Habían pasado seis meses desde la muerte de mis padres. Normalmente no estaba en casa si no que trabaja todo el día para poder mantener a mi hermano quien se había vuelto más reservado. Ya no hablábamos como antes, solo nos limitábamos a decirnos lo básico. Había perdido el contacto con Alexa, ya que ganó una beca y se marchó a otra ciudad junto con su novio, José. Por su parte Liam estaba de vacaciones en la casa de verano de sus padres, escuché que hacían fiestas prácticamente todos los días y que en estas había toda clase de sustancias psicoactivas, a decir verdad estaba preocupado por él pero la tristeza no me daba tregua en ningún momento. Christian y Elizabeth estaban de viaje, resulta que Chris quiso alejar a su hermana por un tiempo de todo lo que estaba sucediendo pues con los problemas de ansiedad que esta tenía podía recaer en la depresión. El único que me quedaba era Jason, él había decidido quedarse conmigo por un periodo de tiempo y ayudarme con mi hermano. Entre los dos acordamos mudarnos a su casa y vender la mía, puesto que no soportaba vivir en esa casa llena de recuerdos y nostalgia, Daniel no se opuso, al contrario, me abrazó y agradeció por la decisión tomada.
Ahora estaba sentado en la sala de la casa de Jason, contaba el dinero recaudado en el día y suspiré con pesadez al notar que era muy poco. Trabajar como taxista no dejaba demasiado dinero, Jason dijo que el dinero no era problema pero no viviría de gratis en su casa, eso nunca. Tomé el teléfono llamando a un amigo que podía conseguirme un empleo extra, claro ahora no vería a Daniel ni siquiera en las noches.
- ¿Luis? Hablas con Carlos, me preguntaba si aún sigue en pie la oferta.
- ¡Claro! No lo dudes ¿puedes empezar esta misma noche? Necesito gente que reparta las órdenes.
- Claro, no hay problema—respondí con una lagrima rodando por mi rostro.
- Bien, te veo en media hora.
Fui a ver cómo estaba Daniel antes de salir a trabajar, faltaba poco para su cumpleaños pero aparentemente ni él se acordaba, desde la ida de nuestros padres iba y venía por la casa como si fuera un muerto andante. Me dolía profundamente verlo así pero no sabía qué hacer para que se sintiera mejor cuando yo estaba igual o peor.
Seguí asistiendo a la iglesia, cada vez que salía de allí me sentía mejor pero en cuanto llegaba donde Jason me derrumbaba otra vez, era muy difícil de soportar tal dolor, y la verdad que no creo aguantarlo por más tiempo.
Salí a la calle en busca de un taxi, siempre tenía que caminar unas cuadras ya que Jason vivía en una zona donde la mayoría de las personas tenían coche o motocicleta por los taxistas veían innecesario buscar pasajeros. Luego de caminar alrededor de cinco cuadras logré visualizar un taxi el cual me condujo al restaurante en el que trabajaría.
Al bajar del auto pude ver como Luis me esperaba ansioso en la entrada, pensé que había llegado tarde pero sus palabras corrigieron mi error.
- Gracias por llegar tan rápido, necesito que subas a esa moto y repartas esas cinco pizzas, luego vienes y llevas los pedidos que tengamos, en eso se basa tu trabajo. Ahora muchacho, corre—me dio las direcciones sin darme oportunidad de decirle algo y me lanzó las llaves de la motocicleta.
Preferí no decir nada y hacer lo que me encargó, fui de casa en casa, entregando pizzas y recibiendo el pago. Pensé que la noche se basaría solo en eso pero luego llegué a una casa y vaya sorpresa que me llevé.
- Miren a quien tenemos aquí, al pequeño Carlitos—dijo quien había sido uno de mis mejores amigos— ¿qué tal la vida cristiana?—preguntó dándole un sorbo a su cerveza.
- Bien—contesté desganado, era lo último que me faltaba, encontrarme con él—son diez con cincuenta.
- ¡Vamos! ¿No saludarás? Eso es de mala educación.
- Bueno... Hola ¿Ya me dejas en paz, Alex?
- Vale, vale. Mejor dame esa cosa que tengo hambre, ten quédate con el cambio. Por tu rostro demacrado veo que lo necesitas—se burló, detestaba que se burlara, pero lo dejé pasar. Salí de la casa a trompicones y con la vista nublada por la rabia y el dolor. Subí a la motocicleta y conduje con exceso de velocidad hasta el restaurante, le entregué el dinero a Luis y recogí los nuevos pedidos. Mi noche continuó así hasta que dieron las doce, el trabajo había terminado así que tomé un taxi y llegué a casa.
Estaba física y mentalmente agotado. Me encerré en la habitación que Jason me permitió usar y me arrodillé, oré hasta quedarme dormido, en ese proceso lloré como nunca lo había hecho, me dejé caer, ya me sentía en un hoyo y no creía poder levantarme de esa caída, realmente no creí que pudiera hacerlo.
(***)
- Elizabeth, por favor te lo suplico abre la puerta—mi hermano quería ayudarme pero no había ya nada que hacer. Ya no había nada. Además con eso me sentiría mejor.
- Gracias—susurré al vacío de mi habitación.
Cerré los ojos y dejé que la sangre fluyera libremente por las heridas recién abiertas. Las lágrimas caían silenciosas por de mis ojos. Sentía como la debilidad se iba apoderando de mi cuerpo pero en ese instante escuché golpes en la puerta, cada vez más intensos hasta el punto de que estaban rompiendo la puerta.
Deseé que la puerta se convirtiera en hierro o en piedra, quería morir. Lo deseaba. No podía soportar el dolor en mi pecho y no pensaba seguir luchando, así es, me rendí.
Antes de quedar inconsciente vi como mi hermano había logrado entrar y como tuvo unos segundos de shock al verme, fue ahí cuando cerré los ojos, feliz.
(***)
Estaba sentado esperando noticias de Elizabeth, no podía creer que lo había intentado, ella siempre fue clara diciendo que quería morir y para mi desgracia lo tomé a juego. Ahora ella estaba en el hospital con riesgo de morir y todo por mi culpa.
Llamé a Jason sabiendo que era con el único que podía contar, además llamar a Carlos sería una imprudencia, solo conseguiría afectarlo más. A los tres timbrazos contestó.
- ¿Chris?
- Eli... ella... corté... hospital—logré decir a medias.
- Espera, Eli trató de suicidare—esa no era una pregunta—ya voy para allá ¿dónde están?
- Llegamos ayer a la ciudad—respondí mirando al vacío—Eli no lo soportó, fue mi culpa—sollocé.
- No, no es tu culpa. Voy para allá.
El tiempo se sentía pesado, lento y tortuoso. No podía dejar de pensar en su cuerpo tirado y con sangre manando de él. Trataba sin éxito de borrar esa imagen de mi cabeza, rogué a Dios que todo saliera bien y que la situación de Eli se resolviera pronto, o de no tendría que internarla para evitar que se hiciera daño de nuevo.
Cuando salimos de viaje lo había intentado, por fortuna solo fueron unos cortes pero ahora llegó muy lejos y no estaba dispuesto a perderla, claro que no.
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Dios no te prohíbe divertirte
SpiritualMuchas personas piensan que por el solo hecho de seguir a Dios ya no podrás divertirte, que para seguirlo tienes que convertirte en un mojigato o en una persona aburrida. Yo tengo una opinión diferente y en esta pequeña historia planteare algunos de...