IV. Relájate, es solo una pequeña probabilidad de morir

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IV

Relájate, es solo una pequeña probabilidad de morir


266 horas para El Renacer.

El estruendo de la puerta al abrirse lo sacó de la paz en la que estaba sumido. Pasos descoordinados. Una respiración agitada que le resonaba en los oídos como enormes gongs. Oyó el portazo de la puerta cerrándose y luego algo metálico repiqueteando en el suelo.

Iver Basir, a sus treinta años, era un lince que podría decirse se mantenía calmado la mayoría del tiempo. Desde pequeño había tenido esas incesantes y martirizantes voces que, posteriormente, a la edad de diez años, se las diagnosticaron como esquizofrenia y a partir de ese momento, tenía que estar casi siempre medicándose. Una pildorita que mantenía casi a raya a las voces, haciéndolas casi inaudibles.

Aunque de él dependía también el controlarse. Durante las tres décadas que tenía de vida, había probado todo tipo de formas de relajación para poder soportar las voces, y en la meditación había encontrado su centro. Una frágil calma. Sin embargo, no todo era perfecto, había veces, días en específicos como un ciclo que marcaban el momento en que nada podía frenar sus brotes.

Abrió los ojos lentamente y se puso de pie, con su metro setenta de altura Basir no era precisamente un animal pequeño, aunque su carácter calmado contrastara con el físico que tenía, alto y corpulento. Soltando un suspiro para calmarse y procesar lo que sucedía, buscó a quien había irrumpido así en su departamento.

Tumbada sobre uno de sus sofás estaba Natasha Krieg, una de los miembros de su reducido grupo, la leopardo de las nieves se sostenía el hombro derecho, del cual manaba sangre como si fuera una cascada, manchando el mueble y el suelo. Respiró con lentitud para no enojarse y fijó sus ojos en los verde oscuro de ella.

—¿Qué sucedió? —le preguntó.

Ella respiraba agitada mientras se quitaba el chaleco y la blusa, dejando ver un profundo corte en el hombro. A unos cinco pasos de ella había un cuchillo manchado de sangre sobre los azulejos del suelo.

—Tráeme aguja e hilo —gruñó ella.

Neit —dijo Basir, con tranquilidad—; ¿qué sucedió?

Apenas percibía las voces como un murmullo, como el molesto revoloteo de un mosquito, aunque había veces que parecían hablar todas a la vez y lograban entenderse. Ella se miró la herida y, haciendo una mueca para contener el dolor, se la revisó. Basir frunció un poco el ceño.

«¡Mátala!»

Basir le llevó una pata a la sien.

—Un hacker —jadeó Neit—. No sé cómo, no sé por qué, pero alguien estaba tratando de tumbar las defensas de mi ordenador. Y si lo hacían...

—Descubrirían la ubicación de Osiris —completó Basir.

—Sí. —Neit de arrancó un trozo de la blusa y trató de hacerse un torniquete—. Aunque eso no es lo que me preocupa, todos sabemos dónde está, mas no el cómo activarlo. Lo que me alertó fue que pudiera saber dónde vamos a dictar las horas.

—¿Serán tres al fin y al cabo? —preguntó, frotándose la sien, los murmullos eran cada vez más intensos. Si bien recordaba cuando Anubis estaba vivo, les dijo algo sobre un libro y sobre hacer algo sobre las horas.

Con el brazo empezando a temblarle, Neit respondió:

—Sí —gruñó—. ¿Estás conmigo ahora o tengo que clavarte algo como con ese zorro? ¿Te tomaste la píldora? ¿Te molestan las voces?

Zootopia: Osiris (SEPT 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora