II. Sin arrepentimientos

409 34 38
                                    

II

Sin arrepentimientos


285 horas para El Renacer.

En Tundratown, en un domicilio de tamaño normal para no levantar sospechas de las reuniones que se llevaban a cabo, un reno de pelaje blanco con manchas negras estaba sentado en un mullido sillón en la sala del departamento, esperando a su compañera.

Miró el reloj en su muñeca. «Las tres de la mañana». Soltó un bufido molesto que formó un vaho ante la baja temperatura del aclimatado distrito. Empezó a tamborilear impaciente su rodilla con sus pezuñas. «Para ser una militar retirada es demasiado impuntual.»

Se quitó las gafas e inspiró mientras las limpiaba con cuidado con su camiseta de botones. A veces se molestaba que de los cinco, él y Anubis fueran los que más estaban al pendiente de todas las movidas que había en el grupo. Bueno, era un grupo variopinto, la verdad; era obvio que no todos serían iguales, no obstante, todos compartían el mismo objetivo en común.

Él también había notado la espiral de autodestrucción en la que se estaba sumergiendo la ciudad, y si no se detenía, en pocos años el mundo entero compartiría ese mismo panorama. Solo le bastaba ver la cantidad de animales que entraban en el hospital que trabajaba para ver la realidad: falta de insumos, falta de habitaciones, pacientes tendidos en pleno pasillo. Era una locura. Y era peor cuando iba a pediatría, más desgarrador. Sin embargo, la unidad neonatal parecía estar siempre abarrotada.

Suspiró y se repitió la misma frase de siempre para cuando le pegaban esos ataques de culpabilidad. «Tiempos desesperados, requieren medidas desesperadas.»

Anubis también había visto eso, de hecho, fue él quien lo contactó. Jamás olvidaría ese día. Había terminado su turno nocturno y realizado exitosamente una operación, cuando su móvil sonó.

—Doctor Zury Nassar —había dicho Anubis.

—¿Quién es usted? —se había extrañado, solo animales de su íntimo círculo personal tenían su número de teléfono—. ¿Cómo consiguió mi número?

—Doctor Alastor Inval —dijo—, patólogo, infectólogo y genetista; un placer. Vi su interés en mi proyecto para mejorar a futuro las condiciones de la ciudad. ¿Es correcto?

Nassar se había mostrado sorprendido. Sí, estuvo interesado en el proyecto sin especificar de la página de Inval, pero ¿qué él mismo lo llamara?

—¿Qué tiene que ver eso conmigo? —dijo el doctor—. Es su proyecto e investigación, no el mío.

—Entonces no me niega que se ha dado usted cuenta del futuro que le espera a la ciudad, ¿cierto? —Zury no respondió—. Ya veo. —Inval hizo una pausa, tras la línea se oía su calmada y acompasada respiración—. Dígame, ¿estaría interesado en ser parte del mismo?

A partir de ese momento la vida del reno cambió de una forma increíble. Al inicio fueron conversaciones telefónicas que mantenía con Alastor, y al cabo de un tiempo empezaron las reuniones. Él le contaba sobre su proyecto y lo que haría, al inicio Nassar se mostró alarmado, hasta el punto que dejó de contactar con el lobo negro, pero luego de dos semanas y ver, atender, perder y curar pacientes que apenas salían del hospital volvían con nuevas heridas, entendió el punto de Inval.

Había que hacer algo.

Algo grande.

La especialidad de Zury no era la genética, su área de trabajo y confort era traumatología, y fue exactamente por eso que Inval contactó con él ya que por atender en Emergencias tenía fácil acceso a varios tipos de sangre de distintas especies, algo que el lobo en su laboratorio no podía obtener con facilidad. Le proporcionó a Inval todas las clases y tipos de sangre que este le pidió, sin saber a ciencia cierta para qué los usaba.

Zootopia: Osiris (SEPT 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora