Capítulo 4

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Había dormido muy incómodo, pero no podía quejarme, tenía a la chica que me gustaba a tan solo una habitación, así que cómo no despertar feliz.


Me levanté cuidadosamente del sofá y troné mi cuello, este parecía nunca haberse movido en la vida, me dolía la espalda, piernas, cabeza, cuello... Todo. Pero la vi a ella, no se me quitó el dolor obviamente, sin embargo me recordó el por qué lo había hecho.

Alguien tocó la puerta, era Chris... Traía consigo unas maletas, las maletas de Elizabeth, había olvidado por completo que venía a vivir con nosotros. Creo que el sofá será mi nueva cama de ahora en adelante.


- Gracias hermano, nuevamente. Te debo una—me entregó todo y antes de siquiera dejarme responder se marchó corriendo.


Aún era temprano, demasiado se podría decir, apenas eran las cuatro de la mañana y como ya no tenía sueño y mis padres no habían llegado fui a la cocina a prepararme el café (llevaba una sonrisa estúpida en el rostro al recordar los momentos que había pasado con Alexa).


- Espero que no se sorprenda si le digo que me gusta—decir que la amaba era aún muy apresurado aunque lo sintiera, seguro la asustaría.


- ¿Quién te gusta?—No, no, no ¿Qué hacía despierta? Aún era demasiado temprano.

- ¿Te gusta alguien, Carlitos?—genial, el soldado también estaba despierto, ya valí. Aunque afortunadamente no dije nombre alguno.

- Sí, me gusta alguien pero es un secreto—añadí con una sonrisa nerviosa—Alexa ¿Irás mañana a culto?—por favor que me siga la corriente, por favor.

- Claro... Apropósito de mañana. Ya sabes que es culto de jóvenes y pues, como los pastores van a ir al retiro junto con otros miembros de la iglesia y me dejaron a cargo el culto, no sé si quisieras dirigirlo conmigo—inquirió dándome una taza de café. Ella era mi doña Florinda sin duda alguna— ¿Entonces?

- ¿Qué?

- ¿Dirigirás el culto conmigo?—respondió reprimiendo una sonrisa.

- Ah... Claro, no hay problema—estúpido, claro que había problema, me da pánico hablar en público—Aunq...

- Gracias, gracias—dijo abrazándome y llevándose la poca fuerza de voluntad que me quedaba para negarme—estaba asustada de hacerlo sola pero ya no lo estoy.

- ¡Si! Ya no lo estás—chilló Johnny.

- ¿Carlos?

- Dime—hice un intento de sonrisa.

- Te estás quemando, ese café está hirviendo—así que por eso me ardía la mano, pensé que había sido mi imaginación. Alexa al ver que no soltaba la taza me la quitó de la mano y la puso sobre el mesón de la cocina—ven, hay que untarte un poco de crema.


Me tomó de la mano sana y me arrastro a la sala, su mano se sentía increíble en la mía. Debería pegársela por siempre a mí. Su tacto era un poco rasposo, tocaba la guitarra así que era entendible que tuviera algunos cayos en los dedos, además, trabajaba como empleada para ayudar a pagar las cuentas; la mujer es increíble y yo, yo soy yo.


- John ¿puedes buscar un poco de crema?—preguntó a su hermano.

- Está en la primera gaveta, en mi habitación.

Dios no te prohíbe divertirteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora