XXI. Octava Hora

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124 horas para El Renacer.

El pecho le subía y bajaba acompasadamente a una rápida velocidad, aquel miserable edificio no tenía ascensores, por lo que tuvo que subir los doce pisos por las escaleras. Al llegar arriba tenía el corazón a tope, latiendo por la adrenalina que la explosión en el estadio le causó, como por la del inminente enfrentamiento con aquella leopardo. Soltó aire con lentitud, serenándose lo más posible, y apretó sus cuchillos Sheller.

Abrió la puerta que conectaba el pasillo del último piso con la azotea y entró.

Esquivó por los pelos una daga que pasó muy cerca de su rostro, chocó contra la pared y cayó al suelo con un repiqueteo. Cuando Lourdes volvió la mirada, notó a la leopardo, Natasha Krieg, chistar por no haber acertado.

—¿No habrás creído que me tomarías por sorpresa, verdad? —le preguntó, poniéndose de pie de la posición, con una rodilla hincada, en la que estaba, la cual le debió haber dado más estabilidad para disparar. Se tronó los dedos y soltó las patas, sacudiéndolas, frunciendo el ceño hacia la loba, iracunda—. Soldaditos del tres al cuarto, molestando cuando se está ocupada.

Lourdes no respondió, alzó la guardia y caminó muy despacio hasta estar a una distancia relativamente más corta que antes; las separaban metro medio, quizá dos, lo suficiente para dar la carrerilla y poder usar aquel impulso para golpear, y su consecuente corte, más fuerte.

La miró con cuidado, tratando de no saltar alguna parte o lugar en el que tuviera algo escondido. Era tal como la había visto a través de los videos y en sus seguimientos lejanos: una leopardo de las nieves con un pelaje de un gris más oscuro de lo normal y manchas negras que se fundían con ese gris, con unos ojos verde oscuro que la analizaban. Era más baja que Lourdes, pero la loba bien sabía que ser más grande no siempre era sinónimo de tenerla más fácil; y por último, la leopardo tenía una venda en un antebrazo. «Una posible herida.»

No tenía lugar alguno para ocultar armas o cuchillos, además, recordó, su modo de pelear no era ese, sino con aquella extraña postura de los Spetnaz.

Natasha se puso en guardia, alzó la pata herida colocándola tan cerca de su rostro que a Lourdes le parecía ridículo que esa fuera una postura de pelea; la otra la llevó a su costado, a nivel de la cintura y separó las piernas un poco. Todo en esa forma indicaba ser un maestro de karate, pero lo que desorientaba era la pata arriba, casi sobre la cara.

Cuando una segunda explosión atronó la zona, sacudiendo la noche, ambas se lanzaron contra la otra.

La leopardo aprovechó el impulso extra que cargar con aquella postura le confería, para girar un poco el torso y golpear. Con aquella maniobra, la fuerza no estaría solamente impresa en su pata, sino que la inercia del giro terminaría en su puño y si llegaba a conectar, la loba sabía que le iría mal. Más aún, si recibía más de tres golpes así.

Lo esquivó doblándose un poco hacia la derecha y contraatacó con un derechazo, la hoja de su cuchillo silbó un poco en el aire hasta que de alguna forma ella le tomó la muñeca, un poco más abajo donde la hoja curveada terminaba, y le asestó una patada a las costillas que le sacó el aire.

Con un gruñido, Lourdes golpeó con la izquierda, haciéndole un corte en la mejilla a Natasha y ocasionando que por reflejo ésta alejara la cara y cerrara un poco los ojos. Ahí ella aprovechó para soltar el cuchillo de su pata derecha, la cautiva, y con un gesto que le imprimió dolor en la muñeca, la tomó por el cuello; un golpe con sus patas a los tobillos y logró tumbarla en el suelo. Se iba a sentar a horcajadas sobre ella para lograr inmovilizarla y terminar con eso lo más rápido posible, pero Natasha tanteó el suelo, llegó al cuchillo y se lo clavó con un rápido movimiento en el hombro, sacándole un rayo de dolor tanto al introducirlo como al sacarlo de un tirón.

Zootopia: Osiris (SEPT 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora