corazón da un vuelco dentro de mi caja torácica ante la expectativa de lo que se avecina.
Aprieto los puños con fuerza mientras reprimo la sensación nauseabunda que me producen los nervios.

—Tranquila —Julian se arrodilla frente a mí con una media sonrisa pintada en los labios—. No dejaré que nada te suceda. Voy a sacarte de aquí sana y salva, ¿está bien?, confía en mí.

No puedo pronunciar palabra alguna. El riesgo de lo que haremos trae un silencio tenso y profundo entre nosotros. Estoy tan asustada que no puedo pensar con claridad.

—Prometo que no voy a tardar demasiado, ¿de acuerdo? —promete acariciando mi mejilla suavemente.

Yo asiento. —¿Qué es lo que harás? —pregunto tragando el nudo de mi garganta.

—Debo transferir todo mi dinero a una cuenta bancaria con nombre falso. En el momento en el que desaparezcamos del radar, van a congelar todas mis cuentas bancarias y no podemos quedarnos sin dinero, ¿estás de acuerdo?... Maximo es muy inteligente. Lo primero que hará será reportarme como persona desaparecida y por consiguiente van a congelar todo en el banco. No voy a permitir que nos acorrale —me regaló una sonrisa audaz y tranquilizadora—. También debo conseguirnos un par de identificaciones falsas y comprar un auto que pase desapercibido para poder viajar. Debo asegurarme de no dejar ninguna huella detrás de nosotros. Nada. Le diré a mi familia que me iré a viajar por toda Europa, para conocer.

—¿No crees que Maximo querrá ir tras tu familia primero? —pregunto con nerviosismo.

—Él no conoce a mi familia. No sabe nada de ellos. Me he encargado de mantenerlos a raya todo éste tiempo. Créeme, están a salvo —me guiña un ojo.

—¿Qué hay de la mía? —susurro con la voz entrecortada.

Él me mira un momento y traga duro—: No creo que les suceda nada. Maximo no se arriesgará tanto; sin embargo, no podrás verlos en mucho tiempo. Debemos irnos lo más lejos posible.

Yo asiento mientras una serie interminable de recuerdos me golpea. No veré a mi familia en mucho tiempo. No sabré nada de ellos. No sabrán que estoy embarazada. Probablemente ni siquiera los vea después de que nazca el bebé...

—Me encantaría que las cosas fueran diferentes —acaricia mi mejilla con su pulgar y cierro los ojos.

—Lo sé. Lo sé y lo entiendo.

—Volveré pronto. Diablo se quedará contigo, ¿está bien? —susurra y besa mi frente.

—No tardes demasiado —pido, apretando su mano.

—No más de lo necesario, eso lo puedo jurar —un beso suave es depositado en mis labios y me acompaña a la habitación.

Julian me besa una vez y sale, dejando un horrible silencio.
Intento mantener mi cabeza lejos de los nervios de la huída, pero no puedo. No puedo dejar de pensar en eso. No puedo dejar de darle vueltas en mi cabeza. ¿Y si algo sale mal?...
Niego con la cabeza, ahuyentando los pensamientos oscuros de mi cabeza.
No sé cuánto tiempo ha pasado, pero mi vejiga está a punto de estallar. Necesito ir al baño en éste momento. ¿Será muy arriesgado si hago mi camino sola hasta ahí?...

Me levanto del tendido y camino hasta la puerta, abriéndola lo más silenciosamente posible. Hago mi camino hasta la puerta del baño cuando la voz ronca de Maximo hace que me detenga en seco.
La voz aguda de Pablo chilla algo que no logro comprender y la curiosidad pica en todo mi organismo. Camino hasta las escaleras de la cabaña y bajo un par de peldaños. Lo suficiente como para escuchar sus voces susurradas con más claridad.

—No me siento bien haciendo eso —la voz de Pablo suena aterrorizada.

—Yo tampoco, pero Ignacio, ¿Lo has visto?, está idiotizado con ella. No sale de esa maldita habitación más que para traerle comida. Trajo a su estúpido perro para que la cuidara. ¿Crees que será capaz de deshacerse de ella cuando tenga que hacerlo? —Maximo espeta.

—Quiero decir, es Julian. Es nuestro amigo. Él nos tendió la mano cuando nadie lo hacía. No creo que pueda hacer esto... —Pablo, que ahora sé que se llama Ignacio, suena torturado.

—Él lo hará. Querrá que dejemos ir a la chica, pero no podemos dejarla ir. Nos ha visto la cara. Van a encerrarnos si la dejamos ir. Ni siquiera cuando nos paguen el rescate. Ella debe morir esa noche. Vamos a entregar su cuerpo.

Mis entrañas se revuelven ante las palabras calculadas y frías de Maximo e inhalo profundo.

—¿Qué sugieres, entonces? —pronuncia Ignacio, sonando derrotado.

—Tenemos que deshacernos de él.

—¿Matarlo?

Mi corazón comienza a latir con una fuerza impresionante y mis manos tiemblan. Un nudo se forma en la boca de mi estómago y quiero gritar del horror.

—No hay otra manera. He pedido que nos adelanten el pago del rescate. El martes será el día. Tendremos que deshacernos de Julian antes.

—¡¿El martes?! , ¡Pero si hoy sábado, Maximo!

Aprieto la mandíbula con fuerza.

—Lo sé. Tenemos que planearlo bien.

—¿Escuchaste eso? —Ignacio suena nervioso y mis ojos se abren con horror. ¿Me han escuchado?...

No me quedo a averiguarlo. Me precipito hasta la habitación y cierro la puerta detrás de mí.
Me lanzo al tendido, haciéndome un ovillo e intentando aminorar el temblor de mi cuerpo. Quieren matar a Julian. Quieren matar a Julian. Quieren matar a Julian. Quieren matar a Julian...

La puerta se abre y aprieto mis ojos con fuerza. ¿Dónde está Diablo?, ¿Por qué no gruñe o ladra?...

—¿Oriana?, ¿estás dormida? —la voz de Julian hace que todo mi cuerpo se relaje inmediatamente; pero estoy tan asustada que las lágrimas se precipitan por mis mejillas, mojando el material de las sábanas.

Siento una mano cálida y fuerte en mi brazo. Julian retira mi cabello de mi hombro. Mi cuerpo está temblando y no puedo evitarlo. Tengo tanto miedo.

—¿Oriana?, ¿Qué pasa? —Julian suena alterado—, ¿Por qué estás temblando?, ¿Te han hecho daño?

Yo niego con la cabeza enérgicamente, sin dejar de llorar.

—Oriana, mírame. Por favor, mírame y dime qué pasa, ¿te sientes mal?, ¿qué es?

Me giro sobre mi cuerpo e inhalo profundo, intentando tranquilizarme, pero no puedo parar de llorar. —E-Ellos —jadeo lastimosamente—. E-Ellos v-van a... —no puedo tranquilizarme—. ¡E-Ellos quieren m-matarte!

Su expresión se transforma por completo en cuanto pronuncio esas palabras. No veo otra cosa más que furia y determinación en su mirada color café. Está furioso.

—No van a poder conmigo —susurra con la voz enronquecida.

EncerradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora