VIII. Cuarta Hora

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VIII

Cuarta Hora

214 horas para El Renacer.

En El Cairo, Atha se desplazaba por la ciudad tratando de encontrar algún lugar donde pudiera haber información para Samuel. El sol parecía quemar a tres veces su capacidad y el bullicio del mercado principal de la ciudad no ayudaba a mejorar la situación. Se encontraba en la zona más cercana a las pirámides, que se alzaban fuertes e inamovibles al fondo del paisaje, mercaderes y animales varios pululaban por el lugar, incluso, cada tanto veía alguna hembra usando un burka; se preguntó cómo las pobres no morían carbonizadas por el calor.

Se abanicaba con su propia camiseta sin mangas tratando de no morir por un golpe de calor, preguntando de tanto en tanto a los mercaderes si conocían algo relacionado con Anubis u Osiris en un tosco árabe que recién practicaba. Los mismos les respondían a una velocidad que parecían un comentarista deportivo pasado de emoción; no entendía casi nada. Al final, todos terminaban por apuntar hacia las pirámides.

Siempre a las pirámides.

Encaminándose hacia el lugar, ellas se veían cada vez más y más grandes, parecía que perforaban el cielo, lo que le hizo sentir un poco mal al recordar a Ren.

Ren.

Su casi hermana. Estos años sin ella habían sido tristes, pero conociéndola como la conocía, sabía que ella hubiera detestado que él se quedara lamentando su muerte. Lo más probable era que se hubiera burlado e incitado a hacer algo que la olvidara. Y eso hizo. Viajó. Viajó a los lugares que siempre quiso visitar y a los que ella también, recorrió Galés, España, Alemania, La Toscana, Roma, Francia y ahora, Egipto; hizo todo aquello, pero aún sentía pena por ella.

Todo porque no mató al jodido mapache que tenía que haber eliminado.

Suspiró apretándose el entrecejo tratando de sepultar esos recuerdos. No era el momento. Nunca sería buen momento. Cuando todo su cuerpo fue engullido por una enorme sombra alzó la mirada, y vio que estaba entrando en el rango de una de las pirámides.

—Bien —se dijo a sí mismo, cubriéndose el rostro de la arena que traía el viento—, ya estoy aquí. ¿Ahora qué?

El lugar estaba desierto, literalmente, el desierto se alzaba a ambos lados de las pirámides y poco más lejos comenzaba la ciudad. No había un animal a la redonda, el único era un camello con un estilo fresco, una franelilla sin mangas, un short y unos lentes oscuros, parado bajo la reconfortante sombra de una sombrilla ancha. «Un guía.» Caminó hasta él y le dijo en un brusco árabe que si podía hacerle un recorrido por las pirámides.

—¿Americano, cierto? —dijo con una sonrisa, dispuesto a ganarse un cliente.

—Sí —respondió Atha, mucho más cómodo en hablar inglés.

—¿Un recorrido? —Como los franceses, el camello tenía una forma peculiar de pronunciar la R.

—Por favor. —Atha se limpió el sudor de la frente, llevaba dos meses en Egipto y no se había acostumbrado al sofocante calor—. Quiero saber algo con respecto a Anubis y Osiris.

—Oh, claro, claro —comentó el camello indicándole que caminaran hacia la entrada de la pirámide—. El dios de la muerte y el dios de la resurrección. Dentro hay jeroglíficos que explican todo eso. Venga.

—He escuchado algo sobre Los Libros, ¿tienen algo que ver con esos dioses? —preguntó, camino a la entrada: una carpa blanca que se había tornado amarillenta por el tiempo—. ¿Los conoce?

Zootopia: Osiris (SEPT 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora