Capítulo 19

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Tres años después

Estaba tratando de resolver algunos ejercicios de cálculo en la biblioteca de la universidad, pero estaba agotado, tanto mentalmente como físicamente, por lo tanto decidí levantarme e ir hacia mi departamento, necesitaba descansar y ver cómo estaba mi hermano.

Subí a la motocicleta que, amablemente, Luis me permitió usar fuera del trabajo. Desde hacía más de tres años trabajaba con él como repartidor y mi sueldo aumento desde entonces, no mucho pero si lo suficiente como para poder mantenerme a mí y a mi hermano.

En cuanto llegué al departamento un hiperactivo y sonriente Daniel salió a recibirme.

- ¿Cómo estás enano?—le sonreí— ¿Y Camila?

- Está preparando algo de comer, dijo que quería darte una sorpresa y no me digas enano que ya estoy más grande.

- No mucho—respondí sacudiéndole el cabello que cada vez le crecía más rápido.

- Hola Carlitos—me saludó Camila con un beso en la mejilla, ella era mi compañera de clase, desde que entré a la universidad ha sido mi amiga aunque en este momento se podría decir que estamos siendo más que eso—preparé una lasaña, tienes que comer bien antes de salir a trabajar.

- No te vi hoy en la universidad, no me digas que te quedaste aquí todo el día cuidando a Daniel.

- No, claro que no. Jason me llamó diciendo que la niñera no podía venir por eso te llamé cuando supuse que la clase había acabado, así no estarías preocupado ni interrumpiría la clase.

Negué con una sonrisa en mi rostro y fui hacia el comedor, en el cual había cartas y cuentas por pagar, las recogí sin verdaderamente verlas y las arrojé en la mesa de centro que estaba en la sala.

- ¿Por qué no las lees? Puede ser algo importante—señaló Daniel llevándose el tenedor a la boca. Tomé asiento en el lugar junto a él.

- ¿Más importante que comer? Lo dudo—este cayó dándome la razón. Camila se sentó a mi lado y me tomó la mano, sentí su calidez en mi piel y sonreí, sabía que no estaría solo nunca más.

Digamos que luego de la partida de Elizabeth me estaba destruyendo a mí mismo, no comía y dormía poco, además el trabajo en las noches no ayudaba. Por lo que tuve que ir a un terapeuta y después de un trabajo de un año y medio logré retomar mi vida, una de las tareas más complicada era estudiar, trabajar, asistir a las terapias e ir a la iglesia; en ocasiones no podía asistir porque el tiempo realmente no me daba, además debía cuidar a mi hermano por lo que me tocó dejar de asistir a algunas terapias pero afortunadamente logré sacar todo adelante. Ahora iba a la misma iglesia de antes, trabajaba desde las siete hasta la media noche y estudiaba. Camila de vez en cuando me ayudaba a cuidar a Daniel y así aprovechábamos y estudiábamos cuando venía, se puede decir que ella iluminó mi vida, ya que fue quien me impulso a continuar las terapias cuando quería dejarlas y quien estuvo ahí para consolarme cuando me veía devastado, sin lugar a dudas un ángel de Dios.

- ¿Carlos?—preguntó ella confundida por mi silencio— ¿estás bien?

- Si, lo siento... Estaba pensando—sonreí para tranquilizarla pero no funcionó.

- Daniel ¿quieres más?—indagó sin quitar sus ojos de mí.

- No, gracias. La verdad estoy muy lleno, iré a dormir—contestó Daniel caminando hacia su cuarto—hasta mañana.

- Hasta mañana—contestamos ambos al unísono.

Comencé a recoger los platos cuando ya hubimos acabado, aun la mirada de Camila estaba sobre mí pero traté de ignorarla, no deseaba hablar más de lo que me convenía en ese momento por lo que me puse a lavar los trastes y a ubicarlos en su lugar.

Aún faltaban más de dos horas para entrar al trabajo por lo que me senté en el sofá y prendí la televisión, estaban dando un programa de cocina el cual no me importaba pero podía disimular verlo. Camila se sentó a mi lado sin decir una palabra y comenzó a ver el programa, en un momento dado recargó su cabeza en mi hombro y me tensé, no por estar enojado, si no que hacía más de tres años de no estar así con alguien. Estuvimos así como por veinte o más tiempo, la verdad no lo sé, lo que importa es que de un momento a otro levantó su rostro y me sostuvo la mirada unos segundos antes de bajar a mis labios. Estaba tentado a besarlo, de nada serviría mentir, pero temía que nuestra amistad acabara. Sus labios estaban cada vez más cerca de los míos, el beso iba a pasar y no quería detenerlo a pesar de poner en riesgo nuestra amistad, gracias a Dios sonó el teléfono.

- ¿Diga?—contesté sin alejarme demasiado de ella—voy para allá Luis—agregué después de unos segundos de silencio.

- ¿Te tienes que ir?—pregunta obvia, respuesta obvia.

- Si, lo siento. Luis me necesita para entregar unas órdenes especiales y para darme la paga de la semana.

- Vez, yo cuidaré a Daniel—dijo con un toque de decepción—cuídate.

Salí del lugar con el corazón yéndome a mil por hora, esto estaba mal, lo que sentía estaba mal. Necesitaba hablar con el pastor sobre lo que me estaba ocurriendo, bueno sobre lo que estaba sintiendo, no puedo permitir pensar en otra chica, estaría engañando a Elizabeth.

Conduje hasta la pizzería y trabajé sin espacios para pensar ni descansar, necesitaba mantener mi mente ocupada, y si matarme trabajando era la forma, pues lo haría.

Narra Elizabeth.

Estaba en casa con Matt, mi novio, veíamos una película de comedia, aunque era más lo que nos besábamos de lo que veíamos pero no importaba. Chris había llamado hacía más de media hora preguntando cómo estaba y qué estaba haciendo, se puede decir que desde mi último intento de suicidio, el cual ocurrió hacia dos años atrás, estaba siempre al pendiente, tanto que me exasperaba. Ya estaba mejor, las terapias ayudaron mucho y haber conocido a Matt también. Lo único que no había podido hacer mucho era ir a la iglesia, iba pocas veces al mes pero eran pocas veces las que me provocaba ir, era extraño pero cuando iba me sentía bien.

- ¿Qué has pensado Elizabeth?

- ¿Acerca de?—pregunté devuelta.

- De ir a conocer a mis padres, llevamos casi un año saliendo y no has querido conocerlos ¿Puedo saber la razón?

Recuerdos de la perdida de los padres de Carlos vinieron a mi mente, y me perdí en ese recuerdo. El llanto, el dolor, fueron cosas insoportables, y las cuales no quería volver a soportar.

- Eli, cariño, dime algo.

- No me digas Eli, sabes que no me gusta.

- Bueno, bueno—bufó—pero irás a conocerlos al menos.

- Esa no es una pregunta—le señalé.

- Lo sé, porque irás a verlos. Son buenas personas no tienes por qué estar asustada.

- No estoy asustada, es solo que, no sé—mentí.

- Vamos, puedes confiar en mí, no hay nada que pueda espantarme, ni siquiera si eres una asesina serial y estás conmigo solo para torturarme después.

- Eso no tiene sentido—sonreí dándole un corto beso.

- Entonces dime—dijo acomodándose en el sofá.

- Está bien.

Toda la noche le relaté lo ocurrido, evitando tocar el tema que nunca había querido hablar con nadie, ni siquiera el psicólogo. Pero al menos quedó satisfecho y no preguntó más, solo se dedicó a asegurarme que no pasaría nada pero aun así me rehusé el conocer a sus padres, al menos por ahora no quería conocerlos, por ahora. 

Dios no te prohíbe divertirteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora