Cap 38

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Cuando entro a la estación de policía en Londres, estoy aseada y me han hecho toda clase de exámenes médicos.

Me han prometido que pronto veré a mi familia pero, por primera vez en mucho tiempo, no quiero verlos a ellos. Quiero verlo a él. Quiero ver a Julian. Quiero que esté bien.

No sé cuánto tiempo ha pasado desde que llegué a la ciudad. Me ha parecido una eternidad, y al mismo tiempo no creo que hayan pasado más de veinticuatro horas.

Un montón de reporteros me atiborran de preguntas cuando llego a la jefatura pero no escucho nada. No entiendo nada y no quiero entender. No estoy lista para todo esto. ¿Por qué hay tanto escándalo?...

En cuanto cruzo la puerta de la jefatura de policía, una mujer se abalanza sobre mí en un abrazo fuerte e intenso. Me toma unos segundos registrar que se trata de mi madre.

Está murmurando algo contra mi cabello pero no logro entenderla debido a sus sollozos. Yo envuelvo mis brazos a su alrededor pero no lloro. Estoy aliviada por verla. Estoy agradecida por volver a verla a pesar de haber creído que jamás volvería a toparme con ella.

Ella me aparta un poco para mirarme a la cara. —¡Dios mío, estás aquí! —exclama entre sollozos.

Unos brazos más fuertes me aprietan con fuerza e inhalo el aroma de la colonia cara de mi papá. Mis brazos se envuelven a su alrededor y siento las lágrimas picando en mis ojos. Se aparta de mí y me mira. Está llorando. No pronuncia palabra alguna, pero las lágrimas en sus mejillas lo dicen todo.

—Es necesario que vengan de éste lado, por favor —nos indica una oficial con aspecto afroamericano.

Nos encaminamos hacia donde ella nos dice, cuando escucho algo familiar. Un gruñido aterrorizado. Un gemido adolorido...

Me giro sobre mis talones y recorro todo el lugar con la mirada. No hay nada... Seguro lo he imaginado.

Sigo caminando, cuando el gruñido vuelve. Me detengo en seco. Mi corazón late a una velocidad impresionante. Me vuelvo a girar, y es entonces cuando veo a una bestia peluda arrastrar a un guardia por la estancia. Trae un bozal en el hocico. Tiene parte del pelaje manchado de sangre seca.

—¡DIABLO! —grito y el perro se detiene en seco, mirando en mi dirección.

El perro corre y me agacho justo a tiempo para atraparlo entre mis brazos.

Mi madre jadea, impresionada; mientras mi padre grita que tenga cuidado. Está temblando de miedo y yo estoy temblando con él. —Estás bien, pequeño, ¡Estás bien! —Las lágrimas brotan de mis ojos mientras acaricio su pelaje ensangrentado—, ¿te hicieron daño?, ¿estás herido?...

Comienzo a tantear en su pelaje, buscando una herida, pero no encuentro nada. Gruñe con incomodidad y yo retiro el bozal de su hocico.

Diablo ladra con gusto y comienza a lamerme la cara y las manos. —Estás bien. Estoy bien. Tranquilo. Estoy aquí —lo tranquilizo acariciando su pelaje.

—Debo llevarme al perro a... —la voz del oficial es interrumpida por un gruñido furioso del animal frente a mí.

Diablo se gira para encarar al oficial y le gruñe, mostrándole los dientes. Está defendiéndome. Está cuidándome.

—¡Quieto! —le ordeno, e inmediatamente deja de gruñir. El oficial me mira con asombro y yo tomo la correa de Diablo.

—Él se queda conmigo —anuncio. Nadie es capaz de contradecirme. Ni siquiera mi madre, que tanto odia a los perros.

Avanzamos hasta una oficina amplia, con vista a la ciudad. Diablo no se despega de mi lado mientras me siento en una de las cómodas sillas, frente al escritorio de madera.

—¿Los tienen? —pregunta mi papá con ansiedad.

—Así es. Uno de ellos está en el hospital. Tenía una bala incrustada en la rodilla derecha.

Mi vista se vuelca en dirección a la oficial y me pongo de pie de inmediato. —¡¿Cómo está?! , ¡¿Está bien?! , ¡¿Le pasó algo de gravedad?!

La oficial frunce el ceño y niega con la cabeza. —Sólo perdió mucha sangre por la bala y tenía muchos golpes en el cuerpo. Está bien. Estará fuera de cirugía en un par de horas...

—¡Quiero estar ahí!, ¡Quiero verlo!, ¡¿Dónde está?! —mi voz comienza a sonar aguda y horrorizada.

Mis papás me miran como si me hubiese vuelto loca. La oficial se aclara la garganta y dice—: Me temo que eso no será posible. Está bajo custodia judicial debido a ser sospechoso de tu secuestro.

—¡ÉL ME SACÓ DE ESE LUGAR! —grito y las lágrimas corren por mis mejillas una vez más.

—Está fichado en nuestros registros. Ha estado vinculado con una banda de delincuencia organizada pero no se le ha podido comprobar nada. Me temo que está vinculado con tu secuestro, también. No podemos hacer nada por él en éste momento —se disculpa la oficial.

—¡No es justo!, ¡NO ES JUSTO!, ¡ÉL ARRIESGÓ SU VIDA PARA SACARME DE AHÍ!, ¡ÉL ESTÁ EN EL HOSPITAL POR MI CULPA!, ¡ÉL NUNCA ME HIZO DAÑO!, ¡ÉL ME AYUDÓ...! , ¡ÉL...! —me trago el resto de mi oración. Estoy a punto de gritar que él es el padre del bebé que espero, pero me contengo.

Mi mamá me mira como si yo fuera una completa desconocida. Lo soy. Soy una completa desconocida. He cambiado. Ya no soy la misma y nunca voy a volver a serlo.

—¿Cuántos más estaban vinculados? —pregunta mi papá tras un momento de silencio.

—Dos más. No han querido decir una palabra. No llevaban identificaciones con ellos. Nada que pueda identificarlos para comenzar la investigación previa...

—Peter Rodriguez y Pablo Escobar—mi voz suena fría y distante a mis oídos.

Todos me miran con incredulidad. —Así se llaman —digo—; Peter Rodriguez y Pablo Escobar.

La oficial toma su teléfono y espeta—: ¡Tengo sus nombres!, ¡Peter Rodriguez y Pablo Escobar!

—¿Qué más sabes? —me pregunta la oficial mirándome con incredulidad.

Yo me cruzo de brazos y niego con la cabeza. —Necesito verlo. Quiero verlo. Después de que lo vea, responderé cualquiera de sus preguntas.

—¿Él es, no es así? —pregunta, estrechando los ojos.

Yo me tenso por completo. —¿Q-Quién? —tartamudeo.

—Él es el padre de tu bebé, ¿no es así?

Escucho el jadeo de mi madre y la maldición de mi padre, pero no me inmuto. No digo nada. Sólo miro fijamente a la oficial. No voy a hablar si no lo veo.

No voy a decir nada más si no me permiten verlo.

***

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