XV. Reviviendo el hielo

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158 horas para El Renacer.

Atha corría con desespero por las calles de El Cairo para tratar de salvarse, siendo seguido por una comitiva de seis animales, quienes eran liderados por Jawhar y Salib. Se escondió en un callejón y se apretó el entrecejo con la pata sana, jadeando.

¿Por qué demonios no siguió ese presentimiento que tuvo con Jawhar cuando estuvieron en la pirámide? ¿Cuántas veces le había dicho Ren que siempre siguiera dichas sensaciones, o al menos las chequeara para ver por qué pasaban? Si tan sólo hubiera investigado al camello esto no estaría pasando.

Sin embargo, lo importante era que tenía el libro consigo, resguardado debajo de su camiseta. Por nada del mundo podía perderlo. Agudizó el oído mientras recordaba cómo terminó así.

Luego de que le colgara tan abruptamente a Samuel la llamada de teléfono, había tomado sus cosas y salido del hotel donde se quedaba como si fuera un guepardo, directo al mercado donde trabajaba Salib. La sorpresa de haber unido los puntos sobre lo que sea a lo que estuviera rigiendo la cuenta regresiva que Samuel le dijo, con el libro, fue enorme. Y estúpidamente obvia. El Libro de Amduat describía el viaje de Ra, el dios del sol, en su barca solar a través de la Duat, no obstante, lo que lo ayudó a ensamblar todo fue que, según había dicho Salib antes, dicho viaje, tal como lo relataba el libro, se hacía en un trayecto de doce horas.

Las horas de la noche.

Luego de tal revelación no pudo quedarse quieto y fue al mercado, exigiéndole el libro al lince, pero este se negaba diciéndole que si no tenía la gran cantidad de dinero que pedía por dicha copia, no se lo daría. Atha bufó exasperado y le explicó su situación, relatándole que muchos animales morirían si no se lo daba.

—¿Y a mí qué me importa? —le había respondido este, impertérrito.

—¡Son vidas inocentes! —replicó Atha, dando un golpe al improvisado aparador que los separaba.

—Animales que si viven o mueren, no son de mi incumbencia. —Se encogió de hombros—. Ellas no me dan de comer. Ahora —añadió—, si no tienes los trescientos mil euros que pido, lárgate.

El lobo se había retirado, abatido, no tenía tal cantidad de dinero, y si no lograba leer lo que ponía el libro, morirían animales. Ya había visto lo que sucedió en Zootopia una vez se hubo metido por internet, un ataque horrible; de enormes magnitudes. No dejaría que algo así pasara de nuevo, tanto porque no era moralmente correcto, como porque si Ren estuviera viva, lo hubiera obligado a detenerlo.

Así, pues, decidió que si no podía tener el libro de una forma, lo tendría de otra: se quedó toda la tarde escondido por la zona, moviéndose de vez en cuando por las prolongadas sombras que dibujaban los toldos del mercado, como una sombra, esperando el momento oportuno para poder robarlo. Y fue durante dicha vigía que vio cómo Jawhar pasaba por el puesto de Salib, y con solo pegar su oreja a las finas capas del toldo pudo escuchar lo que hablaban.

Él decía algo sobre que tenía esconder el libro, si era posible destruirlo, porque una benefactora en otro país le había ordenado que el libro no cayera en patas equivocadas. Jawhar le prohibió al lince vender el libro y luego de dichas palabras, oyó el tintineo de lo que parecían monedas.

En ese momento no sabía por qué Jawhar, su guía de las pirámides, hacía tal cosa. ¿Qué había en el libro que no quería que nadie viera? ¿Quién era la benefactora? Todas sus dudas fueron disipadas cuando, en un arrebato de cólera de Salib por tener que obedecer órdenes de un desconocido exigió al menos el nombre del animal del pedido, y el camello le había respondido:

—Confórmate con saber el lugar: Zootopia.

Estuvo a punto de perder el equilibrio en las cajas donde se balanceaba para oír mejor. Zootopia. El animal estaba ligado a la ciudad, ¿y qué animal que no tuviera nada que esconder tomaría medidas tan drásticas? ¡Ese animal debía ser parte de los que Samuel le había dicho!

Zootopia: Osiris (SEPT 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora