XIX. Vendajes

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153 horas para El Renacer.

Que Malik se hubiera presentado más pulcramente que hace dos horas era un cambio agradable. La chaqueta negra con la que siempre iba ya no estaba manchada de sangre, por lo que debía ser otra, sus jeans tampoco y el corte en su mejilla tenía una curita. Si alguien lo viera por primera vez apuntaría a que era un guardaespaldas más que un asesino sin escrúpulos. Recibió un recado suyo por parte de uno de sus animales, quien se presentó en su departamento y le dijo que la esperaba en una cafetería a doce cuadras de su residencia.

Natasha supuso que su encuentro se debía a que, para variar en aquel enrevesado juego que le hubo dejado Anubis, había cumplido con sus pedidos y pedía ver que realizaba la transacción en su teléfono. Asistió y partió, no sin antes ponerse un suéter de manga larga para cubrir la herida de su antebrazo que aún no sanaba bien; guardar un revolver pequeño en su cintura tapado con su larga camiseta y un cuchillo en su pierna que era cubierto por el pantalón.

Una vez hubo llegado al sitio, el oso la esperaba en una de las mesas más alejadas de los ventanales, casi escondido en una esquina, aunque la sombra y el corpulento físico de Malik le resultaron inconfundibles a la leopardo de las nieves.

—Así que no lo mataste —comentó, con el rostro apoyado en una de sus patas, vuelta un puño, mientras con la otra meneaba diligentemente una cucharita dentro del café que pidió hacía minutos—. Es impropio de ti, Malik.

—Ya te lo dije —reiteró el oso, subiéndose más aún el cierre de la chaqueta; un poco más, pensó, y se cerrará el hocico—, ellos se me adelantaron. El doctor intentó suicidarse y me vio. No sé cómo, pero me vio; y justo cuando fue a saltar hizo un gesto de arrepentimiento, lo que hizo que la bata se le quedara enganchada a un ducto.

—Y al fin y al cabo —completó ella, sabiendo la historia—, la hiena lo lanzó a una cerca metálica con pinchos. —Suspiró, colocando la cucharita en la mesa y llevando la bebida caliente a sus labios. Luego de un sorbo, añadió—: No esperarás que te pague por una muerte que no cumpliste, ¿cierto?

—No.

—¿Y por qué me citaste aquí? —le preguntó—. No creo que seas de esos animales románticos, Malik. Habla de una vez, que estoy ocupada en algo importante.

—Es sobre mi manera de compensarte.

Con otro sorbo, Natasha alzó una ceja, interesada.

—¿Cómo?

—¿No creerás, Neit, que he logrado durar tanto en este oficio y escurriéndome de las mafias mayores dejando trabajos a medias? —le preguntó, con un gruñido bajo, parecía un barítono—. Si no cumplo un trabajo, compenso haciendo otro gratis.

—Un peculiar sistema, debo decirte. —Fijó sus ojos con los del oso, demostrándole quién tenía el control—. Aunque fiable. Así generas confianza y empatía con tu contratista, ¿me equivoco? —Negó con la cabeza—. Bien —asintió ella—, necesito que me des tu pata de obra con los tanques de propano, necesito moverlos y con el brazo en este estado no es que sea algo de coser y cantar, ¿comprendes?

—¿Solo eso? —quiso saber. Natasha hizo un gesto con la pata.

—Sí, sí, solo eso.

—¿Al lugar de los planos?

—Correcto.

—Bien. —Se puso de pie, la silla chirrió contra el suelo—. ¿Cuándo?

—Mañana en la noche —respondió, llevando la taza de nuevo a sus labios— Tendremos una explosiva celebración. —Sonrió con enigma y bebió su café, viendo cómo el oso salía y el «ding» de la campanilla de la puerta flotaba por entre las animadas conversaciones del local.

Zootopia: Osiris (SEPT 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora